La República de las Islas Marshall ha creado su primer santuario marino para proteger dos ecosistemas vírgenes alrededor de los atolones Bikar y Bokak,...
El Libertador siempre destacó la necesidad de contar con ciudadanos dotados de las virtudes que consolidan una República. Y esta visión nace de una educación (en el caso de Bolívar) a partir de las enseñanzas de la antigua Grecia y Roma.
“Heredero del siglo XVIII hispanoamericano, recibe, gracias a las excelencias de una educación humanista, el legado plural de Grecia, Roma, y toda la cultura mediterránea, la Revolución Francesa, la filosofía política inglesa y el constitucionalismo norteamericano. [...] Hay, en toda la producción del Libertador, el afán de moralizar a los ciudadanos del Continente, idea – fuerza que proveniente de su trato con la historia helénica y romana junto a su lectura de Rousseau.
Por ello, en su concepción constitucional, aparte de los poderes clásicos del Estado, Bolívar añade otro, a saber el Poder Moral. Su pensamiento perdura hoy cuando cada uno de nosotros aspira a rectificar los senderos de las instituciones patrias para que se orienten hacia la virtud.
Por otra parte, una constante del pensamiento bolivariano es su defensa de las luces, es decir, de la educación y de la instrucción, instrumentos que permiten conjurar los peligros de la ignorancia y diluir las tinieblas de la apatía, el odio y el caos.
De inmediato, es factible enlazar el ideario de Bolívar con el de nuestros compatriotas, Justo Arosemena y Octavio Méndez Pereira porque todos subrayan la primacía de la educación como “fuerza motora de la nacionalidad”.
Para los griegos el significado y alcance de las virtudes resultó fundamental para la construcción de la Polis. Aristóteles llegó a decir que “los hombres, según se dice, se hacen y son virtuosos, ya por naturaleza, ya por hábito, ya mediante la educación”.
Si la virtud se alcanza con la educación, para el famoso griego no basta que esta sea buena sino que, además, sea un “hábito contante”.
Expresado en otros términos amplió que:
“... no adquirimos las virtudes sino después de haberlas previamente practicado” porque, para él, la virtud moral nace del “hábito y de las costumbres”. Luego avanza un paso más al decir que “las virtudes sólo se conquistan mediante la constante repetición de actos de justicia, de templanza”.
Ahora veamos como considera el maestro de maestros de la antigua Grecia, que la práctica de las virtudes ciudadanas nos lleva a una organización política que aspira a la “felicidad” de todos los ciudadanos y la función de la educación en ese proceso: “... como la virtud de las partes debe relacionarse con la del conjunto, es preciso que la educación de los hijos y de las mujeres esté en armonía con la organización política”. Este punto parece fundamental, toda vez que Aristóteles considera que “las leyes más útiles, las leyes sancionadas con aprobación unánime de todos los ciudadanos, se hacen ilusorias, si la educación y las costumbres no corresponden a los principios políticos”. Y todo ello debido a que “la asociación política tiene por fin, no sólo la existencia material de todos los asociados, sino también su felicidad y su virtud; [...]”.