La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 22/04/2021 00:00
'La Tierra está herida'
Con estas inquietantes palabras, hace algunas semanas, describía un alto funcionario del actual Gobierno la crítica situación que se vive en las Tierras Altas de Chiriquí, después de los deslizamientos del pasado noviembre y antes de las crecidas de la semana pasada. Las mismas, hacían resonar el título del magistral compendio publicado en 1985 por los doctores Jaime Espinosa y Stanley Heckadon sobre la preocupante situación ambiental que se vislumbraba para Panamá, Agonía de la Naturaleza. En verdad, no sería justo atribuir carácter profético a los visionarios ensayos allí incluidos sobre los manglares de la bahía de Panamá, las sequías en el Arco Seco, los riesgos climáticos en Cerro Punta; y muchos más.
Más bien, la realización de los peores escenarios debe suscitar una profunda reflexión en los liderazgos políticos, sociales y empresariales, la comunidad científica, medios de comunicación y la sociedad panameña en general sobre lo que hemos estado haciendo con nuestro querido istmo tropical durante las últimas tres décadas.
Durante ese periodo, la Dirección de Recursos Naturales Renovables (Renare) del Ministerio de Desarrollo Agropecuario se convirtió en Inrenare; que luego pasó a ser Autoridad Nacional del Ambiente (ANAM) en 1998; y finalmente Ministerio de Ambiente hace solo seis años. Pese a ello, no ha sido posible disminuir los niveles de contaminación, revertir la deforestación, aumentar las poblaciones de especies en peligro de extinción ni lograr modelos innovadores, inclusivos y sostenibles de crecimiento urbano que mejoren la calidad de vida, promuevan la salud humana y garanticen una convivencia armónica entre las diferentes especies que conforman la extraordinaria red de vida que hoy habita nuestra Casa Común.
A nivel internacional, hoy, se nos invita a pensar en sanación, conversión ecológica, y restauración de ecosistemas; no a anegarnos en los fatalismos, sino a tener la valentía de pensar en un mejor futuro para el 2050. Este llamado global al cambio no debe interpretarse como optimismo romántico, sino como la posibilidad real de enderezar el rumbo, crear nuevas alternativas y rescatar los saberes que han sustentado a la humanidad durante milenios.
En Panamá, esto debiera traducirse en hacer realidad el pacto firmado por los representantes ambientales de las siete campañas presidenciales en 2019, no por casualidad realizado en el icónico Parque Natural Metropolitano, en el que personas admirables como la Dra. Dorothy Wilson, a quien hoy extrañamos en lo profundo de nuestro corazón, tuvieran el coraje de enseñar a las nuevas generaciones que concreto y destrucción no significan desarrollo; y que Panamá se merece un futuro mejor con ríos limpios, aire puro y bosques saludables para los ciudadanos y ciudadanas de hoy y del mañana.
Ojalá que la celebración del Día de la Tierra 2021 nos sirva para recordar que la pandemia es más síntoma que enfermedad; y que el cuidado de la Creación requiere una mirada desde el corazón, misericordia con quienes sufren y compromiso con una vida sencilla, generosa y solidaria que atraviese las barreras históricas, geográficas y culturales.