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[...] mediante Decreto Ejecutivo No. 596 de 17 de noviembre de 2008, se instituyó el 18 de noviembre como Día Nacional de los Valores Éticos y Morales [...]
Los valores son como brújulas que guían nuestras decisiones y definen quienes somos en los momentos cruciales de nuestra vida. Desde pequeños escuchamos la palabra valores, en casa, en la escuela, en la iglesia en la televisión.
Tal vez lo repetimos constantemente, pero muchas veces lo vemos como esa asignatura escolar que hay que cumplir como obligación.
El reflejo de ello se ve en una sociedad, tristemente, en decadencia que intenta no naufragar ante tanto embate de conductas inapropiadas.
Las campañas que apunten a vivir en valores son débiles y deben ejecutar acciones más contundentes para que cada miembro de la sociedad sea consciente de su rol ejecutor y multiplicador de las buenas prácticas de comportamiento.
Sin embargo, hay una parte importante de la comunidad que lucha por sembrar buenas conductas que resalta que siempre pesarán más las buenas acciones y obras que hagamos en pro de todos.
Muchas veces su voz es acallada por “la noticia del momento”, pues el “morbo y la desgracia” tristemente genera audiencia, pero están ahí y cobran fuerzas porque todos en principio queremos construir un mundo mejor.
De tal forma, hago mención al importante hito que se marca en nuestro país, mediante Decreto Ejecutivo No. 596 de 17 de noviembre de 2008, se instituyó el 18 de noviembre como Día Nacional de los Valores Éticos y Morales, haciendo propicio el momento para dar paso a esta reflexión.
La ética y los valores parecieran conceptos abstractos si no los internalizamos en nuestra vida perdiéndose en la vorágine del mundo acelerado donde vivimos lleno de actividades que requieren celeridad y no tanto de pensamientos filosóficos.
Pero la ética y los valores son más que preceptos o ideas etéreas, ellos son una ruta de acción. La ética cobra vida a través de las decisiones y las acciones de las personas, evoluciona y se adapta con el tiempo.
En este día tan importante les comparto una narrativa que apunta a forjar a las generaciones con mayor valor y peso social.
Tal vez la historia de lo que parece, una travesura infantil no la recuerde nadie, solo quien la vive, pero ella puede derivar en las mejores enseñanzas que siembren los adultos en la vida de quienes deben formar.
Esta es la historia de una niña de seis años que era fanática de unas calcomanías de dibujos animados. Sus padres consideraban que no eran de las cosas imprescindibles que requería. Le llamaban la atención las figuritas de colores fluorescentes que brillaban en la oscuridad.
Según recuerda tenían un costo de 0.06 centavos y las vendían en un supermercado de la localidad. Su familia hacia visitas semanales al local donde las vendían y pensaba que en un descuido podía tomar una y decorar con ella su habitación.
La astucia infantil hizo que su plan fuese más fácil de lo que pensaba, la figurita casi a su disposición le “pedía” que la arrancara y sacara de ese estante, pues se vería mejor en su poder.
La desprendió del mostrario donde reposaba y con fina sutileza la entrelazo en sus dedos pulgar, índice y medio de su mano derecha, cerró el puño y con cuidado trataba de que no se secara el adhesivo. Se sentía afortunada, pues nadie se dio cuenta de lo que creyó era una proeza.
Al llegar a casa, más fue lo que demoró organizando un plan de decoración para alguna estructura de su cuarto, que lo que su padre demoró en darse cuenta que tenía frente a él, una pequeña ladronzuela.
El padre le preguntó con amable voz, ¿de dónde había obtenido esa figurita? Ella dijo con contundente claridad: la compré. A lo que su padre indicó que no tenía dinero, para comprarla. La pequeña traviesa invento un sinnúmero de versiones, hasta que su padre logró la gran confesión.
A esas horas, su padre le dijo iremos a pasear. No entendía por qué el hombre firme, no había dicho nada sobre aquella figurita hurtada. No percibió disgusto por el suceso solo irían a dar una vuelta. Para su sorpresa el paseo duro los tres minutos que demoraba el desplazamiento de su residencia al supermercado. Al ver el sitio donde había cometido la fechoría, sintió un frío helado por la espalda casi sospechaba lo que ocurriría. Al bajarse del auto le dijo usted hablará con el gerente y le dirá que tomó, sin permiso y sin pagar, esa figurita que no le pertenece. Y que de sus ahorros procedería a pagarla. En eso una señora corpulenta se acercó en compañía de un guardia de seguridad indicando que era la gerente.
Muerta de miedo, dijo: señora, tome la figurita, me la lleve sin pagarla y estoy regresando a pagarla. Su padre le dio el dinero, la señora sonrió y lo tomó. Nunca sintió tanto pavor, pues imaginó ser apresada por el acompañante de la gerente.
No entendió por qué su papá le había hecho pasar este terror, esa idea daba vuelta en su cabecita confundida entre el castigo y el amor. Más tarde, su papá le explicó que la acción que había hecho se llamaba robar, y que eso no era admitido y que esta era una lección para nunca más tocar algo que no le pertenecía.
Este evento la puso en contacto con varias situaciones: el amor, afrontar tus faltas, y la entereza de enmendar los errores. Sin duda una gran lección. Allí conoció, por primera vez, la dimensión de las consecuencias de sus actos. Educar en valores a los hijos deriva una gran responsabilidad que decanta en las mayores lecciones de vida, que legarás a tu descendencia; van más allá de complacencias, reprimendas o castigos.
Las enseñanzas deben irrebatiblemente rebosar de amor, que tengan el poder de perdurar y transferirse de generación en generación. Hay padres que confunden el amor, con atención desmedida a caprichos frívolos e innecesarios, que no aportan valor a sus crecientes experiencias de vida.
El verdadero valor lo encontramos en la predica del mejor ejemplo. Haciendo un análisis ético a esta historia infantil me pregunto si hoy en día los padres cubriríamos a nuestros hijos o los encaminaríamos a ser ciudadanos íntegros, como hizo el padre de esta niña de tan solo seis años. ¿Los padrea actuales pondríamos excusas? Como son solo 0.06 centavos, por mencionar algunas. Muchos no vemos más allá del hecho dejando a un lado la trascendencia de los actos. A veces es fácil juzgar al hijo ajeno, pero tan difícil hacerlo con el propio.
Aquellos padre o adultos involucrados en la formación de niños y jóvenes tienen el deber esculpir su carácter con la templanza de un cincel de acero y con la destreza del mejor de los albañiles.
He conocido padres que minimizan y admiten faltas de sus hijos modelando niños frágiles, para luego lidiar con adultos que se resquebrajan como el cristal. Nuestro deber forjar hombres íntegros que aporten con sus virtudes a la sociedad la invitación de hoy es: Vivamos en valores desde nuestros hogares.
*La autora es abogada