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- 16/08/2024 23:00
Puerto Armuelles y la pantera negra
Clyde Stephens, el magnífico autor del libro Bananeros in Central America: True Stories of the Tropics, publicado en 1989, cuenta historias de vida ligada a la industria del banano desde la década de 1920. En su libro, relata una experiencia inolvidable que vivió en 1928 durante su estadía en Puerto Armuelles, cuando se encontró cara a cara con una majestuosa pantera negra, un jaguar melánico (Panthera onca). Este relato, aunque impactante, es solo una pincelada de lo que una vez fue un ecosistema de selvas tropicales majestuosas, bosques desbordantes de vida con árboles gigantes y orquídeas diminutas, puercos de monte, saínos y tapires. Hoy en día, ese paisaje ha cambiado drásticamente, y la biodiversidad que alguna vez definió a Puerto Armuelles y sus alrededores ha sido reducida casi a la nada bajo el pretexto del desarrollo, que llegó para todos, pero se quedó para pocos y se fue para muchos.
El relato de Stephens evoca un tiempo en el que la selva tropical de Puerto Armuelles albergaba una rica fauna, donde jaguares, monos aulladores, guacamayas rojas y una miríada de aves y mariposas convivían en un entorno que parecía eterno e indestructible: el último Edén de las tierras bajas chiricanas. Los jaguares, aquellos poderosos felinos que merodeaban por las tierras de lo que hoy son los Altos de San Vicente, Monte Verde, Llano Bonito, Corotú, Rabo de Puerco, Guanábano, San Bartolo y más allá, ya no están. Fueron exterminados posiblemente a finales de la década de 1930 y mediados de la década de 1940, víctimas de la colonización y el consecuente arrasamiento de los bosques naturales y la fauna de los cuales estos magníficos animales dependían.
Este es el trágico destino que muchas especies han enfrentado y continúan enfrentando en todo el mundo. Puerto Armuelles es solo un ejemplo más de cómo, en nombre del progreso, hemos destruido ecosistemas completos, desplazando y exterminando a las especies que dependían de ellos. La anécdota de Stephens sobre la pantera negra en la densa jungla de lo que hoy es la Reserva Forestal de Barú y el barrio Las Palmas sirve como un recordatorio sombrío de lo mucho que hemos perdido y lo poco que hemos ganado.
El principio liberal de que cada quien puede hacer con su tierra lo que desea ha sido, en gran parte, culpable de la devastación que hemos infligido a la naturaleza. La Constitución y sus directrices siguen siendo letra muerta. Bajo esta premisa, se han talado bosques, se han construido carreteras y se han levantado ciudades sin consideración por el equilibrio ecológico o la sostenibilidad. Hemos ignorado las voces que abogaban por un desarrollo más consciente y hemos priorizado el beneficio inmediato sobre la preservación a largo plazo. Nos hemos creído que la destrucción de la naturaleza es la antesala del desarrollo y crecimiento, una ficción maquiavélica e ingenua a la vez.
La ironía es palpable: en nuestra carrera por lo que llamamos “desarrollo”, hemos socavado las mismas bases que sostienen la vida en este planeta. La destrucción de las selvas de Puerto Armuelles y la pérdida de su biodiversidad no solo representa la desaparición de especies icónicas como el jaguar o el mono araña, sino también la degradación de servicios ecosistémicos cruciales, como la regulación del clima y la purificación del agua, entre otros. Con ríos limpios y cuencas protegidas, hoy los ríos San Bartolo y Palo Blanco podrían abastecer a todo el distrito de agua limpia; sin embargo, sus aguas contienen lodo espeso, que simboliza la negligencia generacional en proteger las cuencas y los bosques que proveen el recurso hídrico. Se ha priorizado una vaca por hectárea destruida, en lugar de una cuenca cuidada para dar el agua que podría construir una ciudad pujante y moderna. Incluso el río Rabo de Puerco, ícono de la historia de Puerto Armuelles, tiene una cuenca casi destruida en un 90%, donde lo que llega a la desembocadura es lodo en el invierno y polvo en el verano.
Reflexionemos sobre lo que ha sucedido en Puerto Armuelles y utilicemos esta historia como una advertencia. No podemos seguir sacrificando la naturaleza en el altar del desarrollo económico sin considerar las consecuencias. Es imperativo que reevaluemos nuestros enfoques hacia el uso del suelo, la conservación y la coexistencia con la naturaleza. El verdadero progreso no debe medirse solo en términos de expansión urbana o producción económica, sino también en la capacidad para vivir en armonía con el entorno natural que nos rodea.
Necesitamos un enfoque de desarrollo que reconozca el valor intrínseco de la biodiversidad y promueva un equilibrio sostenible entre nuestras necesidades y las del planeta. Solo así podremos evitar que la historia de la pantera negra de Puerto Armuelles se repita en lugares donde todavía queda algo por salvar.