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Quien siga pensando aún que las elecciones de Panamá han sido unas “elecciones atípicas”, puede que le asista razón si se ha estado fijando en aspectos muy poco relevantes para el curso real del proceso. En lo esencial, el proceso no expone nada innovador respecto a los torneos llevados a efecto, que digo desde inicios del siglo XX, sino desde el Panamá colombiano.
Muchas energías han desgastado más de cuatro “comentaristas” de medios radiales, televisivos y redes digitales, suscitando la animadversión hacia candidatos a puestos de elección que revelan un nepotismo rampante. Recientemente, la crítica estuvo dirigida al “oficialista” bocatoreño Robinson, gestionando con todo ahínco que su hijo heredase su curul. Pero también, los latigazos han sido dirigidos a candidatos “oposicionistas” como el caso de José Muñoz en la capital.
Si lo comparamos con las prácticas nepotistas del clan de mercaderes políticos criollos, del siglo XIX, estos señores criticados en la actualidad no representan ninguna novedad allende la de ser originarios de familias sin poder económico. En 17 legislaturas de este período del dominio colombiano, los integrantes de la familia Arosemena estuvieron 13 veces. Incluso para el momento en el que Panamá mantuvo cierta autonomía de Estado entre 1840-1841, el vicepresidente de la Asamblea constituyente era Mariano Arosemena, diputado por el Cantón de Panamá y su hijo, Mariano Arosemena Quesada, era diputado por el Cantón del Darién, “zona despobladísima y selvática”, (Figueroa Navarro, 1979) lo que nos lleva a la rápida conclusión del nivel de intrepidez política que abrasaba esta familia de mercaderes urbanos.
Esto se repitió en otras familias, (García de Paredes, Vallarino, Chiari, entre otras) todas asociadas al control o administración de los negocios con colonizadores europeos y estadounidenses y al latifundismo en el interior del país. En esta red de relaciones, se comprende que haya sido Amador Guerrero, el primer presidente de la incipiente y frustrada república en 1904; se trataba, de un funcionario leal al mayor emporio comercial de capital y protección gringa de la época, el Ferrocarril transístmico.
Como no tenemos mayor espacio para extendernos en las reiteradas evidencias de los rasgos típicos de las mascaradas electorales istmeñas, menciono que, en lo atinente a las suspicacias recientes de actos contra la ley, el presidente Porras sancionó- en pleno año electoral- el decreto No.1 de 1924, en el cual “anula las cédulas existentes y ordena a los alcaldes expedir nuevas cédulas”, cosa que la ley 9 de 1919, le impedía hacer (Quintero, 2019). También, tenemos que a Arnulfo Arias lo ascienden a la silla presidencial después de un tiempo en el que se le declaró perdedor y el jefe de la Policía, Remón Cantera, en su investidura autoritaria ordenó recontar los votos donde, en esta nueva cuenta salió ganador, para luego, al poco tiempo, destronarlo por segunda vez (1948-1951).
Y finalmente, respecto a las alianzas entre supuestos enemigos intratables políticamente, la historia que muchos de nuestros colegas docentes suprimen en los colegios y universidades, nos narra que lo común es la ocurrencia de tales alianzas en dichas mascaradas.
En la contienda de 1908, los conservadores proponen ellos mismos a su candidato a presidente, el potentado Ricardo Arias, pero salió elegido otro conservador, el interiorano José de Obaldía, aunque curiosamente candidatizado por el bando de los “enemigos” liberales. ¿Se diferencia con que el candidato de libre postulación (en realidad integrante del partido panameñista, eterno bando opositor del PRD y asociados) se haya sumado a la candidatura de Martín Torrijos, un perredista de origen y vocación? ¿Se diferencia de candidatos a diputados en Bocas del Toro y Panamá que se presentaron en papeletas de partidos supuestamente opuestos?
En la contienda de 1916, los liberales mostraban divisiones internas importantes, entre los más potentados y los aspirantes a nuevos ricos (me suena al PRD actual). En su sexta convención, en ese año electoral, se hace evidente la distancia entre los del bando de Belisario Porras y los del bando de Rodolfo Chiari. No obstante, en 1924, al inicio de las prácticas clientelistas y abatimiento del caudillismo, se funden en éxtasis políticos, las élites chiaristas con las porristas, quienes terminan candidatizando al gamonal coclesano, sin poder evitar mayores divisiones internas.
Moraleja, en nuestras elecciones generales, al menos desde 1904 y con excepción de la década de 1970, no hay nada nuevo bajo el sol istmeño.