• 22/08/2021 00:00

La pandemia del virus racial

“Han pasado al olvido las antiguas civilizaciones africanas que contribuyeron a la era del dominio global occidental; de africanos en la península ibérica, durante el siglo 14, con sus avances en la tecnología de navegación […]”

En la antesala del duodécimo aniversario de la “Conferencia Mundial contra el Racismo” (Durban, Sudáfrica, 31 agosto de 2001), se desbordó el colorismo en Panamá. Un docente indecente lanzó insultos racistas en contra de otro colega afrodescendiente. La frase “negro de mierda” ya se había escuchado dos años antes, cuando una reconocida exalcaldesa de la ciudad de Panamá atacó a otro profesor de igual coloración. Este último agredido todavía usa la expresión “Congolandia” como plataforma.

Albert Einstein advirtió que el racismo era una enfermedad de los blancos. Pero, quizás no comprendió cómo el colorismo entre personas no clasificadas como blancas ni “rabiblancas” es otra cepa de terror psicológico que ha causado grandes estragos, al impedir un auténtico progreso colectivo.

No existe cura contra el virus del racismo estadounidense que contagió al istmo de Panamá desde 1849. En 1910, la “primera dama” María Ossa de Amador sintió ofensa porque un afrodescendiente, Carlos A. Mendoza, asumió posesión de la silla presidencial que siete años antes su marido colombiano (exmédico de la Compañía del Ferrocarril) ostentaba.

Los tentáculos del germen racial, sin disimulo, penetraron la psiquis nacional. Durante agosto de 1924, Panamá estuvo bajo cuidados intensivos frente a la diarrea verbal de Olmedo Alfaro, reflejado en el Semanario Gráfico: “los antillanos infestan nuestras principales ciudades con sus costumbres exóticas y han dado a Panamá el aspecto de hordas africanas”.

En la década de los 40, apareció un brote epidémico de intolerancia (y la variante Arnulfo). Prohibido olvidar al afropanameño Lester Greaves, quien, en el enclave “zoneíta”, mantenía un noviazgo a escondidas con una mujer blanca de los EE. UU. Al ser descubierto, Greaves fue acusado de violación, y sin poder escapar el linchamiento judicial, lo condenaron a 50 años de prisión. 15 años después, sale del penitenciario de Gamboa al son de la canción “¿Por qué los tontos se enamoran?”, interpretada por Frankie Lymon y los adolescentes.

Para esa época, Rubén Blades cumpliría ocho años. Su composición “Plástico” resalta a los que le dicen “a su hijo de cinco años, no juegues con niños de color extraño”. A propósito, el término “blancos honorarios” fue utilizado por el régimen del apartheid de Sudáfrica que otorgaba derechos y privilegios de blancos a japoneses, coreanos y residentes de Taiwán, y más tarde agregaron a los chinos. Otras etnias previamente restringidas, como los judíos e irlandeses, también se convirtieron en “blancos honorarios”. Panamá ejemplifica esa estrategia globalizada de dividir para reinar. Con tal divisionismo, se hace difícil desmantelar el virus mortal o constructo sobre la fragilidad blanca.

Han pasado al olvido las antiguas civilizaciones africanas que contribuyeron a la era del dominio global occidental; de africanos en la península ibérica, durante el siglo 14, con sus avances en la tecnología de navegación como el astrolabio, el sextante, la cartografía y la construcción naval que allanó el camino para la Era de la Exploración. Además, una gran cantidad de sus inventos son utilizados en nuestra actualidad.

Ahora, las riquezas del sistema se distribuyen de acuerdo con una construcción cromática piramidal. El clasificado como blanco representa el ápice de privilegios, mientras se relega al negro a la base o su parte inferior. Por otro lado, el terrorismo psicológico y menosprecio están a la orden del día. Las caricaturas periodísticas, el rechazo institucional del cabello rizado y las alusiones a través del lenguaje peyorativo. Veamos: “día negro”, “no me cojas de congo”, “aguas negras”, “mercado negro”, etc.

Mientras tanto, la supuesta revolución del “Che” (chombo, chino y cholo) es una ilusión irrealizable. Hay demasiados gallos “pintos” contaminados.

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