• 29/04/2021 00:00

Panamá da pena: La bitácora

En ocasiones, Panamá da pena. Quizás siempre ha sido una razón para dar pena. Compadecerse del país es por la ausencia de una luz que pueda divisarse en el horizonte tendiente a darle un motivo de esperanza.

En ocasiones, Panamá da pena. Quizás siempre ha sido una razón para dar pena. Compadecerse del país es por la ausencia de una luz que pueda divisarse en el horizonte tendiente a darle un motivo de esperanza. La esperanza de algo mejor, de poder lograr los cambios en nuestras conductas, en nuestros valores, en nuestra forma de ver las instituciones que creamos, para lograr una organización que signifique algo para todos.

Lástima de país, por carecer de una clara noción de cómo abordar tanto sus problemas nacionales como las presiones internacionales que recibe de los fuertes y poderosos, tratando de amoldar nuestra integridad, así como nuestra autodeterminación, a sus intereses geopolíticos.

Hoy, con el afán de salir de unas mal intencionadas listas grises, negras u oscuras, nos abocamos a implementar directrices internacionales que nos ven como los “sudras o descastados” de la comunidad internacional. Lo que nos ocurre a nosotros no le pasa a Singapur, a Egipto, a Dubái en el golfo Pérsico. Ni siquiera a Hong Kong. Todos estos, conociendo su posición estratégica, saben cómo utilizar esa herramienta para impedir que les dictaminen la forma como deben amoldar sus conductas.

La comunidad internacional sabe que cerrar Suez, el golfo Pérsico, el Estrecho de Malaca detiene el comercio internacional. Solo el accidentado portacontenedores en Suez fue una muestra del impacto del movimiento de bienes que puso a Egipto en la mente de los poderosos.

¿Y nosotros con el Canal qué? ¿Somos acaso incapaces de utilizarlo en el ejercicio a nuestra soberanía y autodeterminación como una herramienta defensiva ante la geopolítica mundial? Bueno, aquí no hay política exterior. Hay obediencia debida, terror y falta de voluntad, para no decir otra cosa.

Entre la lucha contra las drogas y, ahora, la lucha por la transparencia tributaria, nos manejan como títeres. Nos patean como bestias y nos imponen condiciones como esclavos.

Las nuevas herramientas impulsadas por el Gobierno, y por solicitud de las organizaciones internacionales, no van a impedir el tráfico de drogas ni a mejorar los niveles de transparencia ni a impedir el uso de la plataforma de servicios para impedir el lavado de activos o la corrupción. La extinción de dominio será una herramienta para el abuso y la persecución.

Está bien con quitarle los bienes a los delincuentes, pero ¿qué ocurrirá cuando ese instrumento sea utilizado para perseguir a los ciudadanos por razones políticas o vendettas personales?

Entendamos algo. Si hay algo que cambiar es el entorno institucional y de justicia. Mientras eso no ocurra, todas las medidas que se tomen para saciar el apetito de las organizaciones internacionales no tendrán mayores consecuencias. Siempre nos equivocamos. Esta es apenas una razón más.

Abogado y analista político, expresidente de los diarios La Estrella de Panamá y El Siglo.
Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones