• 27/08/2024 00:00

¿Qué sucede con las universidades panameñas?

[...] de 415 universidades consideradas la Tecnológica de Panamá alcanza la posición 130, la UP entre 190-200 y la Unachil, la 401, colocándose así entre las quince peores

Con el reciente alboroto sobre la Universidad Autónoma de Chiriquí (Unachi) cuya rectora, muy cuestionada desde hace tiempo y mimada por los peores políticos, mereció el rechazo unánime en la Comisión de Presupuesto de la Asamblea Nacional y una dura advertencia de parte del presidente Mulino, se ha puesto al fin el dedo en la llaga abierta de la educación superior panameña.

Desde hace años he sostenido que el problema estructural de Panamá es la pésima calidad de la educación, especialmente del sector público, mayoritario. Su descenso comenzó en la década de 1970 bajo el régimen militar cuando la Universidad de Panamá (UP), cumbre del sistema porque forma los profesores del secundario y muchos maestros del primario y da fe de acreditación de todas las demás universidades, inició la caída de la calidad de la misma, proceso que a la larga ha empeorado.

El resultado aparece en el pobre desempeño de los estudiantes panameños en las pruebas PISA y, en general, en la calidad de graduados cuando entran en la vida profesional; sucede el hecho con excepciones que corresponden a la inteligencia y la dedicación personal de muchos jóvenes profesionales que sobresalen a pesar de la deficiente educación universitaria recibida. Durante décadas hubo decanos de la UP que solicitaban a profesores universitarios bajar el nivel de sus clases porque había estudiantes incapaces de seguir sus enseñanzas. Allí, profesores cobraban sin trabajar porque eran ideológicamente correctos. Además, se impedía a docentes mejor formados, especialmente extranjeros, ejercer normalmente y estimular la sana competencia intelectual y académica. Se les ponía trabas administrativas y se les pagaba menos. El resultado ha sido el descenso dramático de la calidad de nuestras universidades, especialmente de la UP.

La mejor manera de advertir la situación de nuestras universidades es compararlas en el ámbito mundial y regional. Por ejemplo, según el Shanghai Ranking Consultancy (ARWU) para 2024, entre las primeras mil universidades del mundo no hay ninguna de Panamá mientras que entre las primeras cien solo hay 4 latinoamericanas: Buenos Aires, Sao Paulo, Católica de Chile y Autónoma de México. Se añaden universidades de México, Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Costa Rica y Uruguay entre las mil primeras, 45 de Latinoamérica.

Según el QS World University Ranking, de 1.503 universidades la Universidad Tecnológica, la mejor del país, alcanzó el puesto 951-1.000, mientras que la Universidad de Panamá estuvo entre 1.201 y 1.400 (Universidad Nacional de Costa Rica, puesto 701). En esa lista, la Unachi simplemente no existe. Estamos, pues, en la cola. En estas clasificaciones los resultados se basan en mediciones sobre reputación académica (30%), reputación del empleador (30%), proporción de profesores a estudiantes (10%), personal con doctorado (10%), red de investigación internacional (10%), citas por artículo (10%), trabajos por facultad (5%), e impacto web (5%).

De acuerdo a esta clasificación de solo para Latinoamérica y el Caribe, de 415 universidades consideradas la Tecnológica de Panamá alcanza la posición 130, la UP entre 190-200 y la Unachi, la 401, colocándose así entre las quince peores. Sin embargo, hay profesores de universidades públicas que ganan mucho más que sus colegas, titulares, de las mejores universidades del mundo y los rectores aún más, sin que puedan justificar los exorbitantes emolumentos con trabajos académicos y resultados de sus instituciones. Además, según los medios, hay profesores que muestran títulos otorgados por universidades “brujas” y no reconocidas internacionalmente. A veces se califican mejor, para ascenso de categoría de profesores, a panfletos irrelevantes, sobre libros producto de investigaciones serias. Tampoco se calibran siempre bien los títulos académicos según su origen. Todo parece hecho para que prospere la trampa y se nombre a los amigos y electores de autoridades que, a pesar de sus propuestas originales, se reeligen indefinidamente. Existen muchos buenos profesores en las universidades públicas, consagrados y con obra respetable, pero son superados por un sistema inicuo. Algunos me confiesan que por las temidas represalias no se atreven a mencionar las malas experiencias y su desencanto.

En Panamá, desde hace ya décadas, no parece haber ninguna conciencia sobre esta situación. Aparece, por ejemplo, en el escándalo reciente de los pagos millonarios del Ifarhu a universidades por cursos de idiomas, y en lo que dicen algunos responsables de la educación universitaria. Nadie en su sano juicio puede felicitarse porque la UP ocupe un lugar lejano, más allá de 1.200 en la clasificación mundial de excelencia y otras universidades ni siquiera aparezcan y gocen de multimillonarios fondos públicos manejados con total discrecionalidad. Junto a la terrible “descentralización paralela”, de atraco, corrupción y despilfarro, parece existir una “educación superior paralela”, que domina el sistema. ¿Dónde ha estado el ministerio de Educación para ordenar ese mundo insólito que afecta a todo el sistema educativo? ¿Dónde están los diputados para legislar correctamente sobre la educación superior?

Quizá un problema mayor de nuestras universidades públicas es el modo de elección de sus autoridades, copia del nefasto sistema político panameño, esencialmente corrupto, populista y clientelar. No se elige a los mejores, los más sabios y productivos, con importante obra académica y reputación internacional, sino a los que más ofrecen para obtener votos, tal como sucede en las elecciones nacionales cuyo resultado es la baja calidad de muchas autoridades electas a nivel legislativo y municipal. Mientras no cambiemos este sistema de elección de autoridades universitarias tendremos los mismos resultados y nuestra educación continuará estancada y hasta en retroceso. Sin embargo, tengamos esperanza, con esfuerzos y voluntad cívica, política, esperamos que finalmente podremos escoger: ¡ir de la oscuridad hacia la luz!

El autor es geógrafo, historiador, diplomático
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