• 11/07/2022 00:00

Octogésimo aniversario de la Biblioteca Nacional De Panamá

Voces amigas solicitan emborrone unas líneas a propósito del octogésimo aniversario de la Biblioteca Nacional de Panamá. .

Voces amigas solicitan emborrone unas líneas a propósito del octogésimo aniversario de la Biblioteca Nacional de Panamá.

Quisiera recordar que nuestra Biblioteca Nacional advino casi cuarenta años después de la fundación de la república hacia 1942. El Istmo de la vigésima centuria pasó casi cuatro decenios republicanos desprovisto de una institución análoga.

Desde miradores iberoamericanos esa tardanza en materializarla y dotarla de vastas colecciones alusivas a todas las ciencias, las humanidades y las artes significó un deplorable rezago que la opinión pública coetánea lamentaba.

A diferencia de tantas bibliotecas europeas establecidas durante la Edad Media y el Renacimiento las cuales suman incontables centurias de esplendor, algunas como la Biblioteca Nacional de Francia que fue, en un primer momento, biblioteca real; luego, a fines del siglo XVIII, biblioteca nacional, y en la segunda mitad del siglo diecinueve, biblioteca imperial, en la época de Napoleón III, la nuestra, estrenada en el ocaso de la primera mitad del siglo veinte, heredó de la célebre Biblioteca Colón, fundada en 1892, durante la última década del Panamá colombiano, más bien municipal, algunos fondos antiguos decimonónicos y otros más recientes. En dicha biblioteca leyeron y consultaron publicaciones egregias cifras de nuestra intelectualidad como Diógenes de la Rosa ( 1904-1998 ), Roque Javier Laurenza ( 1910-1984 ), Rodrigo Miró Grimaldo ( 1912-1996 ) y Carlos Manuel Gasteazoro ( 1922-1989 ), entre muchos otros. El finado historiógrafo Gasteazoro se refería a sus bondades y excelencias cuando cursaba la escuela secundaria en momentos en que no existía una biblioteca nacional.

De 1904 a 1942 inclusive florecieron unas memorables bibliotecas en algunos colegios capitalinos en cuyas salas abrevaron infinitos conocimientos varias hornadas estudiantiles. Rememoremos, por ejemplo, la famosa biblioteca del Instituto Nacional y las renombradas de los colegios de La Salle y del Javier, a más de otras, casi universitarias, que recorrimos, como las del Instituto Panamericano y del colegio Justo Arosemena. Algunas de éstas surgieron antes de la Biblioteca Nacional y llenaron un vacío en bien de las ansias de saber de sectores de las juventudes coevas.

Volviendo a la providencial fundación de nuestra Biblioteca Nacional hacia 1942, tocaría aclarar que tuvo su primera sede, a lo largo de sus primeros cuarenta y seis años, en un incómodo, anticuado, edificio de mampostería, sito frente a la Asamblea Nacional, huérfano de los requisitos mínimos para brindar a sus lectores tranquilidad y solaz para efectuar sus pesquisas. Un calor tropical y tórrido inenarrable enervaba a los lectores distribuidos en los dos escasos pisos de su estructura. En los depósitos de sus libros y revistas, sometidos a temperaturas infernales y a una humedad suprema, los materiales bibliográficos sufrían estragos indecibles. Todo aquello varió afortunadamente hacia 1988 al trasladarse la Biblioteca Nacional a una gentil colina del parque Omar Torrijos Herrera, dotada de un ambiente bucólico, cuasi campestre, y de unos acondicionadores de aire por primera vez en el siglo veinte.

En síntesis, el auténtico renacimiento de la Biblioteca Nacional se cumplió en los últimos treinta y cuatro de su andadura, ya trasladada a un funcional edificio de cemento y beneficiaria de la revolución digital que la ha dinamizado y universalizado.

No debe omitirse, sin embargo, la lista de sus beneméritos directores desde 1942 que se inicia con los cuidados especiales a la entidad que multiplicaron, en su día, Ernesto de Jesús Castillero Reyes, Bonifacio Pereira Jiménez y Ana María Jaén y Jaén, en sus inicios, y que continuó una pléyade de abnegadas unidades que no cesaron de acrisolar la institución velando por su sobrevivencia. Tampoco ha de olvidarse el celo y el afán de los directores, bibliotecarias y bibliotecarios de la misma a partir de 1988. El ambiente de solidaridad y apoyo a los lectores, estudiantes e investigadores que la visitan es timbre de orgullo y ratifica la calidad de la remozada Biblioteca Nacional hoy por hoy.

Recorrí Europa, en los años sesentas y setentas del siglo veinte, a guisa de estudiante universitario, registrando el papel que sus naciones adjudicaban a sus bibliotecas respectivas. De Sevilla a Suecia me impuse frecuentar las de España, Francia, Bélgica, Inglaterra, Suiza, Italia, Alemania, Dinamarca y las de Estocolmo. En esas naciones las gentes calibraban los países en función de la nombradía de sus bibliotecas emblemáticas. Ello impele a defender esas entidades y perfeccionarlas como sucesoras de las bibliotecas mayores de la civilización occidental y oriental.

Loor al octogésimo aniversario de nuestra Biblioteca Nacional de Panamá.

Sociólogo y docente universitario
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