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- 01/12/2021 00:00
La gloria del tatarabuelo
El coronel Joseph Pedro Antonio María del Carmen de Fábrega, a quien la historia le concedió el título de “Libertador del Istmo”, fue el tatarabuelo del papá de mi madre, Fimia, mi muy querido abuelo, Víctor J. Fábrega S. (q. e. p. d.). ¿Se ganó el coronel tan alta distinción? ¿Se la merece?
Personalmente estoy convencido de que se la ganó y que, con mucha honra, se la merece. Fue un actor muy importante en nuestra separación de España hace doscientos años. Sin desenfundar su sable, sin quemar pólvora y sin derramar una sola gota de sangre, logró que el sueño criollo culminara con la tan anhelada separación.
Luego que, el sábado 10 de noviembre de 1821, se diera el glorioso Grito de La Villa de Los Santos, la noticia llega en pocos días a la ciudad de Panamá. El 17, el coronel Fábrega, jefe supremo del istmo, llama a una junta militar para evaluar la situación y controlar a los alzados, tal como correspondía a su responsabilidad como representante de la Corona. En esa reunión, antes que armar una patrulla que fácilmente hubiera podido acallar el Grito, ajusticiamiento a los insurrectos y derramando la sangre istmeña, decide, con análisis sereno, enviar a dos embajadores de paz, los tenientes Chema Chiari y Juancho Pérez, para que calmaran la situación y bajaran los ánimos. Esta decisión fue clara muestra de sentimiento criollo y de su amor al terruño.
La sociedad y los militares, no conformes con lo decidido en esa junta de guerra, exigen una reunión urgente para tratar el tema por lo que, tres días después, el 20 de noviembre, reúne en su propia residencia a todas las fuerzas activas de la sociedad -políticas, civiles y eclesiásticas- pertenecientes, principalmente, a la élite criolla. Por coincidencia, ese mismo día los embajadores de paz, allá en La Villa, eran democráticamente vencidos por el elocuente natariego Francisco Gómez Miró.
En la reunión, luego de amplia discusión de la propuesta del diputado por el gremio comercial, don Juan M. Berguido, esta es aceptada por el coronel Fábrega, quien ordena llamar a un cabildo abierto para el 20 de diciembre, que convocaría a representantes de todos los partidos (pueblos) del istmo para tomar una decisión consensuada que resolviera las inquietudes separatistas.
Los días pasaban rápidamente, la sociedad de intramuros y la del arrabal estaban nerviosas. Efervescentes eran las ideas y rumores de separación, sobre todo por las múltiples deserciones en la tropa, provocadas por sobornos que financiaban conspiradores capitalinos. Para el miércoles 28 de noviembre, un pueblo ya exaltado y deseoso de la separación se reúne frente al cabildo y la multitud exige que se trate el tema inmediatamente.
Fábrega, escuchando el clamor del pueblo, antes de reprimir a los suyos, decide adelantar la fecha y llamar al cabildo. Lo demás ya es letra conocida, estimado lector.
No puedo dejar de exaltar el arrojo de don Segundo de Villareal, de don Francisco Gómez Miró, ¿y por qué no?, también el de la “misteriosa Rufina” y tantos otros. Ellos son indiscutiblemente los héroes de la separación. Nervio motor, bujía y combustible que logró en una combustión democrática lo más preciado: “la separación del istmo”.
No es que Fábrega no supiera utilizar el sable y el fusil, pues con ellos hizo rodar varias cabezas en la América del Sur, entre ellos al coronel Nicolás de la Peña y otros, en Turbaco, julio 1813, cuando el deber se lo exigió en defensa y representación de la Corona. Una simple decisión, una orden dictada, o solo el hecho de cumplir con el deber que la posición le exigía, hubieran echado al traste ese intento separatista de los istmeños.
La gloria del coronel José de Fábrega (como se le conoce) está en ese actuar sereno, sublime y democrático frente a las escaramuzas de sus coterráneos, al apoyar la separación y así liberar al istmo de Panamá de la Corona española.
¡Loor al coronel!