• 13/12/2024 00:00

El talento literario: ideas fundamentales

Para el poeta nacional Manuel Orestes Nieto, con mi solidaridad

Si la vida es una compleja red de convergencias y divergencias, sucesión de acontecimientos a menudo imprevisibles por más que haya planes meticulosamente trazados por voluntades esforzadas, la buena literatura concebida como arte implica una necesidad creativa en la visión de mundo que muestra. No un simple reflejo mimético, sino una recreación interpretativa que añade al mundo una obra digna de ser leída y valorada. Así, los escritores, por naturaleza agudos observadores del entorno y de la propia interioridad, auscultamos la no pocas veces escurridiza realidad, la analizamos con una híbrida combinación de conocimiento, experiencia, investigación, intuición e imaginación, y la plasmamos en textos que esperamos sean significativos debido al dominio de nuestro oficio.

Se trata, por supuesto, de una ardua y a menudo incomprendida labor; una responsabilidad inexorable. Pero también para quienes ponemos alma y vida en ello, una gran satisfacción. Crear –versus destruir– siempre será no sólo terapéutico, sino altamente nutricio y estimulante en lo personal, pero también oblicuamente didáctico en cuanto comparte sentimientos e ideas. De ahí que, lejos de ser una actividad de gente ociosa o frívola, una excentricidad superflua, indigna de lectores provenientes de profesiones muy diferentes y del hombre común que simplemente sobrevive en las calles, la creación literaria y por tanto las obras más logradas que produce, sean una verdadera hazaña cotidiana. Lo es debido al esfuerzo intelectual y artístico que necesariamente implican al producirse a contracorriente de toda clase de obstáculos externos e internos.

Y es que la buena literatura debe hacer pensar y sentir al mismo tiempo, tomar conciencia, expandir la imaginación, permitir al lector sensible entrar a un mundo de certezas, extrañamientos, negaciones y posibilidades dictadas por el lenguaje que su creador -con su talento-, eficazmente ensambla. La función del escritor es, por tanto, auscultar las diversas facetas de la experiencia humana, sus recovecos; esos que no siempre están a la vista, tanto en lo individual como en lo colectivo, para finalmente hacer una propuesta: la de su propia visión de mundo... Y si bien es cierto que cuando se trata de una escritura más compleja, como la que se da en un poema, cuento o novela, a menudo implica una necesidad del autor de escribir precisamente para tratar de comprender mejor el caos interior o el del mundo externo, lo cierto es que el arte de escribir bien implica siempre esa urgencia por tratar de entender al menos qué es lo que en determinado momento o situación no se entiende, válgase la paradoja.

Paradoja en realidad sólo aparente, puesto que el solo hecho de saber plantear los elementos de lo indescifrable, lo enigmático, lo misterioso, lo contradictorio o lo absurdo de la vida, ya es una forma de empezar a descifrarla. Su condición de ser una obra de ficción no le quita un ápice de realidad una vez que esta resulte de una adecuada combinación de pasión literaria, verosimilitud y oficio escritural. Por el contrario, aunque a primera vista parezca inverosímil, la ficción ahonda -no pocas veces de formas sorprendentes-, en la materia prima de la realidad, haciéndola más verosímil, generalmente gracias a la gran sensibilidad de ciertos autores y mediante la solvencia singular de intuiciones poderosas.

Así, escribir es siempre indagar y descubrir o redescubrir. Poner en perspectiva, hacer balance, tratar de entender. Pero también es –cuando se trata de una auténtica obra literaria– crear y recrear. Y al hacerlo, añadirle nueva realidad a la siempre presente opacidad múltiple que entraña la vida. Por eso la buena literatura creativa es un arte, ya que recrea, reinventa, rehace, recombina, transmuta, transfiere e hibridiza lo que tiende a ser plano y unidimensional de la experiencia humana y de la peripecia social; con imaginación y oficio ficcionaliza la vida y torna en realidad lo que era sólo ficción... El desafío permanente de la memoria, la súbita descarga de la intuición, la sensibilidad dejándose llevar, el certero conocimiento, la imaginación sin límites y el oficio como producto de la experiencia escritural propias de la creatividad, todas ellas intercambiando entre sí invaluables resonancias a la hora de escribirse una obra literaria orgánica, integrada, con un mínimo de originalidad.

En resumen, el genuino creador literario –ese artista cuyas herramientas básicas de trabajo son las ideas, las emociones y las palabras– busca recrear la realidad cuestionándola, sacudiéndola, poniéndola de cabeza para así tratar de entenderla mejor; y no sólo reflejarla como si fuera un simple espejo. Y recordemos que incluso los espejos a menudo distorsionan la imagen, o por lo menos ponen a la izquierda lo que en la realidad aparece a la derecha, y viceversa, sin que conscientemente reparemos siempre en ello. Por lo que tampoco los espejos son mucho de fiar, como muy bien lo sabía y proclamaba ese gran poeta y cuentista que fue el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986).

En cada caso, la verosimilitud de lo relatado resulta del todo fundamental... Afortunadamente, en Panamá cada vez más abundan los buenos cuentistas; ¡algunos francamente muy talentosos!

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