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- 09/03/2023 00:00
¡Guerra e invasión no son lo mismo!
El 24 de febrero de 2022, las fuerzas armadas rusas y tropas mercenarias, cumpliendo las órdenes del dictador, aspirante a zar, Vladimir Putin, cruzaron la frontera común para perpetrar la injustificada, brutal y criminal invasión del Estado soberano de Ucrania. Con esta nueva acción imperialista, el dictador Putin pretendía anexionarse otra parte del territorio ucraniano, envalentonado por la ocupación impune con la que, también por la fuerza, se apoderó de la península de la Crimea, en 2014.
Después de que durante todos los meses que lleva la cobarde invasión, informaciones, absolutamente veraces, publicadas por todos los medios internacionales han dado cuenta pormenorizada de las atrocidades cometidas por las fuerzas invasoras rusas, es lamentable que, aún hoy, algunos medios internacionales y locales, cuando dan cuenta de la inmensa tragedia que vive el pueblo ucraniano, suelan referirse a ella como una guerra entre dos países o, lo que es peor, como la guerra entre Ucrania y Rusia, anteponiendo el país invadido al país invasor.
A la invasión de Crimea, de la que fue cómplice el anterior Gobierno de Ucrania, que presidía el títere de Moscú, Víctor Yanukovich, la comunidad internacional, salvo algunas protestas simbólicas, respondió con timidez. Con la llegada al poder del presidente Zelensky, decidido a defender la integridad de su país, sus denuncias y gestiones de ayuda ante la Unión Europea, EE. UU. y en cuanto foro se le ha permitido ser escuchado, comenzaron a cambiar el escenario proyectado por Putin. Su intención de concluir la que con absoluto descaro denominó como una “operación militar especial”, que concluiría en 48 o 72 horas, fue contenida por la decisión del pueblo ucraniano, liderado por el presidente Zelensky, al que la historia deberá reconocer como uno de los grandes estadistas de nuestro tiempo.
Primero tímidamente y después con mayor firmeza, la comunidad internacional ha decidido rechazar las ambiciones territoriales de Putin y apoyar a Ucrania. Las Naciones Unidas, en sucesivas votaciones de su Asamblea General, ha reiterado su demanda de que Rusia se retire de los territorios que ha ocupado por la fuerza. De nada le sirvieron al sátrapa que habita el Kremlin los racionamientos y cortes en el suministro del gas ruso utilizados como arma para chantajear a Europa.
Contrario a los planes de Putin, al cumplirse el año de la que cínicamente sigue denominado como su “operación militar especial”, salvo por un puñado de países, el repudio a la invasión rusa es casi unánime. La Unión Europea progresivamente ha intensificado su apoyo a Ucrania y recientemente ha aprobado nuevas sanciones contra Rusia y muchos de sus asociados. Y países limítrofes, justificadamente preocupados por la posibilidad de ser eventualmente objeto de las ambiciones imperialistas de Putin, han solicitado su ingreso a la OTAN, que no se concreta por la aberrante oposición de Hungría que, al haberse alineado con el dictador ruso, debiera ser expulsada de esa organización, por representar la antítesis de sus valores.
Ese es el panorama actual, pero Putin y sus representantes diplomáticos, tantos en los organismos multilaterales como en nuestros países, incluido el acreditado en Panamá, siguen cínicamente propagando el infundio de que su país es el agredido y no el agresor. Que ellos lo hagan no debe sorprender. Los dirigentes del comunismo internacional, primero, y los reciclados actuales dirigentes de la ex Unión Soviética, desde siempre, se han distinguido por la tergiversación a su favor de la historia. Pero lo verdaderamente lamentable es que todavía algunos países, con sus tradicionales “compañeros de viaje”, por ignorancia o a cambio de los sobornos que también han sido prácticas reiteradas de los dirigentes del Kremlin, sigan prestándose para condonar el genocidio del pueblo ucraniano.
Tanto a los unos como los otros, más pronto que tarde, la historia les dará su lugar y se les exigirá que rindan cuentas como autores o cómplices de la barbarie inhumana que siguen insistiendo en disfrazar como una guerra defensiva, cuando todos, sin duda alguna, son conscientes de las mentiras que propagan con absoluto descaro. Pero en el caso particular nuestro, las mentiras que insiste en difundir la embajada del Kremlin deben ser respondidas con contundencia y llamando a las cosas por su nombre. Cualquiera sea el prisma con que se mire, Rusia sigue perpetrando una invasión criminal y genocida contra el pueblo ucraniano y como tal se la debe calificar y condenar sin ambages ni tolerancias que no caben ni aún en las más flexibles prácticas diplomáticas.