• 29/01/2025 17:25

Decodificando valores: sensatez (II parte)

La educación moderna debe de enfocarse en el desarrollo de esta sensatez, una actitud por ver la realidad tal como es y no como otros nos dicen que la ven, quizás interesados o con malas intenciones

Los actuales titulares sobre coaliciones entre políticos y multimillonarios con sus abruptas decisiones, me motivaron a reflexionar en esta segunda parte sobre la sensatez ante el éxito, un complicado reto no menos importante que ante la dificultad. El exitoso moderno puede inspirar y proveer una mejor vida para todos, suponiendo no caiga en el trágico pozo del egocentrismo. Así como el éxito llena la cuenta de banco, llena al ego también que, como tal globo de helio, puede explotar ante la más pequeña chispa, lastimando al individuo y a su alrededor. El éxito distorsiona a la sensatez en un rango de formas de las que describo sus dos más extremas.

En el extremo soberbio, el éxito desfigura cómo nos vemos y cómo actuamos ante los demás. El éxito personal o profesional puede convencernos de que somos imparables, invencibles y, por lo tanto, capaces de hacer cualquier estrago sin importar las consecuencias. Los soberbios se convencen de que no roban, sino que reciben lo que se merecen; de que no mienten, sino que expresan “su verdad”; o de que no engañan, sino que protegen a los demás. Esta terrible pérdida de sensatez no tiene límites y, de no ser detenida, causa cada vez más daño a una mayor cantidad de personas. Por ejemplo, el CEO de una multinacional o un político que asciende al poder hasta puestos influyentes como presidente o primer ministro.

Un CEO soberbio considera correcto y hasta necesario despedir a empleados por e-mail, esclavizarlos con salarios injustos u horas agonizantes o, aún peor, obligar a sus subordinados a actuar de forma ilegal o inmoral bajo la amenaza del despido. Un líder político, a diferencia de un gerente comercial, no debe preocuparse por la rentabilidad, disfrutando de cautivos “clientes” y de un poder policial, expandiendo su tiranía en todos los ámbitos de la vida: arruinando la salud y bienestar de sus ciudadanos (y de otros países) con deportaciones, guerra, aranceles y restricción de libertades. Este defecto en la naturaleza humana ha llevado a ciertas democracias a limitar el poder y término del presidente, así como a establecer un sistema judicial que regule ese enorme poder.

El otro negativo extremo del éxito es el abrumador, que pasa cuando la persona no se siente merecedora o capaz de lidiar con las consecuencias de su éxito, causándoles profundos sentimientos de culpa “¿por qué yo y no otros?”, o de confusión “¿qué hago con tanta fama, plata o poder?”. Existen diversos ejemplos de esta insensatez con exitosos usando drogas (que los hacen fracasar o morir), despilfarrando su fortuna o actuando ilegalmente. Muchos hasta se convierten en víctimas del abuso de otros, como en el caso del cantante Elvis (cómo se ve en la homónima película del 2022 con Austin Butler). En el ámbito artístico está el infame “club de los 27” en que músicos (entre ellos Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse) se suicidan a los 27 años al dificultárseles lidiar con su éxito.

Entre estos dos casos externos nos hemos encontramos todos nosotros en algún momento de nuestra vida. En el éxito como en la dificultad, es difícil mantener nuestra sensación propia, de moralidad y modestia. La diferencia está en que a los sensatos se les han inculcado valores desde la niñez: cómo apreciarse a sí mismos y cómo tratar con dignidad a los demás.

La educación moderna debe de enfocarse en el desarrollo de esta sensatez, una actitud por ver la realidad tal como es y no como otros nos dicen que la ven, quizás interesados o con malas intenciones. Por ejemplo, debemos entender que no somos 100% responsables de la dificultad o del éxito (léase “La tiranía del mérito” de Michael Handel). Aunque en ambos casos nos veamos en un estado de confusión, nunca es tarde para corregir.

Para mantener nuestra sensatez, comencemos por sacar de nuestro vocabulario expresiones como: “imposible”, “no puedo”, “estoy cansado”, “esto es demasiado complicado”. Debemos de sacar de nuestra rutina diaria actividades que, aunque nos traigan un placer temporal, son dañinas, como excesivas redes sociales, tabaco, alcohol o demasiada televisión. Debemos de desarrollar una “perspectiva”: por más dificultad que sintamos, muchos están peor. Es sensato apreciar lo que tenemos y no angustiarnos por lo que no.

Recordemos que el éxito no garantiza la felicidad y por más que hayamos trabajado duro, no nos merecemos el crédito completo. Debemos apreciar y agradecer a quienes diariamente nos ayudan: colegas, entrenadores, maestros o padres. Alabemos a aquellos quienes nos mantienen con los pies sobre la tierra evitando que el éxito “se nos suba a la cabeza”. Ante la dificultad no debemos avergonzarnos o callar, buscando consejos y alivios en quienes nos quieren y podemos confiar. Nos sorprenderá cuántos están dispuestos a ayudarnos sin juicio ni crítica. En todo caso, valoremos a los audaces que nos reflejan la verdad, aunque no nos guste, y menos a los bochincheros y aduladores que nos la esconden.

Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones