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- 30/08/2024 23:00
El puente peruano de piedra panameña
“Cuando de esculturas se trata, suelen los entendidos mencionar el nombre de los talladores, como si la personalidad del autor acrecentara el mérito de la obra, y así, basta mencionar al escultor para que la talla salida de sus manos adquiera mayor relevancia artística. No ocurre lo mismo con la arquitectura, pues las construcciones quedan frecuentemente recubiertas del anonimato, que viene a ser para ellas algo así como la pátina para los bronces antiguos”. (San Cristóbal Sebastián, 1998).
Y esto es lo que parece haber sucedido con el Puente de Piedra de Lima que, concebido para durar treinta años, lleva más de cuatro siglos de construido sobre el río Rímac, sobreviviendo a cuatro terremotos de magnitud.
En el caluroso amanecer del 5 de marzo de 1607, un estrépito despertó al virrey de Cañete y a su séquito; la mitad del puente que existía antes de su gobierno se había caído, interrumpiendo el transporte y el comercio en ambas riberas del río (Libros del Cabildo, 1607). Mientras se tomaban las medidas de emergencia -fijar con sogas unas vigas y tablones improvisados los dos extremos del puente aún en pie a cargo del alarife Alfonso de Ortega- los ingeniosos limeños rápidamente establecieron un paso con balsas y pontones para facilitar el tránsito de las mercaderías y otros suministros alimenticios que demandaba la ciudad. La idea resultó en extremo provechosa y los pontoneros se organizaron en dos gremios -los de carga pesada y los de solo pasajeros- llamados “San Jacinto” y “San Pedro”, que permanecieron en funcionamiento el tiempo que tomó construir el nuevo puente que requería la capital virreinal.
A Alfonso de Ortega, limeño de origen gaditano, se debe el estudio de la piedra para la nueva edificación, y es el primero en sugerir que esta se transporte desde Panamá por fiabilidad, abundancia y costos. El Cabildo tomó nota sobre todo cuando “los alarifes Alonso de Morales, Andrés de Espinosa y Alonso de Arenas ofrecieron edificar un puente nuevo y otro provisional de madera para ser usado mientras duraran las obras, todo por la cantidad de 110 mil pesos”, (San Cristóbal, 1998). La suma era elevada, pero la inversión era segura, sin embargo, para dar brillantez al inicio de la gestión del nuevo virrey, marqués de Montesclaros, se esperó a su arribo antes de iniciar las obras. Dado que el Cabildo debía dar muestras de celeridad, se aprobó la construcción de un puente temporal de madera, el 20 de julio de 1607, a cargo del alarife Sebastián Rodríguez, quien utilizó madera centroamericana -el escribano Alonso de Carrión así lo señala- presumiblemente procedente de Guatemala o Nicaragua.
Un año después llegó al virreinato el reconocido alarife Juan del Corral procedente de Quito, que contaba con experiencia de hacer puentes en dicha ciudad y Panamá. San Cristóbal (1998) señala que el acuerdo para el nuevo puente fue de un remarcable equilibrio, “Juan del Corral ponía solo su industria, el gobierno virreinal aportaba los operarios y el diseño de todas las máquinas para las obras, mientras que corrían por cuenta del Cabildo los materiales y el pago de los trabajadores”. El alarife recibió como único pago doce mil pesos por una edificación de piedra con cinco pilares y seis arcos de longitud.
El Cabildo, siguiendo las recomendaciones de Alfonso de Ortega y dado que el “concierto escrito” le exigía aportar los materiales, en un audaz acto de anticipación (inusual en la burocracia de entonces) compró una importante cantidad de roca panameña y de madera guatemalteca -apreciada por su robustez- que empezaron a llegar tres meses antes de firmado el contrato, lo que permitió que Del Corral iniciase la obra sin dilaciones, pudiendo concluirla en 1610. El Cabildo también aseguró el concurso del Hospital de San Diego para la atención de eventuales accidentados en una obra que, cabe remarcarlo, no registró víctimas mortales y solo seis lesionados al manipular los cargamentos de piedra. La roca excedente fue usada después para los primeros tramos de la calzada que uniría Lima con las haciendas de Lurín al sur de la capital virreinal. La ironía de esta historia es que Del Corral fallecería de fiebre en 1612, cuando estaba dispuesto a embarcarse hacia el istmo para recibir otro encargo.
El puente de Lima con piedra panameña soportó su primera “prueba de fuego” con el terremoto de 1687 que destruyó el treinta por ciento de las viviendas capitalinas. Los pilares fueron examinados por Manuel de Escobar – que hizo el puente sobre el río Chancay- otro prestigioso alarife vinculado a las construcciones de la Orden Franciscana.
Los alarifes en Lima y Panamá desarrollaron una arquitectura virreinal similar durante el tiempo que fueron parte de una misma jurisdicción; así, sin alterar la homogeneidad del estilo local, varias obras arquitectónicas peruanas se hicieron con insumos foráneos.