• 28/03/2022 00:00

La violencia del narco en los barrios populares

“Hay que unir todas las fuerzas [...], para poder retomar el poder del barrio y acabar con este violento flagelo del narcotráfico”

Es difícil escribir sobre el empoderamiento de las bandas en los barrios populares, a sabiendas de que esta cruda realidad se expresa todos los días en tumbes, ventas y consumo de drogas, sicariato en casas, en calles, en “parquins”, contra pandilleros enemigos. Existen barrios “rojos”, donde la violencia es una forma de vida y los residentes tienen que aceptarla.

Este fenómeno llegó a los barrios populares cuando la violencia de los movimientos insurgentes, de las protestas de los barrios, de los estudiantes de secundaria y universitarios, con bases ideológicas, llevaron al país a mejores niveles de equidad, bienestar social e igualdad, pero desaparecieron; el modelo neoliberal trasladó esta violencia a los barrios pobres, traslada la estructura de los carteles a las pandillas e impone su subcultura delincuencial basada en violencia, tráfico, tumbes, sicariato y adicción.

La subcultura de estas bandas es: “la “familia” es la banda, sus amigos son los “parces”, su revolver su seguridad, los que no son de su banda son enemigos y hay que darles “piso”...”. No quieren estudiar ni trabajar, pero sí vestir con famosas marcas, tener un Gallup o Magnum, tener un “cuatro x cuatro”, su “crispi” y guaro al día, una compañera de su edad, no importa si ya fue de otro, pero hay que hacerle hijos, subir en la estructura de la banda y estar lo más cerca posible del “capo”.

Hace 20 años, los barrios eran escenarios de educación, deporte, cultura y fiesta. Todo en un ambiente de paz y solidaridad. Imperaba la autoridad de los padres y el delincuente era apartado. Hoy, el que no está en la banda es un bobo y seguro enemigo en potencia.

Con la caída del Gobierno de Noriega, al exterminar las Fuerzas de Defensas, las bandas internacionales (productoras de la droga) pelearon por dominar este mercado libre y posicionarse, con bandas nacionales de los barrios pobres para aumentar el tránsito, almacenamiento, microtráfico y venta externa y cobro del negocio de las drogas. Ya las bandas existían, pero ahora están activadas en el tráfico de drogas y sus líderes tradicionales, amasando grandes fortunas, mientras sus bases no salen de la marginalidad, ahora adictos, alcohólicos y violentos. Por ser dos bandas internacionales imperantes, luchando por el dominio territorial y mercantil del país, centraron sus dominios en los barrios marginados de Colón, La Chorrera, Arraijan, San Miguelito, Panamá Centro y Este; extendiéndose a los mercados de tránsito de Chiriquí, Coclé, Veraguas, etc. Son estructuras que les da seguridad a su negocio, con sus socios nacionales, cuidan, blanquean su capital y custodian las caletas de sus “patrones”.

Es obvio que lo que vemos a diario es la violencia en los barrios por la lucha del mercado del narcotráfico; pero hay que decir que detrás de esta violenta estructura está el verdadero poder de los carteles internacionales que implica su intromisión en los poderes gubernamentales (Legislativo, Ejecutivo y Judicial), en el poder empresarial y bancario/financiero, que así les garantiza su permanente acumulación de capital; mientras que la base seguirá sobreviviendo día a día, porque sacarla de la marginalidad es romper la estructura de tránsito y mercadeo de la droga, como terminar su continua guerra con la otra banda que aumenta su competitividad y productividad.

Es difícil entender que esta generación vivirá, yéndole bien, 35 años, la gran mayoría empieza a delinquir a los 9 años, pasa 15-25 años en la cárcel, es ejecutada desde los 14-25 años, es adicta desde los 12 años, vive en la clandestinidad y sin “seguridad” no puede transitar en el barrio o en los centros comerciales.

Hay que desmitificar la vida real del pandillero, hay que mostrarlo como es, pobre, desculturizado, marginado, con el poder que le da el revólver, con desamores cotidianos, adicto al “crispi” y al alcohol, acentuando este círculo vicioso con sus hijos, compañera y jóvenes del barrio.

¿Qué hacer? Se hace necesario romper el vínculo del narcotráfico internacional con las bandas barriales, dándole a la juventud empleo, educación secundaria y superior obligatoria, valores y principios éticos familiares y darle esperanza por vivir en paz en el barrio y con sus familias. Hay que unir todas las fuerzas sociales, políticas y económicas, para poder retomar el poder del barrio y acabar con este violento flagelo del narcotráfico.

Economista
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