- 20/11/2024 02:47
Opinión, desinformación y humanidad
¿Que por qué miramos con tanto interés y detenimiento lo que ocurre en los Estados Unidos?, ¿Por qué las reacciones en contra o a favor de los resultados de las recientes elecciones presidenciales? Porque, a pesar de que culturalmente vestimos de pollera y montuno, cantamos calipso y bailamos congo, paseamos el dragón chino o meditamos con el incienso hindú, entre muchas otras expresiones culturales, sociales y políticas, hemos estado bajo “ese paraguas” e influenciado por la economía y la política de ese país por muchísimas décadas. Los Estados Unidos: un país que potencialmente puede cambiar el destino de toda la humanidad.
He estudiado comentarios de muchos latinos que votaron por el hoy presidente electo Trump y muchos le dieron el voto, sencillamente por razones de índole económica, personal y familiar, sin importar que ha abrazado la causa de grupos como los neonazis, que detestan la presencia de estos mismos latinos en suelo estadounidense. Pero esos votos se sustentan sobre su derecho a elegir y a opinar. Sobre el derecho a la opinión me referí hace algún tiempo.
Tuve un profesor que nos insistía en no “opinar a ciegas”. Que no abriéramos la boca para repetir las mismas generalidades sobre lo que se discutía. Exigía aportes educados y bien formulados. Era mejor quedarse callado. Mejor aún, conocer algunos pros y contras de lo que se trataba.
Dictando una clase se daban acontecimientos como: “Díganme, ¿por qué tal o cual cosa?... “Porque así o asá, profesor”, contestaba alguien. “¡Nop!”. Otro: “Porque equis o ye o zeta, profesor. “¡Naaa! Leíste solo la introducción del libro”. “¿Quién más? Fulana: ¿qué me dices? “El asunto es que así o asá, profesor”... Tú estabas con el que leyó la introducción. Era una clase amena y enriquecedora; su silencio significaba que más o menos estabas un tanto cerca de la realidad del tema y de allí él profundizaba sobre el asunto.
Llegó a tener una de las clases más concurridas por los estudiantes que a la larga cayeron en su trampa: investigar antes de abrir la boca. Lo importante era entender, como decía, los hechos discutidos en la clase en el marco de la mayor cantidad de información posible a favor o en contra. No daban mucho espacio a utilizar la carta de: “Tengo derecho a mi opinión”. Eso será cierto, pero no significa que sea correcto y mucho menos si no está fundamentada por la evidencia científica y comprobada.
La desinformación es un arma letal contra el desarrollo y en el día a día, nos vemos enfrentados al dilema del derecho a la opinión personal. No hay mucho que se pueda hacer cuando alguien te lo manifiesta, no importa qué tan desinformado este.
En términos generales muchos de los que escribimos en estos espacios dedicamos un tiempo prudencial a la investigación sobre lo que vamos a tratar. O la mayoría son expertos, educados al más alto nivel en temas específicos: medicina, ambiente, salud pública, derecho, educación, tecnología, finanzas, economía, etc. No hay duda de que en algunos temas, particularmente los político-ideológicos, el que opina sesga sus observaciones conforme sus más íntimas convicciones político-sociales o religiosas. El pequeño diablito que tenemos a lo interno toma control de nuestras más crudas emociones y, nublada la razón, nos esquinamos en lo que consideramos ese derecho para no darle espacio, ni una pulgada, a otra idea que puede ser contraria a la nuestra.
Las redes sociales han permitido que todos puedan opinar sobre lo que les venga en ganas; y lo hacen. Me apresa con total asombro el hecho de que algunas personas opinan emotivamente contrario al sentido común y al balance lógico ante los hechos evidentes. Es decir, dejan a un lado el análisis frío y concienzudo de la realidad existente y visible para abrazar y defender los escenarios creados sin corroboración, evidencias ni fundamento. Imaginarios que han sobrevivido por la repetición de discursos o ideas presupuestas, medias verdades o simplemente mentiras.
En el caso de Trump, por ejemplo, no hay mucho que investigar. Sus mensajes durante la campaña política y sus primeros nombramientos de gobierno nos dejan una idea de la disrupción que pretende en los asuntos nacionales y de geopolítica que nos afectarán de alguna manera u otra. Esos mensajes, más claros no pueden estar. Más que leer “la primera página” como diría mi profesor, su maquinaria comunicacional de propaganda y redes sociales ha sido demoledora para la objetividad. Mi apreciado profesor debe estar anonadado, como lo estoy yo, sobre el giro en la comunicación de masas y su efecto en el comportamiento, la valoración sociocultural y su posible deterioro de la condición humana, a corto plazo, si los sensatos no hacen algo pronto.
*El autor es comunicador social