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- 11/07/2020 00:00
Qué resurgirá tras la pandemia
Hace poco, nuestros principales problemas eran otros. La plaga generalizada por la COVID-19 soterró los asuntos que hasta enero más importaban. Pero, aunque la prioridad de controlar la pandemia continúa, la necesidad de prever lo que después vendrá ya recibe creciente atención. Y, además, las normales reflexiones se añaden los pertinaces reclamos, de parte interesada, de quienes presionan por reabrir negocios cuanto antes, aun a riesgo de agravar la crisis sanitaria.
Hace cinco meses los grandes temas eran los síntomas de recesión en las economías de Estados Unidos y Europa, que estancan la de Japón y empobrecen la de Latinoamérica, las protestas sociales que eso motiva, así como las crisis políticas que crispan a no pocos países, a los cuales ahora se agrega Estados Unidos. Además, aumentaba la crisis ambiental, con temperaturas y deshielos récord, grandes incendios forestales y la propia COVID.
Con ello resurgía el reclamo de un nuevo progresismo, luego de que el anterior perdió varios Gobiernos latinoamericanos, por las deficiencias políticas que los hicieron más vulnerables, y la vasta contraofensiva hemisférica de la “nueva” derecha, orquestada desde Washington. Una derecha que, tras ese lucido debut, no fue capaz de reimplantar un orden neoliberal funcional ni sostenible, ni de lograr control ni legitimidad políticas, como en breve tiempo demostraron los fracasos de Macri, Bolsonaro y Piñera.
Ese trasfondo ha quedado pendiente. Cuando alguna vacuna pare esta pandemia, ninguno de esos problemas se habrá mitigado ni mucho menos resuelto. Volverán a emerger, agudizados por los efectos de esta plaga. Es engañoso fantasear sobre una “normalidad” viable y sostenible que nuestros países deberán adoptar, sin plantearse asimismo enfrentar las causas latentes de crisis económica, sociopolítica, ecológica, ética, institucional y de las relaciones internacionales, que seguirán calentándose.
Esta situación multicrítica expresa el cambio de época en que todos estamos embrollados, y no es apenas una época de cambios, como advierte el papa Francisco. Las nuevas perspectivas de desarrollo de las fuerzas productivas, reavivadas por la tercera y cuarta revoluciones científico-técnicas, ya no caben en la estrechez de las relaciones y prácticas institucionales, jurídicas y estructurales antes instauradas, ya exhaustas y desacreditadas por las políticas neoliberales. (1)
Es decir, no solo los sectores populares y medios de la población, sino también la fracción tecnológicamente más adelantada de la burguesía, tienen motivos para sentirse atrapados en el orden político, legal y moral establecido, y buenas razones para quererlo cambiar, tanto en las naciones prósperas como en los países neocoloniales y subdesarrollados. Aunque los cambios deseados por unos y otros no coincidan.
En ese estado de cosas, en tanto la situación se recrudece, brotan crecientes indignaciones, indocilidades e impulsos emancipatorios, y surgen nuevas subjetividades, formas de pensar y modos de hacer política. Los problemas locales y sectoriales --barriales y cantonales, étnicos, generacionales-- cobran mayor protagonismo. Y en la persistencia y agravamiento de las insatisfacciones, rebeldías y exigencias, se buscan otros modos de compartir y vivir, y la reflexión pasa a reclamar otro pensamiento crítico, más propositivo y eficaz.
A eso la pandemia ha agregado un paquete de problemas que demandan respuesta. Pero más allá de esto, los efectos de la COVID-19 precipitan un conjunto de exigencias que desbordan el campo de la salud y sus inmediatas secuelas comerciales, y reclaman asumir y afrontar el panorama completo --toda su complejidad--, más allá de las necesidades inmediatas.
En la lucha por reformar o reciclar la actualidad capitalista realmente existente --hoy disfuncional para unos y otros--, contienden quienes representan los diversos y hasta opuestos intereses económicos y políticos, con sus respectivos apremios, propuestas, estrategias y estilos. Además, las indignaciones, subjetividades, aspiraciones y modos de pensar y actuar de las capas sociales, y de los ámbitos culturales y locales de la gente, son sus áreas de lucha, donde buscan captar apoyos para sus objetivos.
Cada grupo de interés busca canalizar a su favor las indignaciones y esperanzas de la gente, por unos u otros medios, incluso los más inmorales. Hace mucho pereció el mito de que los dogmas neoliberales podían ofrecer algo. Quienes lo argumentaban hoy necesitan defender el botín malhabido con las fuerzas brutas de la ultraderecha. Lamentablemente, lo que mejor corresponde a los intereses nacionales y populares no siempre es asumido enseguida por la gente más desamparada. No pocos siguen a quien les ofrece un beneficio inmediato, en vez de una opción de soluciones sostenibles y duraderas para la mayoría ciudadana. Por eso hay pobres en las bandas neofascistas.
Es responsabilidad de quienes se dicen revolucionarios o progresistas encausar las indignaciones y anhelos populares en el sentido más creador, no regresarla a la miserable realidad considerada “normal” en el año anterior al coronavirus. Porque esta historia no termina, sino que resurge tras la pandemia.
(1) Como diría Carlos Marx: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social”. Ver el cuarto párrafo de su Prólogo de la “Contribución a la crítica de la economía política”, de 1859.