Integrantes de la caravana migrante en el estado de Chiapas, en el sur de México, denunciaron este jueves 21 de noviembre que las autoridades les bloquearon...
Muchos nos preguntamos: ¿por qué Panamá tiene tantos días de fiesta nacional, todos en noviembre? ¿Qué perseguimos con esta plétora de celebraciones?
En 1904, la Convención Nacional adoptó la ley 90 que declara “días de fiesta nacional” los 3, 4, 5 y 28 de noviembre. Treinta y siete años después, la Asamblea Nacional adopta la Ley 26 de 1941 que declara días de fiesta nacional: 1 de enero, 15 de febrero, 3 de noviembre “en conmemoración de la Fundación de la República”, 28 de noviembre “en conmemoración de la independencia de Panamá de España”, y 25 de diciembre, mientras que el distrito de Colón tendría “día feriado” el 5 de noviembre y la provincia de Los Santos el día 10.
El populismo provincial demagógico, parroquial, hizo que en 1962 la Asamblea Nacional adoptara la Ley 46 para declarar el 5 de noviembre “día feriado”. Finalmente, en 1969 la Junta Provisional de Gobierno del régimen militar expidió el Decreto de Gabinete 347 para declarar el 10 de noviembre como “día feriado en todo el territorio nacional”. Quedamos así con un mes de noviembre que suma una semana de parálisis de la actividad productiva y escolar.
El historiador Félix Chirú Barrios, en un notable artículo de 2016, “¡Panamá tiene una fiesta! La construcción del 3 de noviembre”, nos recuerda que “con el fin de crear el 3 de noviembre como fecha nacional, la élite política cultural de Panamá se encargó de promover un ritual que apeló al patriotismo y civismo de los panameños.” Se impuso así el “primer grito” municipal emancipador, minoritario (10% de la población nacional), cuando la mayoría de los municipios lo acuerpa formalmente del día 4 al 6.
¿Por qué relegamos el 28 de noviembre al puesto de fiesta nacional secundaria? Recordemos que cuando Venezuela, Ecuador y los cinco Estados centroamericanos celebran su fecha nacional el día de su independencia de España en 1821 y no de su secesión de la República de Colombia o de la República Federal de Centroamérica, Panamá lo hace cuando se separa de Colombia en 1903.
Nuestros historiadores de la primera mitad del siglo XX seguían las directrices de la oligarquía urbana. Este pequeño sector social cimero urdió un mito que prevalece parcialmente. Sostenía que Panamá era un país joven e inexperto, infantil, para justificar todos los errores y faltas de los políticos locales de su época. Inventó que todos los males venían de Colombia y que Bogotá deliberadamente tenía abandonado el istmo, sumido en la mayor miseria material y moral. Quisieron olvidar que Colombia e Hispanoamérica vivían, en el siglo XIX, la misma realidad de pobreza, analfabetismo, extendida ignorancia y superstición religiosa.
Esa historia soslayó mucho la riqueza de la participación política y parlamentaria de los istmeños, el periodismo militante, las elecciones frecuentes, las vivaces ideologías liberales y conservadoras, y destacó las asonadas y revoluciones internas, la inestabilidad política y los malos gobernantes civiles y militares. Los dirigentes oficiales inventaron sentimientos independentistas generalizados, cuando sólo fueron autonomistas y castigaba penalmente hasta la década de 1930 a los que manifestaran lo contrario.
La efeméride de 1821 tiene un componente nacional indiscutible y surgió desde las entrañas del país rural muy mayoritario, con 80 % de los cerca de 120.000 habitantes del istmo. El 10 de noviembre de 1821 se levantaron los santeños con su “primer grito” emancipador, del Cabildo, bajo el liderazgo de don Segundo de Villarreal, apoyado por don Francisco Gómez Miró, revolucionario natariego-penonomeño. Proeza protagonizada por patricios rurales que ha sido desvirtuada con el mito de Rufina Alfaro, personaje del que no hay ninguna traza documental. ¿Sería para inventar una heroína, además, de origen popular? Siguió el Cabildo preeminente de Natá de los Caballeros el 15 de noviembre, apoyado por Parita y Penonomé. El Cabildo de Santiago de Veragua lo aceptó el 1 de diciembre.
Entretanto, el Cabildo capitalino declaró el 28 de noviembre nuestra independencia de un verdadero poder español y esa es la fecha celebrada oficialmente. Discutió a quién unirnos, a México, al Perú o a Colombia o si debíamos buscar la protección de potencias europeas para constituirnos en un Estado hanseático. La razón y la geografía (solo teníamos 5 % del territorio y de la población del antiguo virreinato) impusieron la unión a la llamada Gran Colombia de Bolívar. Con una España ya decaída en Hispanoamérica, por la diplomacia, el soborno de soldados españoles y el liderazgo del gobernante criollo interino, José de Fábrega, se logró una independencia incruenta en noviembre de 1821. Esa habilidad de los istmeños para lograr sus fines sin lucha armada se repitió en 1903.
Hace tres años festejamos el bicentenario de la independencia de Panamá de España. A pesar de la pandemia del Covid-19, el Ministerio de Cultura contribuyó a ejecutar un programa interesante, con el apoyo de una Comisión Nacional. Quedaron algunos escritos notables y varios libros en conmemoración del bicentenario. Quedó también un controvertido monumento conmemorativo en Penonomé.
¿Cómo podemos enlazar mejor a Panamá con la mayoría de Hispanoamérica y su historia extraordinaria de 1821? Fue cuando México, Centroamérica, Perú y Ecuador, además de la República Dominicana, se emanciparon y escogieron la vía republicana e independiente de un poder monárquico y extracontinental. Una educación de real calidad nos dirá que no necesitamos inventar hechos ni falsos héroes para sentirnos orgullosos de la riqueza de nuestra verdadera historia, ni debemos abundar en celebraciones para sentirnos más panameños. El mejor homenaje que podemos rendir a las efemérides patrias es un comportamiento cívico ejemplar.