• 12/11/2021 00:00

Hondo malestar

“Carlos Augusto Herrera Guardia se volvió un soplo en aquella isla casi desierta, junto al tiempo que barre las huellas de aquellos cansados pasos”

Qué puedo decir al apagarse este agosto del año que decurre con el estigma demoledor que arrastra la extinción de la vida de mi hijo en ese ocaso barroco, que, a cinco años, se siente el indisoluble resquemor al rescoldo de ese agonizante dolor infinito que me acompañará hasta la tumba y que mientras seguiremos en la busca de respuesta, algún santo dijo que al final se sabrá la veracidad oculta, pero aún no existen más que los trazos que vislumbren la revelación de los sospechosos culpables de la maldad intelectual o material. Claro que han empezado a sucumbir los pilares del mal que en su estallido pueden aportar luces, como la de aquel anciano descarnado que, sin mayores destellos y trasnochado en su arcaísmo, se apagó con el ocaso si mayores espasmos o tal vez al soberbio al que se le trancaron las puertas del servilismo y en esta encrucijada maldiciente, le fallaron los presupuestos de la impunidad hasta obligarlo a renunciar de aquel reinado que pareció eterno con cincuenta años y que el servilismo persistente trató de aplaudir.

Con actos propios, como eso de mandarme al servil mensajero para exculpar conductas y tratar de justificar al tratar de acomodar los pasos que excluyan a los responsables, pero que embriagado en el poder de torcer la justicia dio las repicadas y erráticas coces que terminaron por dar paso a la Amparo de Garantías contundente que lo arrincona y por ello trató de dar una torpe excusa de la ausencia de una mala intención y entonces viene el anuncio de la renuncia de cincuenta años de oprobio, con el otro intento de retirase con aplausos de la torcida vida de burlas, trampas o engaños, al abusar con el poder de la Ley. Ya han sonado las trompetas con el anuncio de las razones por la extraña renuncia maquillada, se dice del conciliábulo para alcanzar beneficios o, a lo major, en presagio de la tormenta que se puede avecinar frente al rigor de la Ley. Claro que no podemos creer en la certeza de la verdadera aplicación del estatuto de darle a cada cual lo que corresponde, de acuerdo a lo expuesto en las inexpugnables reglas de la dignidad humana.

El 26 de agosto se cumplieron cinco años del deceso de mi amado Carlos Augusto Herrera Guardia, con la extensión del dolor implacable por su prematura partida. Debido a mi formación jurídica, traté de reconstruir el extraño suceso y por ello me trasladé a esa isla en San Blas en pos de las confusas averiguaciones complicadas por el oriundo personero, cuya comunicación cuesta tanto como las horas en lancha para llegar a su oficina. Dudo que su formación intelectual se encuentre a tono con las investigaciones penales que deben llegar el Ministerio Público. Hubo muy poca comunicación con el indígena a cargo de la investigación penal, lo que se complicó con las tartamudas gestiones de la policía de la sección de Senafront acodada en otra isla y encargada del sector.

Otro inconveniente result ser que el Ministerio Público de San Blas depende del Ministerio Público en la Fiscalía Regional de Colón y parecía que ese trabajo itinerante tenía su sede en la ciudad de Colón lo que nos hizo viajar durante toda la maltrecha investigación con un sinsabor, al no encontrar el celular del inmolado en el lugar en que sucumbió mi hijo y el CPU de su computadora, que tampoco apareció y que estaba desarmada dentro del carro en el que se transportó hasta el puerto de embarque aquel aciago día y que fue registrado sin saber si tal acción respondía a las pesquisas.

Por eso todo se convirtió en nada y así se cerró la torpe investigación, pero algún día conoceremos esa verdad de lo ocurrido, ahora sujeta a la divinidad que sabe el momento preciso para develar lo oculto.

Carlos Augusto Herrera Guardia se volvió un soplo en aquella isla casi desierta, junto al tiempo que barre las huellas de aquellos cansados pasos. Ahora lloro ante sus restos en la cripta, tan mudos como los trazos que aparecieron transcritos en ese levantamiento o las declaraciones del otro indígena que alquiló el cuarto y que estuvo con él mientras se consumó el trato para ocupar el rústico que sirvió de antesala antes de su partida. Pronto crecerán los niños y tal vez Dios permita con extender la vida para que nos volvamos a comunicar y así prohijar el amor suspendido de este abuelo que pide a Dios que se aclare este macabro suceso.

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