La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 04/05/2023 00:00
Yo soy de Haití
Hace tiempo que me pregunto por qué llevo tan adentro mi país, pese a los años transcurridos de mi vida en España. Independientemente de que sea el lugar donde nací, porque allí me alumbró mi madre, tengo una gran intimidad, una sólida complicidad con esta tierra. Además por mucha metamorfosis que sufriera, o perversa gimnasia intelectual que hiciera para desligarme de ella, me resultaría sumamente difícil cambiar mi ser, alterar mi personalidad, modificar mi esencia, borrar los recuerdos y anular mis vivencias y sentimientos. Le soy fiel por la deuda moral que tengo hacia ella y por la inmensa gratitud que le consagro.
Trato de establecer, y no es baladí, una relación comparativa entre mi madre espiritual o mi patria que es Haití, y mi madre biológica. Las noticias procedentes de mi país no son nada halagüeñas; el pueblo indefenso, hastiado de tantos vejámenes e injusticias, se ha visto abocado a tomar la justicia por su mano, reaccionando así a la extrema violencia de la cual es víctima, protagonizada por unas bandas armadas que, rivalizándose en crueldades, perpetran desde hace algunos años los más atroces asesinatos y que, por encima de todo, gozan de una manifiesta y total impunidad. Pero, pese a estas circunstancias tan convulsas que lo rodean, a esta imagen explosiva que ofrece, no dejo de reafirmarme en mi nacionalidad. Ante su situación de acelerada decadencia, ¿sería admisible, lícito y estético que le diera la espalda, que le abandonara, que lo repudiara? Francamente mi respuesta es no. ¿Dejaría a mi madre biológica, la descuidaría si le hubiesen diagnosticado una enfermedad grave? Repito que no con la voz muy alta, firme y sin temor a equivocarme. Al contrario, me quedaría el tiempo que hiciera falta a su lado, la colmaría de abrazos y ternura y trataría de infundirle ánimo, de entretenerla, de acompañarla, y de conversar con ella de temas agradables. Mi mirada le transmitiría afecto, le demostraría el amor que siento por ella, mi apoyo le sería vital, providencial. No me atraviesa ninguna duda de que mi presencia a su lado, mi actitud de atención y comprensión, aliviarían su preocupación, su angustia y sus fluctuaciones anímicas ante esta tenebrosa circunstancia existencial.
Con indudablemente algunas notables diferencias, es obvio, entre estos dos amores, el filial y el espiritual, no tengo ningún rubor para decir que, en el escenario actual, refiriéndome al segundo, me invade una enorme preocupación por los muchos males de los que adolece mi país. Huyo de la tentación, en este contexto tan lamentable, de evocar y recrearme en nuestra gloriosa historia, en la magnífica gesta de nuestros antecesores. ¿De qué me serviría?, y por lo tanto prefiero centrarme en la candente actualidad, en los trágicos acontecimientos que lo asolan. Quiero estar a su lado y aportarle mi consuelo, mi solidaridad y mi confianza en un futuro prometedor, pese a que no acaricio la suerte de verlo y de disfrutarlo. Necesita ayuda, nuestro sostén, echa de menos el trabajo en equipo, la lucha contra la mezquindad y el egoísmo, y el esfuerzo de altura y de superación de sus hijos. Haití padece también una enfermedad grave, una patología que lo corroe desde hace años, pero que, debido a su fortaleza, aunque severamente quebrada, está resistiendo contra vientos y mareas. Es el momento de dedicarle nuestra consideración, no podemos desasistirlo y mucho menos afearlo. Espera lo mejor de nosotros, le debemos más que él a nosotros, demostremos al sufrido y extenuado pueblo que no está siendo olvidado, que puede contar con nosotros. Entiendo que haya mucha gente que ha perdido la esperanza, pero levantémonos. En el caso mío, del amor que profesaba por mi madre biológica, fallecida hace ya muchos años, me queda un dulce e inefable recuerdo, mientras que mi madre espiritual, mi patria, Haití, anhela con vehemencia curarse de su dolencia y no quiero faltarle en este arduo camino.
Como colofón al escrito, confieso que he sucumbido genuinamente a la tentación de haceros partícipes de unos versos sacados del poema titulado “Mon Pays“ (“Mi país”) de la literata haitiana, Marie-Thérèse Colimon, y que, traducidos al español, rezan de esta manera:
Si me hiciera falta presentar al mundo mi país. /
Hincharía mi voz con ardor más guerrero /
Para decir la valentía de quienes lo forjaron. /
Diría la lección que dieron al mundo más que asombrado /
los que se creía que eran unos sumisos esclavos.