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- 18/12/2023 13:22
Invasión norteamericana a Panamá, 20 de diciembre de 1989
El magnicidio de Omar Torrijos Herrera, el 31 de julio de 1981, marca el inicio de una estrategia para la anulación de la firma de los Tratados del Canal de Panamá que buscaba el desmantelamiento de 14 bases militares y la eliminación de un tratado a perpetuidad que nos impuso por más de 80 años a ser un país colonial y con una frustrada independencia nacional.
Firmado el 7 de septiembre de 1977, los Tratados Torrijos-Carter, también marcaron la derrota electoral del presidente Carter y el inicio de una política ultraconservadora del Partido Republicano como una amenaza permanente al cumplimiento de dicho tratado. La política exterior de los republicanos señalaba en los Documentos de Santa Fe, número I y II, el peligro para la geopolítica norteamericana del general Torrijos y del presidente Roldós de Ecuador, quien muere en un extraño accidente en las montañas de su país. Unos meses después muere de la misma forma el general Torrijos, quien se dirigía a su refugio de montaña en Coclesito.
La invasión a Panamá fue orquestada años antes con una guerra económica y una campaña de desprestigio que duró más de tres años, con cierre de bancos, agitación en las calles, y provocando unas elecciones que fueron anuladas, creando el ambiente de conflictos que justificara la invasión en plenas fiestas populares de fin de año.
El 20 de diciembre de 1989, con la mitad de los efectivos militares usados en Vietnam, el imperio rapaz de Bush invadió nuestro territorio, llenando de luto y dolor a América Latina. En las primeras 24 horas cayeron más de 200 bombas de alto poder destructivo y se utilizó la más alta tecnología de guerra, con armamentos probados, que serían utilizados en la invasión a Iraq unos meses después. Jamás, panameño alguno aceptará las razones políticas o morales, inspiradas en supuestos valores cívicos, que justifiquen semejante crimen. La mentira epistolar de que buscaban arrestar a un hombre y sus allegados, el mundo civilizado no la creyó.
Las familias y amigos de los 4000 muertos, 8000 heridos, 5000 damnificados por la destrucción y bombardeos de sus edificios y residencias, 25000 botados de sus puestos de trabajo, jamás podremos olvidar la agresión sangrienta y criminal que ejército alguno, en la historia, haya perpetrado para derrocar un régimen e imponer otro que respondiera a intereses hegemónicos. El impacto de lo sucedido refleja un drama mayor en un pequeño país de poco más de 3 millones de habitantes, difícil de olvidar es también la indiferencia de la prensa mundial, cuando hace el inventario de las invasiones norteamericanas en el mundo, no menciona a Panamá, manteniendo la complicidad de ocultar el dolor de un país masacrado.
Encontrándose desde el día anterior bajo la protección de los norteamericanos, y aglomerados en un frío salón de una base militar estadounidense, tomaron posesión los nuevos mandatarios. Les tocó escribir la página más negra de nuestra historia, encabezar un Gobierno al servicio de los intereses norteamericanos y aplaudir como cómplices mudos la masacre de todo un pueblo.
Estuvimos frente a una ‘democracia tutelar’ o ‘democracia imperial’, frágil como banderita rodeada de tanques y fusiles extranjeros garantizando la hegemonía de las actuales fuerzas dominantes.
Con una Asamblea proclamada sin actas, asignando las curules de a dedo, para legitimar el Gobierno, con la complicidad del partido víctima de la cruel batalla.
La invasión e imposición de un Gobierno interino al servicio de sus intereses fue la fase final de una operación para desmantelar el proceso de Independencia Nacional. La muerte de Omar Torrijos fue el primer paso para comenzar el proceso de destorrijización de la realidad panameña.
La penuria económica impuesta por la agresión (1987-1989), la invasión militar a nuestro territorio, la imposición de un Gobierno títere y la total ocupación militar de nuestro istmo por parte del ejército ‘gringo’, retrata un cuadro humillante y a su vez un pueblo a punto de estallar.
Los intereses estratégicos de Estados Unidos se encaminaron a desvertebrar el Estado Nacional panameño, en complicidad con el clero católico de aquel entonces y la oligarquía local sedienta de poder.
La Comisión de la Verdad sobre el drama vivido, la violación a los Derechos Humanos de las víctimas, perseguidos y exiliados, calumnia y deshonra para los que se quedaron o volvieron hasta el último día de septiembre de 1994, nos prohíbe olvidar, aun cuando la complicidad del hoy se la debamos a los miembros de un Gobierno del cual sus antecesores fueron las víctimas de este suceso. Hay que tener el corazón de piedra y una memoria limitada para liderar semejante bochorno histórico.
¿Será que tendremos que esperar, como la España de hoy, para imponer una ley de memoria histórica para desenterrar nuestras fosas comunes y nuestros recuerdos?
Los miles de panameños asesinados por el terrorismo norteamericano son tan importantes como los muertos en Iraq, Libia, Vietnam, Palestina, República Dominicana, Chile y otras admirables naciones víctimas de la agresión extranjera.
Tendremos que reconocer finalmente que después de varias décadas el Gobierno Panameño, acepta y declara día de duelo nacional el 20 de diciembre y que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), de la Organización de los Estados Americanos, después de casi 30 años, condena a los Estados Unidos y recomienda reparar integralmente las violaciones de derechos humanos acreditados en el informe presentado por la abogada panameña Gilma Camargo.
Este vía crucis, vivido por un país tan pequeño, no debe olvidarse de los sucesos que manchan de dolor y luto a la población panameña. El mundo sigue actuando con doble moral y doble discurso en nombre la civilización, la libertad, la paz y la democracia mediatizada.
El autor es presidente del Instituto Iberoamericano de Turismo Rural.