Recientemente, en este diario, un ilustre columnista escribió un artículo sobre la tercera edad. Sus logros a través de una sociedad que ha atravesado innumerables cambios a través de una generación que, si antes era muy respetada, y lo sigue siendo en muchos países, sobre todo asiáticos y originarios, ahora le son indiferentes a la mayoría de la sociedad, como bien dice el artículo en mención.

Pero, si analizamos el mundo actual, comparado con 100 años atrás, en relación a las personas de avanzada edad, vemos el enorme respeto de las familias hacia sus mayores, de aquella época, y los logros de estos al ser verdaderas cabezas de familia.

Vayamos a 50 años atrás, donde marcó una diferencia fenomenal en cuanto a las familias, pues ya el mundo ofrecía tantas alternativas que difícilmente se podía conservar aquellos valores de antaño, y llegaba una tecnología que ya era imposible de contener. Aunque aún en los años 70 's existía reverencia por los adultos mayores, fue declinando paulatinamente debido a la presión de grupo en los niños y jóvenes.

Entonces, ¿cómo se define este cambio tan radical? Sin siquiera pretender ser psicóloga ni socióloga o en magisterio, sí puedo afirmar, por experiencia propia porque nuestra generación ha experimentado todos esos cambios, y no todos han sido para bien.

Empecemos por nuestra niñez. ¿Qué se les está obligando a aprender? Valores totalmente opuestos a lo que representa una familia que valore la cabeza de los abuelos como centro de ella. Donde Dios está desapareciendo del hogar y donde los maestros ya no tienen ninguna jurisdicción de enseñanza apropiada para encaminar a sus estudiantes, pues todo les está prohibido. Además, muchos de los mismos maestros no tienen la capacidad para enseñar valores, puesto que ellos mismos han crecido en una sociedad disfuncional.

Cuando los educadores de antaño eran altamente entrenados en dirigir correctamente una clase para que esos alumnos tomaran el rumbo correcto de sus vidas. Y como decía el artículo anterior, los adultos mayores tienen, a pesar de su edad, la capacidad total de ser útiles a una sociedad que grita por ayuda para regresar a disfrutar de esos momentos en familia, en que los niños aprenden los secretos para vivir una vida feliz y productiva, a través de sus abuelos.

Además, que cientos y cientos de personas mayores, aun en sus 90 tienen una mente privilegiada, aunque con limitaciones físicas y mentales algunas veces, pero que no les impide contribuir a una sociedad que cada vez se debilita más. Por eso, es tan importante que haya un centro muy especial, en un lugar accesible, con aire puro y sin mucho ruido, que lo puedan llamar la Ciudad del Adulto Mayor.

No hace falta ni gran presupuesto, sino una tremenda buena voluntad. Eso sería una solución duradera y productiva, porque habría un lugar donde la salud y el bienestar integral cuidaría a este grupo en todo sentido, y traería un mundo alegre y saludable. Con un resultado excepcional, y ahorro al gobierno y al Seguro Social, pues los adultos mayores, sí tienen cuidados básicos alternativos, y sus necesidades están cubiertas, no se enfermarían tanto, ni requerirían tantas medicinas.

¿Qué hace falta? Un lugar adecuado, equipo que funcione, personal entrenado, edificio acorde con el medio ambiente, terrazas, jardín, música sana, suave y alegre de antaño. Un hospital geriátrico completo, con centro de terapia física y mental, por lo menos 4 centros de residencia y un gran centro diurno, bien planificados con un grupo de apoyo y entretenimiento diario, además de un pabellón hospicio para que aquellos pacientes terminales pasen confortablemente los últimos 6 meses de su vida.

Comidas saludables con productos orgánicos de su propia huerta, colchones adecuados para la circulación, nada de fertilizantes que produzcan olores fuertes ni alergias. Un buen plan de salud alternativo, incluyendo audición, visión y dental. Y sobre todo, mucho amor.

Y no, no estoy diciendo que sea gratis, los jubilados aportarían sus cheques directamente, y tendrían un director del caso para cada uno que sería el encargado de coordinarles todas sus necesidades. Y, aquel que se compruebe que no tiene ni familia ni ingresos, se le consigue un patrocinador.

¿Por qué no se necesita mucho presupuesto? Porque hay personas muy generosas, los mismos jubilados voluntarios, empresas con muy buenos planes de responsabilidad social, organizaciones internacionales y gobiernos extranjeros, que gustosamente, si se les presenta un proyecto bien elaborado, estarían ansiosas de contribuir en beneficio de las nuevas generaciones, porque sería clave para los niños y jóvenes que apenas empiezan la vida. Pero esto debe ser un proyecto de ley, donde quede asegurado para el futuro.

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