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- 15/04/2023 00:00
Trompo urbano y ordenamiento territorial
Laguna Alta, Mendoza, El Trapichito y Miraflores, son las potabilizadoras que sirven de agua a las comunidades de los corregimientos de Arraiján y La Chorrera en Panamá Oeste. Producen 80 millones de galones de agua potable, los cuales no son suficientes para abastecer a esa población de manera permanente. Fuentes del Idaan indican que en Panamá Oeste existían 60 mil clientes formales y hoy día tienen 124 mil. En total, se estima una población de 600 mil personas. La demanda se duplicó y la oferta es la misma. No servirán las nuevas inversiones en producción de agua sin una gestión integral sobre el territorio. El Idaan podría usar los resultados preliminares del Censo para estimar cuánto del 8 % de la población panameña que vive sin agua, corresponde a los corregimientos de Arraiján y La Chorrera. Este asunto se resuelve con planificación.
Al tema del agua se le suma la falta de escuelas, carreteras, servicios comerciales, equipamiento institucional. Arraiján y La Chorrera, hasta últimos datos de Contraloría, eran los sitios de mayor crecimiento de población del país. Ninguno de esos lugares cuenta con Planes de Ordenamiento Territorial. La mayoría, sino todas, funcionan como ciudad dormitorio. Algunos de sus alcaldes han sido objeto de denuncias, procesos y condenas por corrupción. ¿Habrán tenido el atisbo o la oportunidad de pensar e instalar procesos técnicos para la planificación del territorio? Lo dudo.
Si recorres las vías hacia comunidades como Zanguenga, La Arenosa en La Chorrera, o Nuevo Emperador en Arraiján, te encontrarás con una serie de “barriadas potreros”. Ninguna conectada entre ellas. Todas ubicadas a lo largo de una calle de dos vías, sin escuelas cercanas, sin equipamiento comercial, sin estaciones de policía. Sólo hay entre ellas: ganado, rastrojos y chumico. Las áreas antes destinadas a una producción rural se transformaron de pronto, por promotores privados, en infiernos residenciales sin agua potable y sin ningún tipo de servicios.
Para quienes no comprenden el tema del ordenamiento territorial: se trata de articular el desarrollo del territorio con la oferta de equipamiento, servicios comerciales, escuelas, vialidad, conectividad, seguridad, áreas verdes. De esta manera se encuentran los vacíos y se planifica el crecimiento. Es una gestión de planificación del territorio que tiene sin duda un componente político y de gobernabilidad. En los planes de ordenamiento convergen la institucionalidad, los recursos sobre el territorio y la gente. Para los políticos de turno, esto se denomina producción de ciudades. Para los actores inmobiliarios, se llama, lucro.
Los territorios habitados no son solo votos ni venta de viviendas. El territorio y la gente son desarrollo y oportunidades. Insisto en indicar que para la planificación de servicios, los Censos de Población y Vivienda tienen la capacidad de brindar información para esa tarea. De allí el valor de los censos.
El Miviot y otros ministerios son escenarios de conflictos de interés, donde el lucro de los promotores inmobiliarios se confunde con la gestión institucional. Los instrumentos técnicos llamados Esquemas de Ordenamiento Territorial (EOT), ya ha demostrado sus deficiencias no solo en Panama Oeste, sino en todas las ciudades del país. Ante la ausencia de planes de ordenamiento, los EOT no funcionan.
Mientras esto sucede, millonarias inversiones en movilidad se ejecutan: el cuarto puente sobre el Canal, el ensanche a seis carriles entre Arraiján y Panamá. A lo anterior se suma la de la línea 3 del metro de Panamá. Todas ellas resultado de la no planificación y fuera de la guía de planes de ordenamiento. Son procesos guiados por el mercado; añado que estas obras estarán listas sin un conector que comunique con la centralidad de la ciudad. Me recuerda el puente Centenario inaugurado sin accesos.
Miremos la ciudad de este lado del puente. Las comunidades de los corregimientos centrales de la ciudad, por ejemplo: Calidonia, Santa Ana, Bella Vista, Pueblo Nuevo, Betania, El Ingenio, Las Cumbres, El Crisol, San Pedro, Don Bosco -por mencionar algunas- están servidos por la línea una y dos del metro. Todas gozan de la centralidad urbana de servicios y equipamiento comercial y urbano, redes de agua y energía, pero siguen vacíos ante la falta de vivienda. El mercado inmobiliario acapara y engorda tierras en los corregimientos centrales con la inversión estatal para expulsar a los habitantes a la periferia. No hay una política de optimización de los recursos urbanos, de densificación de la tierra urbana. El proceso de producción de vivienda en manos de privados resulta perverso.
Estamos secuestrados por los intereses inmobiliarios y ahogados en el clientelismo político. No veo salida de este entuerto sin la intervención central del Estado, sin planificación ni ordenamiento.
Como colofón, retumba en mi memoria el recuerdo de Abel, mi padre, cuando me decía “agárrame ese trompo en la uña”.