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- 13/08/2018 02:01
La pasión, la razón y el carácter
Siendo la pasión el pensamiento vuelto hacia un objeto con relación al cual ella lo juzga todo, al que reduce todo, el razonamiento deberá entrar ahí, no para discutirla o ponerla en conflicto, sino para satisfacerla. Entra en ella, en efecto, dice el eminente psicólogo Ribot, bajo dos formas: 1º, como ‘razonamiento de justificación'; la pasión tiene necesidad de creer y de hacerse creer en su legitimidad: así el avaro se juzga y se declara prudente, económico; 2º, como ‘razonamiento constructivo'; así el ambicioso ‘elabora su plan, y como un general hábil, lo modifica de acuerdo con las circunstancias'.
Con frecuencia se oponen: de una parte, la razón al razonamiento, de la otra, la razón a la pasión. La primera oposición es artificial: el razonamiento no es, sin duda, toda la razón, pero es una de sus formas particulares, es su uso. Hay que definir a la razón como la mirada del espíritu, ‘no amañada por las pasiones humanas' (Bacon), y a la lógica como la forma que reviste el pensamiento en un espíritu desprovisto de sensibilidad o que no dejase afectar ni turbar por los sentimientos.
La pasión se opone a la voluntad y al carácter tanto como se opone a la razón. A decir verdad, no excluye la razón, pero solo comprende o soporta una razón crítica. Ahora bien, ‘si la última palabra de la educación… y también el secreto del buen sentido, es saber dudar, la pasión escapa a la educación y puede ser juzgada como ceguera y locura, pues la duda no la alcanza ni la lastima nunca. Ella no se juzga. Consciente de su fuerza, cree serlo por eso mismo de su valor. ‘La pasión animal en el hombre, la pasión ciega, salvaje, ofrece el ridículo de tomarse por una razón, mientras que solo es una fuerza. Para juzgarse habría que conocerse. Ahora bien, la pasión se ignora. Cuando alcanza su máximo desarrollo e intensidad, absorbe la personalidad entera y parece confundirse con ella; es entonces inconsciente. Así Napoleón no se sabía ambicioso; la ambición se había convertido a tal punto en su naturaleza, que no la sentía ya en él más que a la circulación de la sangre en sus venas.
Esta ceguera de la pasión, esta ignorancia de sí misma en que vive, forma parte de su fuerza, es el secreto de su atrevimiento. La fuerza verdaderamente vigorosa es la que no duda de sí misma ni de su derecho. La duda es debilidad, y la razón, en la medida en que implica la duda, se revela tibia e impotente. La prudencia, ‘los consejos de la ancianidad, iluminan sin calentar, como el sol de invierno'. Si se ve, pues, lo que falta a la pasión desprovista de razón, mejor aún se ve lo que faltaría a la razón, apartada de las pasiones. ‘Un hombre sin pasiones sería un rey sin súbditos'. La pasión pura es una fuerza impulsiva, ciega, que con frecuencia se vuelve contra sí misma; pero la razón pura, por su parte, no tiene punto de apoyo, ni resorte ni fuerza actuante.
Lo que se ha dicho de la razón, se dirá de la voluntad o actividad razonable. En cierto sentido, la pasión no excluye, sin duda, a la voluntad, pero solo admite o deja subsistir una voluntad impulsiva, ciega, sin freno ni regla, que no se posee ni se contiene. Puede ella mostrar perseverancia y tenacidad en la prosecución de sus fines, y desplegar, para alcanzarlos, tanta flexibilidad como energía, una gran fertilidad de invención y recursos infinitos de habilidad, pero no se pone ella misma en discusión, no se analiza, no se juzga, no se gobierna.
Por eso se opone al carácter, que es el dominio de sí. No obstante, el carácter no actúa por su parte sin pasión, a la cual se aplica y gobierna; puede decirse que es la pasión, ya no ebria de sí misma, sino que reconoce y acepta una regla. Inversamente, la pasión propiamente dicha es, pues, una fuerza ciega, librada de sí misma, incapaz de gobernarse, de retener su impulso.
PEDAGOGO, ESCRITOR Y DIPLOMÁTICO.