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- 20/10/2023 00:00
El sufrimiento infantil en conflictos
En los sinuosos caminos de la existencia humana, pocas imágenes capturan la esencia del sufrimiento, como la mirada inocente y aterrada de un niño víctima de un conflicto bélico o de un hogar disfuncional. Como si la vida hubiera apresurado su infancia, forzándolos a abandonar los juguetes y los sueños por un futuro incierto y, a menudo, corto.
La Biblia, fuente espiritual y moral para millones, deja claro el valor de la infancia en versículos como Mateo 19:14, que dice: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos”. Esta declaración lleva implícito un llamado a cuidar y proteger la vida de los niños, así como a valorar su pureza y sencillez. Este pasaje nos insta a tratar a los niños con amor, comprensión y respeto, reconociendo que tienen un lugar especial en el plano espiritual. Es un recordatorio de la importancia de brindarles un entorno seguro y apoyo en su desarrollo, ya que representan una conexión con lo divino y el reino celestial.
Las contiendas armadas, ya sean guerras entre naciones o conflictos internos, a menudo sumen a la infancia en un abismo de desesperación y angustia. Y, lamentablemente, su vulnerabilidad no se limita al campo de batalla. Según la psicóloga clínica Mary Pipher, “los niños son los miembros más vulnerables de la sociedad y los más susceptibles a sufrir traumas”. Este dolor se magnifica en contextos de violencia doméstica, donde la casa, que debería ser un refugio seguro, se convierte en un escenario de horror.
Los derechos de la niñez, consagrados en la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, establecen principios claros sobre la necesidad de proteger a los niños contra “toda forma de perjuicio o abuso”. Sin embargo, estos principios a menudo se desvanecen en el humo de la artillería o en el silencio cómplice de un hogar en crisis.
El politólogo Paul Slovic, experto en la percepción del riesgo, afirma: “Nuestro sistema moral y reglas de compromiso deberían centrarse más en proteger a los inocentes, especialmente a los niños”. Este pensamiento resuena no solo en los pasillos del poder, sino también en el corazón de cada individuo que comprende la profundidad de la injusticia cometida contra la infancia.
Estas atrocidades cometidas contra niños, ya sea en escenarios de guerra o en disputas familiares, van más allá de una simple violación de códigos legales y éticos; constituyen una afrenta a la propia humanidad. Las voces de estos niños resuenan de manera ineludible, ya sea en los versículos bíblicos, en rigurosos estudios académicos o en cada rincón de nuestra conciencia colectiva, y estas voces nos suplican un cambio, una intervención, un cese de hostilidades tanto en los campos de batalla exteriores como en los interiores.
Los efectos traumáticos a largo plazo de estas experiencias pueden tener consecuencias devastadoras en la sociedad. En el contexto de conflictos internacionales, los menores que han sido testigos de enfrentamientos armados a menudo padecen trastornos de estrés postraumático, ansiedad, depresión y pueden experimentar dificultades para establecer relaciones saludables en el futuro. La violencia doméstica en la niñez también deja heridas profundas, afectando la autoestima, las relaciones interpersonales y el bienestar emocional a lo largo de toda la vida, lo que repercute en el tejido social.
En ocasiones subestimamos el impacto de las heridas emocionales en la infancia, a pesar de que pueden tener efectos mucho más profundos y duraderos que las heridas físicas. Las heridas emocionales son como cicatrices invisibles que pueden marcar el alma de un niño de por vida. Estas heridas pueden resultar de la negligencia, el abandono, el maltrato verbal o emocional, y pueden dejar una huella imborrable en su desarrollo psicológico.
Los golpes emocionales pueden socavar la autoestima de un niño, sembrar semillas de ansiedad y depresión, e incluso afectar sus relaciones futuras. A menudo, estos traumas emocionales se esconden detrás de sonrisas falsas, y los niños aprenden a guardar sus emociones, lo que puede llevar a problemas de salud mental en la edad adulta.
En medio de una guerra, donde el caos y la urgencia a menudo dominan la escena, el principio del “interés superior del menor” adquiere una relevancia aún más crítica. Este principio, que debe ser nuestra guía suprema, puede perderse fácilmente en la vorágine de conflictos armados, pero su importancia no debe ser subestimada.
Los menores, las víctimas más vulnerables de la guerra, necesitan una protección especial. Su seguridad, bienestar y desarrollo deben ser salvaguardados, incluso cuando esto signifique tomar decisiones difíciles en medio del conflicto. El interés superior del menor no es un concepto abstracto, es una obligación moral y legal.
En lugar de caer en la automatización de procesos, debemos recordar que cada decisión que tomamos en tiempos de guerra puede tener un impacto duradero en la vida de un niño. Esto significa buscar activamente soluciones que equilibren sus derechos y necesidades, incluso cuando se enfrenten a otros intereses.
Contemplar las imágenes de niños lisiados a causa de explosiones o sometidos a la violencia física y emocional es una experiencia profundamente desgarradora. Este contexto nos lleva a meditar sobre las inquietantes palabras de la Biblia que advierten que, debido a la desenfrenada propagación de la maldad, el amor de muchos se extinguirá. Esta afirmación nos insta a enfrentar la aterradora realidad de que la crueldad y la inhumanidad pueden congelar nuestros corazones, dejándonos insensibles al sufrimiento de quienes nos rodean. Es imprescindible buscar de manera urgente alternativas que fomenten la compasión y la justicia en un mundo ensombrecido por estos trágicos acontecimientos, antes de que nuestro espíritu se endurezca irremediablemente ante el dolor ajeno.