• 16/03/2025 00:00

El ‘tutti frutti’

El tiempo no se detiene. Todos estamos sometidos a su dictadura eterna. No es opcional. Conocemos su paso en nuestra vida como experiencia. Hay experiencias positivas y edificantes, y hay experiencias negativas y destructivas. De cómo decidamos afrontar esas experiencias depende nuestra vida, literalmente.

Si decidimos tomar las experiencias como partes del entrenamiento inevitable del oficio de vivir, aprendiendo de ellas, avanzamos. Evitamos los eventos que nos causaron efectos adversos, y replicamos los comportamientos que nos han rendido beneficios. Si tomamos las experiencias como un castigo, nos internamos voluntariamente en la vorágine interminable del error, culpando a las circunstancias que nosotros mismos causamos de nuestros problemas.

Siendo testigo de los recientes eventos escandalosos en el hemiciclo, notamos diferencias y similitudes. Las diferencias surgen del hecho de que el escándalo es resultado de la bancada “independiente”. Aparentemente, algunos de ellos no tienen claro el significado de aquello por lo que se postularon, y fueron electos. O simplemente tienen de independientes lo que tiene un drogadicto.

Las similitudes nacen del comportamiento, prefabricado, ante la discordia. Las actitudes mostradas por miembros de esa agrupación tienen la hedionda patente de los partidos políticos de siempre, en especial de uno recientemente defenestrado (¿acaso no siguen en poder?), o al menos eso parecía.

Como ciudadanía es evidente que decidimos tomar nuestra experiencia colectiva como un castigo autoimpuesto, repetitivo, evitando tomar responsabilidad por nuestras malas decisiones. Seguimos eligiendo a los mismos maestros del engaño, para una vez que saquen su mala casta, culpar a otros por nuestros problemas, menos a nosotros mismos por no aprender, por perpetuar la mala experiencia como la única opción. Es un fenómeno psicológico digno de estudio.

Podríamos generar una definición para nuestro desorden mental colectivo.

Sufragio 1. Nombre masculino.

Definición: dícese del proceso momentáneo con consecuencias duraderas en el cual una población empodera a los peores representantes de una mala ciudadanía, esperando que el bienestar alcance finalmente a todo el país y, al resultar lógicamente en todo lo contrario, esa misma población busca resolver los problemas a través precisamente de aquellos que los causan. Busque también incoherencia, utopía o imposible.

Pero entonces, ¿tiene cura nuestro problema? Seguro.

Hay lineamientos muy claros de cómo deberían proceder las autoridades para iniciar el proceso de saneamiento de nuestra bahía burocrática. Y ellos saben cuál es la solución. Acá la pregunta es ¿tienen la intención de mejorar algo realmente?

Para asegurar mejores funcionarios, las reglas del juego tienen que cambiar. Mientras no haya responsabilidad alguna por los errores cometidos durante la gestión pública, los peores seguirán condenando al país entero a sufrir entidades incapaces, sin vocación, sin conocimientos y sin soluciones para los que deberíamos ser sus jefes directos, el pueblo.

Gente que lo único que sabe hacer con una computadora es jugar “solitario” no puede estar al frente de un puesto de atención al usuario. Personas sin capacidades académicas no pueden estar encargados de supervisar actos públicos, ni redactar pliegos o alcances técnicos. Personas que violan la Ley no pueden ser jueces. Y ese ‘discursillo’ rojo de “permanencia porque sí” de todos esos errores en puestos públicos se tiene que acabar.

Hay que equiparar las capacidades, responsabilidades y los requisitos del sector público con aquellos del sector privado. La permanencia en el puesto tiene que ser medida por resultados, no por blindajes creados, precisamente, por colegas incapaces empoderados.

El Estado tiene que dejar de ser una empresa de contratación directa para compadres, queridas y otro sinfín de personas sin los méritos necesarios para atender el puesto para el que se los contrata, más allá de tener palanca con el poder.

Si no cuidas la leche, le caen bruscas y se ven de lejos. Y esto es lo que ha sucedido en todas las asociaciones políticas del país. Hoy tenemos una mezcla de colores de todas las banderas, metidos en todas las bancadas, cuyo único propósito es mantener el statu quo. “Tú me cubres las espaldas, y yo cubro las tuyas”.

La política ya no es leche. Con tanto descuido ciudadano se nos quedó fuera del refrigerador, se nos cortó, se puso agria, y lo que pensamos era leche condensada es ahora un yogur espeso de tutti frutti, en el cual resulta imposible paladear un sabor específico, ya que todo está revuelto y sabe exactamente a lo mismo. Y lo que es peor, lo toleramos.

Nueva cartera en el IDAAN, mismos resultados malos. Una mayoría de la población sin agua, y a la espera de una cisterna con letreros mendaces de “agua gratis” para recoger lo necesario para mal vivir. La misma gente en los mismos puestos. Solo los cambiaron de oficina.

¿Alguien sabe algo de la ASEP? Por un lado, sale la dirección diciendo que las quejas han bajado, y por otro, los quejosos no reciben ni representación ni mucho menos resultados contra malas empresas, porque la entidad dice no contar con el personal necesario para enfrentar la demanda. ¿Entonces?

Nada mejorará haciendo lo mismo. Y el tiempo no se detiene. Tic-tac. Adáptense, o aplómense.

¡Qué caló! ¿Gusta una chicha de tutti frutti, amigo lector? Porque electricidad no hay.

Dios nos guíe.

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