Decenas de coloridas comparsas se dieron cita en las calles de la ciudad colombiana de Pasto para recibir en medio del jolgorio a la familia Castañeda,...
- 03/01/2025 00:00
Popurrí de comentarios más allá de la politiquería
Empezaré por una visión en buena medida apocalíptica con respecto a los tiempos que corren, los cuales a menudo más pareciera que nos viven (para bien o para mal de la humanidad tal y como hoy la conocemos), en lugar de ser nosotros mismos quienes habremos de seguirlos viviendo, si los dioses lo permiten.
Y es que son tantas las cosas negativas que han estado ocurriendo a un mismo tiempo en el mundo al concluir el presente año e irnos acomodando en algunas expectativas del nuevo –pletórico de más augurios negativos que de buenos presentimientos–, que no resulta fácil deslindar lo radicalmente malo acontecido hasta el momento poniendo en peligro la mismísima sobrevivencia humana, de aquello otro que pudiera resultar solamente prometedor con respecto a los grandes logros de la ciencia. Entre otras cosas: la certeza de poder ampliar la longevidad humana y la del medioambiente con la debida planificación y eficaz apoyo de la mejor tecnología, versus el claro peligro de que con tanto experimento sin control y tanta confrontación en regiones en guerra pueda estallar en cualquier momento una devastadora agresión nuclear (amenaza que por cierto ya lanzó el déspota ruso Putin hace apenas un par de meses).
Así, los ingentes peligros que cada día se tornan más preocupantes por tener sus más hondas raíces inmersas en la codicia territorial, el odio incontrolado, la permanente discriminación racial y socioeconómica, así como en la más desmedida ambición de poder del que tengamos memoria. Funestas inclinaciones todas ellas, sólo comparables a falencias de antaño en líderes mundiales carismáticos y a la vez profusamente odiados, como en su momento lo fueron Hitler y Stalin (representantes de las dos grandes antípodas ideológicas de sendos genocidas de inmensa crueldad). Vistas, así las cosas, ¿cómo negar que las confrontaciones bélicas que crecen y se diversifican en varias regiones del mundo representan auténticas amenazas a nuestra supervivencia como civilización?
Tanto así, que esa diaria dinámica de enfrentamientos pareciera tener más que nunca la siniestra posibilidad de echar raíces augurando resonancias catastróficas y lúgubres consecuencias. Me refiero, por supuesto, a los peligros de una auténtica intensificación de las actuales guerras que se libran amenazando la paz mundial: Israel batallando simultáneamente por su supervivencia con el liderazgo de al menos siete naciones de población islámica, y a la vez contra recalcitrantes grupos árabes terroristas, siempre activos, como lo son Hamás y Hezbolá. Y por otro lado, Ucrania, agredida por una Rusia expansionista, con apoyo ahora de varios miles de soldados de Vietnam del Norte.
Simultáneamente, en América Latina gobiernos dictatoriales como Cuba, Nicaragua y Venezuela, en las que los dirigentes de sus demagógicos gobiernos socialistas por años se aplauden entre ellos mientras con el mayor descaro se enriquecen mediante el camuflado apoyo del narcotráfico internacional, a costa de sus vapuleadas poblaciones sumidas en la pobreza y carentes de los más elementales derechos humanos.
Por otra parte, bien haría nuestro presidente en romper cuanto antes relaciones diplomáticas con el gobierno del sátrapa exguerrillero nicaragüense Daniel Ortega, por permitir que el expresidente Martinelli, condenado a 10 años y medio de cárcel por lavado de dinero, y hoy asilado en la Embajada de Nicaragua, descaradamente haga uso de ese sitio como centro de reunión partidista para organizar estrategias políticas, hacer arengas y lanzar proclamas, violando con ello los más elementales convenios diplomáticos internacionales; una simple protesta verbal del presidente Mulino no basta ante tanto descaro de parte y parte.
A todo lo anterior se suma ahora el inminente segundo gobierno del autócrata, prepotente y racista Donald Trump en Estados Unidos de Norteamérica, una de cuyas primeras declaraciones antes de asumir el poder ha sido el de una supuesta necesidad de recuperar el control del Canal de Panamá si nuestro país no transige ante una serie de disparatadas exigencias en beneficio del suyo, tales como darle paso expedito por el Canal a las naves norteamericanas y reabrir a corto plazo la mina de cobre cerrada apenas meses atrás por su actividad ilegal (como es sabido, así fue declarada en un tardío fallo de la Corte Suprema de Justicia panameña, además de por los obvios daños al medio ambiente por su actividad a cielo abierto). Todo ello fingiendo Trump no conocer la exigencia mayoritaria de cierre total de la mina demostrada meses atrás en las calles por la inmensa mayoría del pueblo panameño, lo cual habría de acatar con el rabo entre las piernas, el anterior gobierno).
Por suerte el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, de inmediato respondió patrióticamente en nombre de toda la nación a semejantes desatinos de Trump, por ahora sólo bravuconerías insostenibles. Sin embargo, viniendo de un hombre acusado de evadir impuestos, abusar sexualmente de mujeres, exigir la rectificación de las pasadas elecciones presidenciales al convocar a huestes de fanáticos seguidores a violentar en el mismísimo Congreso el resultado de las anteriores elecciones presidenciales que había perdido, nos da una idea del calibre moral de semejante personaje, con el que lamentablemente el mundo tendrá que lidiar próximamente.