• 26/02/2019 01:00

El legado de la Rebelión de Tule de 1925

En la historiografía panameña se escribe, pero poco se analiza el impacto a largo plazo de la rebelión que realizaron los gunas de Guna Yala

En la historiografía panameña se escribe, pero poco se analiza el impacto a largo plazo de la rebelión que realizaron los gunas de Guna Yala en febrero de 1925. Ahora, la rebelión es más conocida, tanto por los trabajos de varias personas no gunas como de la campaña guna para destacar este hito histórico en su relación con el Estado panameño y la manera en que a partir de ese momento el Estado y los políticos tuvieron que cambiar de estrategia en sus relaciones no solo con los gunas, sino con los otros grupos más grandes del país, como los ngäbe y los emberá.

Cuando se habla de política indígena se piensa en un plan preestablecido y definido, con protocolos, por parte del Estado hacia las comunidades indígenas. En realidad, esto nunca ha ocurrido, sino recientemente y aún estamos algo lejos de desarrollar protocolos apropiados. Sin embargo, la conciencia de ese hecho en la psiquis de los políticos panameños, les hizo cambiar de tácticas en su forma de relacionarse con este grupo.

Durante las negociaciones para conciliar las dos partes, y la participación directa del jefe de la legación norteamericana, Sr. South, en un barco norteamericano surto en la bahía de Cartí, una de las promesas que le hicieron los norteamericanos a los gunas fue interceder en la negociación de un territorio con autonomía. Una reserva indígena, algo que ya en principio estaba en vías, cuando, al crearse la Circunscripción de San Blas, se reconocía un derecho de uso colectivo del territorio, aun dentro de los cánones de la jurisprudencia del Estado. En 1910 fue insinuado por el cónsul inglés Mallet a las autoridades durante el Gobierno del presidente Mendoza, según el antecedente en la costa Moskitia de Nicaragua. De igual manera, los gunas tenían como antecedente histórico la concesión hecha en 1870 de una Comarca en la región, resultado probablemente de los conflictos existentes por la extracción de Caucho en el Chucunaque.

En la práctica, se logró con la creación de la primera reserva indígena en 1930, una ley que poco se menciona como antecedentes de la comarca Guna. La Ley de 1938 no la deroga, sino que la amplia, merced a la estrategia guna de negociar votos por territorio. Pero también la aprobación en 1934 de otros territorios bajo la categoría de reservas en Bayano y en Tabasará, Cusapin y Tobobe. Lo que en principio fue probablemente una concesión temporal para los políticos, adquirió carta de ciudadanía y consolidación con los años, hasta la fase de la creación de las comarcas de los años 1980, 1990 y 2000, y el desarrollo de la jurisprudencia sobre tierras colectivas, para las poblaciones que quedaron al margen de espacios mayores y relativamente aislados frente a la presión de otros grupos, como los campesinos interioranos, cuyo modelo de uso del territorio se enmarca en los principios de tierras individualmente controladas. Lo que está pendiente es la necesidad de que los grupos que poseen estos territorios desarrollen las condiciones de organización y gestión técnica para incrementar su capacidad productiva que les permita consolidar su tránsito hacia el siglo XXI, con la dignidad de pueblos con identidad propia y capaces de aportar al desarrollo nacional.

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