• 22/12/2024 13:24

Mi compromiso con la memoria histórica

El viernes pasado, 20 de diciembre de 2024, se cumplieron 35 años de ese sanguinario y cruel episodio de la vida nacional

En los círculos profesionales en los que me desempeño, he pasado gran parte del tiempo de las últimas dos décadas justificando de mil maneras sobre la necesidad de darle el valor y preservar nuestro patrimonio histórico. Ha sido bastante agotador convencer a los que toman decisiones y asignan fondos sobre la importancia a largo plazo de esta tarea.

Hay un evento histórico que ocurrió y que, por igual desatención durante el tiempo que ha pasado, es lamentable la soledad en que van quedando los muertos en esta sociedad artificial y sin compromisos. En honor a los muertos y desaparecidos de la invasión del 20 de diciembre de 1989, reproduzco partes de un escrito presentado anteriormente.

El viernes pasado, 20 de diciembre de 2024, se cumplieron 35 años de ese sanguinario y cruel episodio de la vida nacional. A pesar de los múltiples señalamientos sobre el rumbo social que lleva el país, pocos son los ciudadanos que detuvieron sus actividades para honrar la memoria de los caídos ese 20 de diciembre. Muy pocos recordarán que aún no sabemos cuántos muertos y desaparecidos realmente hubo.

Hace un tiempo escribí que “a mucho pesar, Panamá no es más que un lugar en donde vive gente. Nos sobrecoge una población que piensa y funciona en el presente vago; ayudado por los medios: con la fabricación de figuras artificiales y vacías que no agregan valor a lo sucedido en las últimas décadas del siglo pasado en esta franja de tierra. Que costó vidas por la defensa de la dignidad nacional y la recuperación e integración del territorio panameño”.

Transcribo extractos de uno de muchos de los testimonios sobre la invasión del 20 de diciembre de 1989 que aparecen en “El libro de la Invasión” de Pedro Rivera y Fernando Martínez, un valioso aporte a la memoria histórica del país. En la página 264, Mirka Rodríguez relata: “Mi hermano acababa de cumplir 27 años en noviembre. Estudió en la Academia Militar de Bogotá. Tenía esposa y estaba criando una niña de 4 años. (Esa noche estaba de turno en el Batallón de Ingeniería Militar). Al Batallón de Ingeniería Militar lo destruyeron por completo. No te puedo decir quiénes son ni los nombres de los que cayeron. Tampoco sé por qué no quieren hablar los que se llevaron para Nuevo Emperador arrestados. En cambio, puedo decir, convencida, que mi hermano en muchas ocasiones nos dijo que si tenía que morir por su país, moriría”. Mirka puntualizó: “No acepto que califiquen a los militares caídos como miembros de la narcodictadura. Nosotros no nos hemos beneficiado con dinero de ninguna narcodictadura. Perdí la cuenta de los días que pasé buscando a mi hermano en el Santo Tomás y en el Seguro Social. Vi herido por herido, muerto por puerto. Leí todos los listados y no lo encontré. Uno quiere ser muy frío... ¡y te llega...! Vi 125 muertos, uno por uno, además de todos los que había visto en el Santo Tomás, en el Seguro y en todos lados. En una lista apareció como herido y en otra como muerto”.

Después de muchos días... (continuó Mirka relatando), “llegó al Hospital Santo Tomás una lista del Gorgas en donde aparecía el nombre y número de seguro. Los gringos habían recogido y enterrado los cadáveres en bolsas. Luego los exhumaron para tomarles fotos. Pero no las entregaron sino a última hora a la medicatura forense. Tuvimos que esperar casi 8 días para identificarlo. Su cara, aunque estaba deformada, se podía reconocer. Unos amigos me dijeron que lo habían visto vivo, pero herido, quizás inconsciente. Cuando lo vi en la foto, con la lengua destrozada, dije: ‘Bueno, será que le dieron un tiro’. El 27 de abril, durante la segunda exhumación que hicieron, lo encontramos. En esa exhumación identificamos a otros. Al guardia de la entrada de Amador y otros dos a los que les pasaron las tanquetas encima, parecían planchas de cartón. Se debió fotografiar a los cadáveres. Por ejemplo, al que murió atado. ¡Qué se viera! Pero toda esa psicosis, miedo, terror y rabia... que los periódicos utilizaran su dolor para comerciar, eso da rabia. Además, se sabía que la mayoría de los medios locales estaban parcializados”.

En la dedicatoria que me hacen los autores de este libro, Pedro dedicó: “para el compañero de angustias compartidas...” y Fernando escribió... “y para que no exista perdón, ni olvido”. Mi compromiso con la patria es que desde esta o cualquier otra tribuna en que pueda dar a conocer mi opinión, no habrá perdón ni olvido.

Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones