Miles de feligreses celebraron este lunes el Día de los Reyes Magos en Bolivia con la costumbre religiosa de llevar las imágenes del Niño Jesús a los templos...
No cabe duda que la estupidez humana, cuando parece tornarse congénita, no hace más que poner de manifiesto que en realidad siempre estuvo ahí, agazapada, esperando el momento adecuado para expresarse con mayor plenitud, sin temor a las posibles consecuencias; o peor aún, creyendo que lo dicho (o hecho) no tendrá consecuencia negativa para su perpetrador.
Este pensamiento viene a cuento al recordar la gratuita agresividad de las recientes palabras de Donald Trump, inminente presidente de los Estados Unidos, traídas totalmente de los cabellos, llenas de una vanidad pútrida y de un conservadurismo a ultranza que tarde o temprano acabará destruyéndolo, no nada más como mandatario sino como persona. No sólo lo dicho no tiene asidero en la realidad, sino que la forma cómo se ha referido al Canal de Panamá, y por ende a los panameños, no hace más que retratar a un manipulador profesional de la verdad; a un individuo fatuo del que, lamentablemente, tendremos que cuidarnos como de la peor de las pestes, ya que la demagogia y el autoritarismo van de la mano en personalidades como la suya.
Acusado en su propio país por evasor de impuestos, violador de mujeres, racista y perseguidor de minorías indocumentadas, así como de instigador de violencia contra el Congreso de su nación al no aceptar haber perdido las elecciones pasadas, los estudiosos de la materia aseveran que su inmensa riqueza ha sabido comprar conciencias en prácticamente todos los órdenes de la actividad ciudadana en su país. Y no obstante, ganó las pasadas elecciones por amplia mayoría. El hecho de haber sido elegido, con todo lo que se sabe sobre su proceder ciudadano, indica cómo se ha ido volviendo más conservadora y por tanto cerrada la sociedad norteamericana, lo cual no entraña buenas noticias para América Latina, en donde luchamos por salir del subdesarrollo sin caer en las fauces de los demagogos que terminan siendo dictadores, como en años recientes ocurre con Nicaragua y Venezuela bajo la nefasta influencia cubana.
En lo que a Panamá concierne, la primera respuesta oficial externada días atrás por el presidente de la República, José Raúl Mulino, ante las palabras de Trump, nos llena de orgullo cuando en nombre de nuestro país señaló tajante: “Cada metro cuadrado del Canal de Panamá y su zona adyacente es de Panamá, y lo seguirá siendo. La soberanía e independencia de nuestro país no son negociables. Cada panameño, aquí o en cualquier lugar del mundo, lo lleva en su corazón, y es parte de nuestra historia de lucha y una conquista irreversible”. Y se quedó corto.
El otro desplante que es urgente resolver es el de la Embajada de Nicaragua, al permitírsele al expresidente panameño Ricardo Martinelli, convicto por lavado de dinero, utilizar su asilo para desde ahí hacer constante proselitismo político con sus seguidores, violando así acuerdos internacionales al respecto. Por lo que habría que romper cuanto antes relaciones diplomáticas con el gobierno dictatorial de Ortega, como se hizo con el del otro dictador latinoamericano, el venezolano Nicolás Maduro, usurpador del gobierno de su tristemente empobrecido país.
Ojalá que Panamá esté presente en Caracas el próximo 10 de enero, junto a los demás gobernantes y exgobernantes democráticos del Continente, para la toma de posesión del verdadero ganador de las elecciones de julio pasado en Venezuela, Eduardo González Urrutia, con el apoyo irrestricto de María Corina Machado, mujer de extraordinaria capacidad y simpatía entre su pueblo. Es fundamental que de los casi ocho millones de venezolanos hoy dispersos por el mundo, un número importante regrese a su patria a trabajar por su reconstrucción sin temor a ser reprimidos.
Los pueblos no siempre se merecen el gobierno que tienen. La historia lo señala con gran claridad, tanto a favor como en contra. En Panamá debemos aprender las lecciones que les ha tocado aprender en carne propia a los ciudadanos de otros países hermanos. Y la mejor forma de hacerlo es luchar contra la demagogia, el autoritarismo y la represión ciudadana haciendo valer nuestros derechos contra viento y marea. Sé que se dice fácil. Pero también sé que los pueblos tienen derecho a ser felices viviendo bajo reglas del juego justas y no dejándose manipular por oportunismos de derecha o de izquierda, producidos por el cotidiano engaño y la falta de libertades ciudadanas.
En todo caso, me resulta inconcebible que en nuestro país todavía haya quien defienda, en nombre de modelos supuestamente socialistas, la represión que enarbolando esa consigna arrasó a diestra y siniestra los más elementales derechos humanos en la antigua Unión Soviética, bajo los cerrados puños asesinos de Lenín y Stalin, con igual brutalidad que en la Alemania nazi lo hizo Hitler. Dictadores como Pinochet en Chile y ahora como Ortega y Maduro, representan la misma nefasta ralea perniciosa de la que debemos librarnos a tiempo. Nada que ver con la calidad humana de don José -Pepe- Mujica, exguerrillero y expresidente socialista uruguayo, modelo de gobernante y prístino ser humano.