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- 28/10/2024 00:00
¿Dónde están los que abandonan la escuela?
Durante este año escolar todos los días 122.499 para preescolar y 400.505 estudiantes en primaria comenzaron o retomaron sus clases a lo largo de tres trimestres y 327.088 asisten a los niveles de premedia y media.
En la etapa de primaria, de primero a 6to. grado, la cantidad de varones y niñas es bastante similar, aunque en este nivel la matrícula marca un pequeño aumento en el grupo de niños. Ya cuando llegamos a la premedia, de 7o. a 9o. grado, los números dan un significativo descenso en la matrícula de niñas y varones, más significativo entre las niñas.
Las estadísticas del Meduca confirman que en la matrícula de la primaria a la premedia es impresionante la deserción escolar de ambos sexos, un hecho que continúa agravándose más en la etapa de la educación media, especialmente entre los varones.
Números claros: de 229.897 niñas y 242.943 varones en la primaria, sólo llegan a cursar la educación media 43.220 niñas y 33.948 varones, según cifras del Meduca.
Estas cifras muestran el gravísimo problema de la deserción escolar, pero la diferencia se hace más dramática cuando llegamos a la educación superior, pues en las universidades estudian 102.896 mujeres y 66.881 varones. De este total, las estadísticas estiman que de cada 10 estudiantes que culminan sus estudios universitarios, 7 son mujeres.
Conociendo estas cifras de deserción escolar me deja frente a una pregunta terrible, que además manifiesta las diferencias profundas de nuestra sociedad y me urge buscar respuesta: ¿Qué sucede con los cientos de miles de niños y niñas que desaparecen del sistema por deserción escolar?
Esos cientos de miles de desertores de la educación son los que integran no solo a los desempleados por causas transitorias y coyunturales, como la mala situación económica y la falta de oferta de empleos de calidad. Miles que en su mayoría no encontrarán empleos ni la permanencia laboral; las cifras que engrosan trabajadores informales, aquellos dedicados casi siempre a realizar tareas y trabajos menos remunerados y, por supuesto, no estarán afiliados a la CSS ni pagarán impuestos. Este grupo estará condenado a una vida llena de carencias, que probablemente legarán a sus hijos y que llegarán a la vejez sin la tranquilidad de una vida digna.
Hay que tener en cuenta no solo los números sino la calidad de la educación recibida por estos estudiantes, que ocuparon el puesto 74 de 81 países evaluados en el programa conocido como PISA, por sus siglas en inglés. Esta evaluación incluyó a 4.500 estudiantes panameños de 15 años, procedentes de 215 escuelas y revela que los puntajes alcanzados correspondieron a 357 en matemáticas, 392 en lectura y 388 en Ciencias. Muy por debajo del promedio de la evaluación de PISA de más de 450 como mínimo.
No vale el argumento esgrimido por la señora ministra de Educación, de que la prueba no es válida para representar la realidad de todo el sistema educativo en Panamá, puesto que la misma, si algo probó, fue la enorme brecha que separaba a las escuelas de las comarcas de las demás.
Según un artículo publicado en La Estrella de Panamá, Francisco Trejos, Oficial de Educación de Unicef en Panamá, enumera otros problemas donde sobresale el currículo sobrecargado de contenidos y el enfoque de enseñanza de los docentes, enciclopédico y memorístico.
Los días perdidos de clases celebrando infinidad de fiestas y festivales, sin adquirir conocimientos históricos y culturales de la pollera y de las diferentes etnias y se podrían eliminar unos que no cumplen otra función que complicar la vida de los padres de familia, quienes deben suministrar diferentes indumentarias durante el año escolar, además de aportes en comida y rifas. No es ponerse la pollera o el montuno o el traje de una etnia, es aprender el significado de las diferentes indumentarias, su origen, su relevancia en la sociedad y la necesidad de conocerlos.
Otra dimensión importantísima de las repercusiones que esta baja calidad de la educación tiene no solo se vincula con un problema de justicia o de eliminación de barreras sociales, sino de poner sobre la mesa que el tan buscado desarrollo económico y el crecimiento de inversiones locales y foráneas, además de íntimamente ligados a la calificación financiera de los organismos internacionales, debe ofrecer un crecimiento respaldado en la preparación académica, ética, laboral y técnica.
Panamá necesita ser reconocido por un crecimiento que redunde en beneficio de todos los ciudadanos, con la prestación de servicios profesionales al alcance de todos y una educación pública que llegue a ser igual o superior a la privada.