• 23/08/2024 23:00

Exiliado

“Nuestro país y su pueblo son dignos de recibir la libertad humana. Esto incluye la democracia y la libertad de expresión. No es justo que perdamos las pilastras de nuestra república, Panamá se lo merece”

A mí nunca se me olvidará la primera vez que escuché la palabra “exilio”. Si bien recuerdo, estaba sentado en el comedor de mis queridos abuelos, Antonio Domínguez Richa, quienes todos conocían como Tony Domínguez y Carmen Álvarez de Domínguez. Salió de la voz quebrada de mi abuela y a tan solo diez años, comencé a entender el impacto profundo que una sola palabra podía tener.

“Estaba todo bien en la mañana, él se vistió y salió de la casa, caminando con guayabera y papeles en mano. Qué me iba a imaginar yo de que lo habían secuestrado y sería meses antes que tu papá, tus tíos y yo lo fuéramos a ver otra vez. Después de enterarme de que mi marido no llegó a su reunión, no podía comer, hablar o caminar. Pasé todo el día así, esperando una respuesta acerca de su estado. No fue hasta la noche que llegó una llamada”

“Carmen, es Tony. Aceptas los cargos de esta llamada”, mi abuela escuchaba al operador, anhelando poder escuchar de vuelta la voz de su marido.

“Sí”, dijo mi abuela.

“Estoy en Guayaquil”. Mil pensamientos cruzaron la mente de mi abuela en ese instante. Para ese momento sabía que mi abuelo Tony no había sido el único panameño que se había desaparecido esa mañana.

“Me agarraron de manera abrupta y me metieron a fuerza en la parte trasera del carro. Lo único que logré hacer fue agarrar mi libreta que cargaba en mi bolsillo de mi remera y comencé a jalar todo lo que podía”.

Aquellas páginas estaban marcadas con números y nombres de sus aliados, amigos, y familiares.

Mi abuelo luego confesó que a ese punto él estaba convencido de que lo iban a matar, aunque no había sido el primer encuentro con la justicia inversa. A él lo habían metido preso en el DENI, donde durmió en una celda pintada de excremento, vecino de un cuerpo en ruta a cadáver. Un premio ganado después de manifestarse con sueños ilusos y arnulfistas.

Él ya había rezado su Padre Nuestro y Avemaría mientras que se zurraba de un lado al otro en los asientos traseros del carro. Lo único que lo mantenía tranquilo era la conversación que Manuel Antonio Noriega había tenido con Torrijos: “Cuidado Noriega, ese libanés es más peligroso muerto que vivo. Prefiero saber qué piensa a no saber qué está tramando”.

“Pasé unas horas en la cárcel de Tocumen. No sabía cuáles eran las intenciones de Torrijos. Después nos llevaron al aeropuerto”. Al llegar escoltado por los guardias nacionales, mi abuelo sintió un leve déjà vu al encontrarse con las mismas caras que habían estado en la reunión en Chiriquí.

Previo a lo sucedido, mi abuelo se había reunido con líderes de la oposición en la cámara de comercio de Chiriquí. Él estaba en representación de la Cámara de Comercio de Panamá

En aquella pista, la realidad era que no había escape. Mi abuela me dijo que su Tony había quedado realmente perturbado por toda la experiencia. “Casi ni se llegaba a recordar los detalles de aquel viaje imprevisto hacia Guayaquil. Los segundos, minutos y horas se atrofiaron de manera que se hacía imposible distinguir uno del otro”.

“Pase lo que pase, necesito que me prometas una cosa Carmen, no se te ocurra venir para acá. Ya tenemos un lugar para dormir por ahora y unos amigos libaneses de mis padres están pendientes de nosotros aquí. No sé cuándo vamos a poder regresar. Pero no vengas”.

“Ten cuidado Tony. ¡Por favor!”

Mi abuela no le hizo caso. En secreto vendió un terreno que le había dejado su difunto padre para cubrir gastos en la casa y para organizar un vuelo hacia Guayaquil. Ese fue uno de los dos viajes que mi abuela tomó durante los meses que mi abuelo estuvo exiliado. Se llevó a sus dos hijas para no ir sola. Ella no lograba entender por qué se había arriesgado a participar de aquella reunión en Chiriquí, hasta que recordó una breve conversación que tuvo con su marido.

“Nuestro país y su pueblo son dignos de recibir la libertad humana. Esto incluye la democracia y la libertad de expresión. No es justo que perdamos las pilastras de nuestra república, Panamá se lo merece”.

El exilio, aunque parecía interminable, se terminó. Mi abuelo logró regresar a tierra panameña con ayuda de sus queridos amigos Ricardo de La Espriella, Mario De Diego y Padre Theodore Heasburgh.

La lucha por la democracia y la libertad civil nunca murió dentro de mi familia. Tal cual, que constantemente me quedo reflexionando como parte de la juventud acerca de mis libertades; conceptos extraños hace un par de décadas.

Puede ser que al concluir la lectura de mi historia familiar, se les olvide detalles pequeños. Pero los invito a quedarse pensando acerca de sus propios deberes civiles. A que no caigamos en la mentalidad popular cuando hacemos análisis críticos sobre la situación actual de nuestro país. Y sobre todo, a no olvidarse de nuestra historia como país y pueblo, pues esto invita a que se repita.

Mi abuelo murió. Pero sus ideas no murieron con él. Seamos críticos y analíticos cuando examinemos la situación política. Especialmente los jóvenes, cuyo poder lo cargamos en nuestras voces. Les pido que nunca se dejen silenciar.

El autor es un Joven panameño
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