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- 08/11/2024 12:12
El grupo dirigente que fundó la República de Panamá
A 121 años de los eventos de noviembre de 1903, conviene adelantar una reflexión sobre sus protagonistas directos. Al igual que en la independencia de España, celebrada en 1821, cuando una oligarquía municipal convertida en nacional tomó el control del país, en la separación de Colombia y la fundación de la República de Panamá el mismo grupo mucho más remozado en el siglo XIX tomará la dirección, al menos durante medio siglo, del nuevo Estado soberano. Allí brillarán colombianos e istmeños.
Los inmigrantes cartageneros Manuel Amador Guerrero, su esposa Manuela María de la Ossa Escobar, Manuel Espinosa Batista, Eusebio Antonio Morales Mogollón y Francisco Vicente de la Espriella Navarro y el boyacense general Esteban Huertas Pérez se unen a los istmeños de viejo arraigo José Agustín Arango Remón, Federico Boyd López, Tomás Arias Ávila, Ricardo Arias Feraud, Nicanor Arturo de Obarrio Vallarino y Carlos Constantino Arosemena Icaza para ocupar los primeros liderazgos entre los que se reclutó a los tres miembros de la Junta Provisional de Gobierno. Se añaden otros líderes, en especial del grupo liberal, dirigentes de las clases populares del arrabal de Santa Ana como Carlos Mendoza Soto, Heliodoro Patiño, Carlos Clément Sosa, los generales Manuel Antonio Noriega Escala y Buenaventura Correoso Cuprid, blanco originario del intramuros de San Felipe así como los hermanos Domingo y Pedro Díaz de Obaldía.
La declaración de la separación de Panamá de Colombia por el Concejo Municipal capitalino del 3 y 4 de noviembre de 1903 antecede la formación del Estado panameño soberano, lo que sucedió entre el 5 y el 6 de noviembre cuando la mayoría de los municipios del país se adhirieron al de Panamá, minoritario, que sólo representaba al 10% de la población ístmica.
Desde finales del XVIII hasta finales del XIX la pequeña clase dirigente se modificó de manera sustantiva: la sociedad estamental de la colonia se transformó en una sociedad de clases con movilidad social acentuada. Movilidad sobre todo de extranjeros, latinoamericanos, europeos y norteamericanos de todo pelaje a los que se añadían judíos sefarditas, que alimentaban una burguesía ecléctica y multicultural, de la capital, dedicada fundamentalmente a la prestación de servicios a los transeúntes y a los miles de constructores del canal interoceánico.
De súbditos obedientes de la monarquía española, se convirtió la cúpula de la sociedad istmeña en una clase dirigente profundamente republicana y colombiana, impregnada de la educación y los valores que fluían del centro, de Bogotá, hacia todas las regiones del país. Adquirió, también, experiencia en el gobierno municipal y del istmo, tanto en el Ejecutivo como en las cámaras legislativas en Panamá y en Bogotá. Mantuvo las puertas y las ventanas abiertas hacia otros países y otras culturas con las que estaba en contacto permanente y hasta íntimo. Tuvo un vínculo estrecho, especialmente con Cartagena de Indias, la entrada al centro de Colombia con la que comparte, además de una geografía del trópico litoral, el temperamento caribe de su gente. Parte de su élite urbana y de su región vecina emigra al istmo en la amplia bisagra del siglo XIX al XX, en su mayoría primero a Colón (como Vives, Brid Chirinos, Recuero, Pacheco, de Janon, de la Ossa, Morales, Paniza, Ucrós, Uribe, Royo, Benedetti, Galindo, Emiliani, de la Espriella, etc.)
En esta clase dirigente se entienden bien los istmeños y los cartageneros hasta el punto de que ocuparán posición privilegiada los líderes de la secesión nacidos en Cartagena y dedicados a las profesiones liberales y al comercio. Comparten el deseo de progresar las gentes de ambas ciudades portuarias, de Colombia y de Panamá, sumidas en la grave crisis después de la guerra de los Mil Días que termina en 1902. Se entienden bien los istmeños de mayor arraigo con los extranjeros que forman ya parte de esta clase dirigente híbrida, pequeña y más cosmopolita, que tiene sus ojos puestos en el progreso que viene del norte y tiene esperanzas de enriquecerse y triunfar. Comparten sentimientos y valores como los de adquirir autonomía plena para sus asuntos económicos y de gobierno local, la gran aspiración del siglo XIX.
Esta realidad aparece, en gran parte, en los acontecimientos que sucedieron en 1903 y la creación de la República por obra de istmeños y colombianos que hicieron una elección inevitable a la luz de las circunstancias históricas y gracias al apoyo indispensable de la potencia estadounidense. Gracias también a su habilidad para aprovecharse de las oportunidades y finalmente dotarse de un Estado soberano, parte importante de la comunidad de naciones desde sus inicios y del orden mundial que se fue gestando a lo largo del siglo XX.
De Colombia quedó entre los panameños bastante y mucho de lo bueno. Al principio, instituciones jurídicas modernas, códigos, la superestructura que hace funcionar una sociedad, la tradición electoral, el amor por la república, una concepción ideológica de la política, todos elementos que con el tiempo se diluirían en la molicie tropical y el largo conflicto con la potencia americana dominante, el proyecto nacional liberador resuelto finalmente en 1977 mediante los Tratados Torrijos-Carter. Nos deshicimos de muchos elementos negativos colombianos como los fanatismos religiosos al olvidar el Concordato con la Santa Sede de 1887, la intolerancia política y la violencia como sistema.
En 1924, Panamá y Colombia hicieron oficialmente las paces y después pasaron décadas para olvidar los resentimientos y afianzar la amistad. Se fabricaron leyendas negras y doradas sobre los acontecimientos de 1903, mientras que en ambos lados historiadores más equilibrados tratan de explicarlos objetivamente. La República de Panamá ha evolucionado a lo largo de más de un siglo y vive, después de varios momentos difíciles, el primer cuarto del XXI mirando un futuro que quisiera más que incierto, realmente esperanzador.
*El autor es geógrafo, historiador, diplomático