Varias acciones de diferentes entidades han evidenciado que la pobreza tiene rostros plurales y que encubre a múltiples sectores que hacen crisis en una sociedad a estas alturas de un desarrollo que no termina de involucrar a todos. Mientras que algunos se conforman con los indicadores económicos que resaltan logros y avances positivos, hay grupos que buscan cómo alcanzar algo para sobrevivir y resolver las necesidades más graves y perentorias.

Tres ejemplos diferentes, pero ilustradores: primero, el incremento de prácticas de invasión de terrenos; algo común y ligado a la cultura local. En varias provincias, grupos organizados de familias se instalan en terrenos ‘baldíos’ y allí comienzan una vida comunitaria con todos los factores en su contra. Paralelamente empieza una presión sobre las autoridades para que se ceda el terreno, se fraccione y cada quien logre un pedazo donde morar.

Estas acciones no pueden ser tratadas con una medida efectiva porque existe un artículo constitucional que consagra la obligatoriedad del Estado de proveer un lugar decente para vivir. Este principio riñe con el otro que establece la inalienabilidad del bien privado. En este limbo entran quienes han invadido las tierras de diferente origen, y que terminan por convertirse en una nueva comunidad sin los servicios básicos establecidos.

Esta es una situación coyuntural en la que emergen todo tipo de contradicciones y escenarios o submundo de lacras. Allí están los modelos de Nuevo Veranillo, con terrenos robados a la Universidad Panamá; está también San Miguelito o las Garzas de Pacora, la 24 de Diciembre y un conjunto de barriadas sobre las carreteras de Panamá-Colón o Panamá-Arraiján. Es lo que se denomina la periferia urbana: la pobreza en su mayor dimensión.

El segundo caso es el de las acciones de autoridades de la ciudad para recoger a los menesterosos que viven debajo de los puentes. Son individuos que han llevado algún mobiliario a los pequeños espacios donde se desenvuelve su cotidianidad, ya sea porque han perdido todo o no han tenido oportunidades y tratan de sobrevivir con la recolección de metales, cables de conexiones eléctricas que queman para extraer y vender el cobre.

Ellos fueron recogidos y llevados a un gimnasio donde se les brindó servicios de salud, alimentos, ropa y los atendieron. Pese a eso, al día siguiente volvieron a sus lugares a continuar con la vida de sobrevivencia que llevaban.

Otro grupo de personas que habían establecido pequeños negocios sobre la avenida Central fue removido de esa vía urbana por la Alcaldía capitalina. Ellos se niegan a trasladarse hacia donde los han encaminado porque, aseguran que perderán su clientela y la posibilidad de proseguir su actividad económica.

La pobreza en el país, de acuerdo con indicadores del ministerio de Economía y Finanzas, alcanzaba el 21.5 % en 2019. Es decir que, de cada cinco personas, una era pobre y visto matemáticamente, afectaba en esa fecha a 917.069 personas. Un 10 % de estos se encuentra en un estado de pobreza extrema; lo que también se define como indigencia. Ellos son los protagonistas de las incidencias en las líneas anteriores.

Es una cruda realidad que no puede ser paliada con ‘ayudas’ y programas de asistencialismo. Como se puede demostrar, no constituye una solución verdadera, porque no representan una transformación del modelo inoperante. No es un problema de lograr una entrada temporal para los necesitados; es cambiar los supuestos sobre los que descansa esta cruda atmósfera que envuelve a muchas personas que pudieran ser factores de desarrollo.

Es necesario considerar un conjunto de políticas que brinden capacidades para contribuir a fortalecer individuos y llenar amplios espacios, esenciales para el desarrollo integral. El país debe esmerarse en alcanzar iniciativas que busquen reducir las brechas sociopolíticas de esta sociedad ístmica llena de retos y donde la perspectiva éxito/fracaso puede depender de factores muy diversos.

La inequidad tiene diversos rostros en gente que sí existe.

El autor es periodista
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