• 19/01/2020 00:00

Fabricando verdades

Hace poco mi amiga y escritora uruguayo-española Carmen Posadas, que ganó el premio Planeta en 1998 por su libro “Pequeñas Infamias” y que ha seguido cosechando éxitos, libro tras libro que publica, así como presidiendo el jurado de ese prestigioso galardón, escribió en su columna titulada, casualmente, Pequeñas Infamias, que “la verdad no existe, la verdad se fabrica”.

Hace poco mi amiga y escritora uruguayo-española Carmen Posadas, que ganó el premio Planeta en 1998 por su libro “Pequeñas Infamias” y que ha seguido cosechando éxitos, libro tras libro que publica, así como presidiendo el jurado de ese prestigioso galardón, escribió en su columna titulada, casualmente, Pequeñas Infamias, que “la verdad no existe, la verdad se fabrica”. Y hacía referencia a la visita de la activista ambientalista Greta Thumberg a España, en ocasión de la COP25, cumbre climática que se verificó en Madrid y de la que me ocupé hace un par de semanas.

Carmen, con la aguda pluma que la caracteriza, resaltaba que tanto la visita de la chica como todo lo que se dio en ocasión de la cumbre sobre un tema tan importante, fue una vistosa exhibición de pirotecnia: mucho ruido y pocas nueces. Y pasa entonces a lo que me pareció más interesante aún, la postura del Defensor del Lector de un diario de tiraje nacional que hacía un mea culpa por haber dado cabida a toda clase de descalificaciones e insultos que se vertieron en las redes en contra de la niña, postura que ella, al igual que yo y muchos de los que exponemos nuestros puntos de vista en forma correcta, sustentada y responsable, hacemos en estas columnas, y no en mensajes cortos o tuits varias veces al día, que lo que hacen es que distorsiona la realidad. Y el código de ética de esa publicación, como debe ser el de este medio, exige eliminar y restringir descalificaciones e injurias.

En el artículo Carmen Posadas afirma que ese comentario, del Defensor del Lector, le hizo reflexionar que los medios masivos, especialmente la televisión, sirven de caja de resonancia para muchas mentiras, excesos y arbitrariedades, y allí se adentra en los temas inherentes a la política española, que tan álgida y complicada ha estado últimamente y que apenas le permitió a Pedro Sánchez formar gobierno después de la fiesta de los Reyes Magos.

Las redes son un territorio sin ley, donde se permite injuriar, amenazar, incluso desear la muerte de otra persona sin que le pase nada al que lo escribe, y ese mensaje se multiplica a diestra y siniestra. Hemos visto que, de una década para acá, algunos presidentes solamente usan el Twitter para informar de sus decisiones, algunas trascendentales. En 2011 Juan Carlos Varela fue botado del cargo de Canciller por el expresidente Martinelli por Twitter. El loco de la Casa Blanca solamente hace uso de esa red social, y tal parece que el otro loco del extremo del continente, al sur, también hace lo mismo. Las cadenas de noticias y publicaciones respetables invierten en perseguir entrevistas, investigar hechos, hacer profundos análisis, pero muchos quedan sin leerse porque la inmediatez de la noticia y, sobre todo, las imágenes con que van acompañadas impactan y se riegan mucho más rápido que cualquier verdad de a puño que se quiera divulgar.

Remata Carmen su enjundioso artículo con “vivimos en un tiempo en que los medios de comunicación han cambiado la percepción que antes se tenía de la realidad. Ahora no hay hechos, solo relatos, y el que más alto chilla es el que más razón tiene”. Acabamos de recordar la realidad de la fabricación de la mentira en torno al gobierno de Jacobo Arbenz, en Guatemala, en la novela de Mario Vargas Llosa “Tiempos recios”, que impidió a ese país avanzar décadas en términos de equidad de la población y lo vimos en la II Guerra Mundial con el maestro de la comunicación Joseph Goebbels, que sostenía, y lo comprobó, que una mentira repetida mil veces se convierte en realidad. En estas semanas, entre la terrible noticia de los asesinatos rituales de los miembros de una secta en la comarca Ngäbe-Buglé y los nombramientos de personas allegadas al gobierno en juntas directivas de entidades estatales, no sabemos más allá de lo que pasa en otros países, de los incendios en Australia, de la tensión en los países árabes. Estoy segura de que habrá quien siga el culebrón inglés de los Sussex y su decisión de abandonar sus obligaciones reales en Gran Bretaña, pero es que, seamos realistas, el “bochinche”, como le decimos aquí, entretiene, y más si es de la realeza europea. Ni siquiera la noticia, grave, de que la Asociación Nacional de Conciertos dejará de operar después de 57 años, por falta de apoyo, nos ha interesado.

No me voy a poner en la posición de ir contra las opiniones de los que se desahogan a través de las redes, pero tengo siempre presente lo que en su momento dijo el famoso escritor y filósofo italiano Umberto Eco: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”. No caigamos en esa categoría, usémoslas con responsabilidad y respeto. A través de ellas estamos fabricando verdades, que muchos se creen a ciegas.

Arquitecta y ex ministra de Estado
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