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- 23/09/2020 00:00
El legítimo derecho a la militancia social
En Panamá estamos cayendo en la trampa divisionista de algunas visiones miopes para aislar a los grupos progresistas y hacerlos víctimas del dogma, intelectualismo elitista y en otros casos, teorías atolondradas que rayan más en lo “conspiranoico” que en lo político. Esto se debe a que en un país desideologizado y sin identidad de clase, los que han leído así sea un poquito, pretenden subrogarse la sacrosanta decisión de con quién mezclarse; causando que otros grupos tengan una dinámica con más arraigo social.
La izquierda termina en círculos pequeños con monólogos para convencer a los convencidos, una forma de saciar egos y otros males para el debate panameño. Mientras nuevos actores irrumpen en el panorama, otros pretenden reducir más el espectro en una especie de religión maniqueísta donde se desprecia y rechaza a quienes no coinciden ideológicamente.
La protesta social no tiene dueños, no tiene corrientes y tampoco exclusividades. Esta máxima la aprendí ya adelantado en la vida política, cuando entré en contacto con movimientos sociales y personas que no estaban bajo el paraguas ideológico para el cual militaba. Descubrí que el movimiento indígena y campesino tiene una cosmovisión propia, una agenda de subsistencia y no de imposición dogmática, como sí lo tienen otros sectores de la población.
En las coyunturas contra la minería y las hidroeléctricas ilegales, hubo una confluencia de corrientes pocas veces vista, al menos desde la dictadura hasta acá en términos cronológicos; toda clase de personas y personas de toda clase, valga el juego de palabras, se unieron por causas más o menos homogéneas: el respeto por los pueblos indígenas, la lucha contra la minería a cielo abierto y el combate contra el despojo de las tierras para el lucro, acompañado del juegavivo y la corrupción; exacerbado por una marcada represión sistemática de una fuerza pública que se salía de control impunemente.
Es claro que hay agendas e intereses. ¿Es acaso esto un pecado? ¡Pues, claro que no! Bien ingenuo aquel que, teniendo escenarios de conflicto, “trabaje para el inglés”, como se dice coloquialmente. Pero los movimientos ideológicos deben entrar en esta dinámica y no aislarse; como dice un amigo mío, “hablar de todo con todos”; teniendo claro que el objetivo inmediato es refundar el país.
Las convocatorias no pueden ser monopolizadas por los que “me caen bien” o por quienes caprichosamente “yo quiero que las hagan”; cada ciudadano tiene derecho, en el marco de la Constitución, a manifestar su sentir o disconformidad, si es que somos un Estado de derecho. A las vanguardias ideológicas les corresponde tener un claro posicionamiento sobre las coyunturas e individuos, pero los revolucionarios nunca tener una postura de sumisión oportunista ante los grupos que representen a los sujetos con diferencias de clase.
Si la izquierda joven, sin adjetivos divisorios, lejos de peleas de hace un siglo, sin los males del intelectualismo y sectarismo, pero sobre todo con una clara identidad ideológica y un mapa político definido, logra entender esto, podremos decir que hemos madurado, lo que ha llevado a la victoria progresista en otros países.
Y si alguno tiene alguna duda y le parece propio analizar a Lenin, en 1902, en su famoso documento “¿Qué hacer?”, dictaba una frase, propia de su práctica y astucia: “Puede temer alianzas temporales, aunque sea con personas poco seguras, solo quien desconfía de sí mismo, y sin esas alianzas no podría existir ningún partido político”.