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- 29/03/2025 00:00
Hollywood de contrabando
El cine, como vehículo de divulgación e instrucción, fue un producto que circuló fluidamente con todas las seguridades legales del caso desde Panamá hacia Sudamérica en las primeras cuatro décadas del siglo XX siendo uno de sus principales destinos el Perú donde se vivía una efervescencia cultural. Sin embargo, en el país de los incas el mundo del espectáculo se nutría de una población en acelerado proceso de cambio por la nueva urbanización de ciudades y la transformación industrial minera y agroexportadora. Nuevos entretenimientos se sumaban o competían con los tradicionales y el cine comercial —además de la música— fue uno de los de mayor impacto influyendo en la cosmovisión de los citadinos y de los pobladores rurales. Pronto el ingenio de audaces promotores artísticos se pondría a prueba para llevar el cine a las serranías peruanas con acciones, en muchos casos, que lindaban con lo que entonces se llamaba contrabando y que actualmente se llamaría delito contra la propiedad intelectual.
En febrero de 1914, la “Universal Film Manufacturing Company” de Nueva York ofreció al Perú documentales cinematográficos para el aprendizaje de diversos oficios. El jefe de la Legación peruana en Washington DC, Federico Pezet, informó a Lima que la mencionada firma proponía la venta de un documental sobre cómo beneficiar las reses en el canal público y sobre los cortes de carne que debían hacerse para obtener el máximo beneficio de la res. La película, a la que se podría agregar subtítulos en castellano, tenía un costo de $200 (Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, Caja 650, File 7, of. 20, doc. 28, 1914). Si bien inicialmente el Ministerio de Fomento expresó interés siempre que se aplicase un descuento y luego declinó seguir con las negociaciones, la “Universal” no cejó en su empeño y regaló un documental sobre talabartería pretendiendo con ello atraer a los criadores de caballos de paso peruanos. Más tarde, ambas partes pactaron retomar las conversaciones en Panamá y establecer un curso legal de distribución.
Un mes después, el comisario de Patentes de Estados Unidos comunicó a la Legación peruana que la solicitud de César Bustamante para patentar un teclado para máquina de escribir presentado en setiembre de 1913 fue rechazada porque había otras seis propuestas iguales, una de ellas procedente de Panamá. El abogado W.B. Morton, defensor legal del peruano, presentó pleito por plagio contra los presuntos seis inventores (MRE, Caja 650, File 7, of. 74, doc. 84, 1914). Con el nacimiento de la corriente indigenista en el Perú, el ingenioso Morton señaló como argumento que el aporte de Bustamante permitía escribir en quechua. Un prototipo de la máquina de Bustamante sería encontrado veinte años más tarde cuando la policía desmanteló una red clandestina de películas de Hollywood.
En mayo de 1933, el cónsul peruano en Colón Juan Picón terminó funciones y se embarcó en el vapor “Sesostris” hacia El Callao dejando como encargado del consulado a José León, funcionario administrativo que tuvo la responsabilidad de descubrir una red de tráfico de películas comerciales hollywoodenses (MRE, Caja 8-39-B, of. 58, 1933).
León inició sus pesquisas partiendo del supuesto de que los importadores de películas se valían de los paquetes postales para burlar los pagos fiscales ante el consulado y ante la aduana de El Callao. El paquete que inició la investigación fue el de la “Columbia Pictures Distribuiting Co. Inc.” dirigido a Teófilo R. Fiege enviado por correo aéreo Panamá-Lima. Si bien la aduana de El Callao declaró que no hubo irregularidades en esa importación, las sospechas de León se centraron en otros casos donde, al tiempo de examinar la firma del declarante, se habría consignado un valor menor al real para pagar menos tasa por la película. Una variante a esa conducta fue declarar como “documental” una producción comercial.
Esta situación solía acontecer con las películas destinadas a asientos mineros ubicados en los Andes del sur del país con enclaves de extranjeros que vivían en sus propios campamentos. Una vez exhibida la película y agotada la temporada asignada a la misma, pasaba a manos de propietarios de teatrines o comerciantes ambulantes que, con un proyector portátil, solían mostrar el filme —al margen de los canales oficiales— en el resto de los poblados de la comarca. Esta modalidad presentaba el problema del idioma por lo que se preparaban folletos en quechua para que los pobladores alfabetizados se los leyesen o explicasen a los demás.
El uso de paquetes postales para comercializar películas se detuvo debido a “la escasez de materia prima que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial. La industria bélica requería el empleo de celulosa para la fabricación de explosivos, producto que era usado también en la elaboración de insumos fotográficos. Estados Unidos, país productor de la materia prima, volcado al esfuerzo industrial de guerra, impuso el racionamiento de las cuotas exportables de cinta virgen para filmar o copiar películas” (Bedoya, 2010). Esa fue la oportunidad que aprovechó el cine mexicano para llegar a los cinéfilos del Perú lo que modificó los canales de distribución debilitando la ruta Panamá-Lima.