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- 26/03/2017 01:00
La rueda y el freno
No hay duda de que un vehículo sobre ruedas tiene como principal propósito moverse hacia delante, y que idealmente esto debe ocurrir a una velocidad razonable dentro de los límites que imponen el buen juicio y las regulaciones existentes. La ciudadanía también espera que la economía del país progrese; y que el aparato del Estado impulse este crecimiento para bienestar no solo de los agentes emprendedores sino de la población en general. A pesar de ello, a nadie se le ocurre pensar que este vehículo debe andar sin frenos, acelerando en forma descontrolada por curvas y precipicios. Y es que hay instituciones del Estado que deben servir como ruedas, pero hay otras que tienen que asumir su función de frenos que moderen las actividades productivas; en ningún momento deteniendo la economía sino dándole dirección, enrumbándola por el camino deseado y orientándola hacia lograr nuestra visión como sociedad. De esta última clase debía ser la Autoridad Nacional del Ambiente, por lo que como sociedad civil apoyamos su creación en 1998 y propusimos su elevación a la categoría de ministerio en 2014.
Mas el freno tiene que desempeñar su papel y no querer convertirse en rueda; hacer cumplir las leyes previniendo infortunios, y no dedicarse a la promoción de inversiones para generar sus propios ingresos por medio de concesiones de bosques, aguas, áreas protegidas, carbono... y a través de la implantación de multas inútiles, costosas y extemporáneas. El largo desfile de administradores de la ANAM que ha pasado por Albrook en los últimos veinte años, algunos de ellos varias veces, no ha logrado entender la necesidad de que esta institución sea descentralizada (y no solo desconcentrada); y que la misma no puede constituirse en ciudad-Estado a cargo de más del 20 % del territorio nacional, absorbiendo cada vez mayores responsabilidades sin cumplir con ninguna de ellas, inmersa en toda clase de conflictos de intereses, y deslegitimada por sus propias contradicciones y desvaríos. Esa era la clase de discusión profunda que anticipábamos hace tres años, amplia y participativa, y no un simple cambio de letreros en 2015.
Hoy, ya no vale la pena hacer leña del árbol caído, pues nunca quisimos criticar sino más bien que nos escucharan. Pero allende de los cambios de figuras, hay que reconocer que todavía permanece la falla mecánica, pues las actividades productivas se están dando de manera desenfrenada, produciendo daños irreparables y perjudicando a los más pobres entre los pobres; no podemos esperar resultados diferentes si hacemos exactamente lo mismo.
Nuestro Gobierno tiene ahora nuevamente la oportunidad de enderezar la marcha, apoyándose en los sectores políticos, empresariales y la sociedad civil, evitando que los ciudadanos y ciudadanas tengan que asumir las responsabilidades que le corresponden al Estado, siendo en consecuencia arrollados por quienes los superan en conexiones y poderío económico, tal y como expusiéramos en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos el pasado viernes 17 de marzo. Nadie quiere que se detengan las inversiones; pero tampoco podemos seguir desbocados hacia la destrucción de nuestra Casa Común, el regalo único e irremplazable que nos ha obsequiado nuestro Creador para las presentes y futuras generaciones.
DOCTOR EN CIENCIAS POLÍTICAS.