• 14/07/2024 23:00

Decodificando valores: ‘padrísimo’ (I parte)

Es imposible satisfacer al placer, pues apenas lo hacemos a un nivel, este se opaca y de no obtener uno mayor, sufrimos. Además, en vez de tratar en vano de evitar el sufrimiento, debemos de aprender de cómo manejarlo, tema ignorado por los adultos responsables por la educación básica

Aunque en Panamá no se use, el coloquio mexicano “padrísimo” (excelente, estupendo) me pareció el nombre apropiado para estos artículos, pues recientemente falleció mi admirable papá, motivándome a reflexionar sobre mi relación con él, con la de mis hijos, además del significado en general de ser padre.

Isaac Lowinger, quien este 15 de julio cumpliría 79 años, educó por unos 35 años a generaciones de ingenieros en la USMA (incluyendo a mí y a mi hermana). Su reputación de crítico y estricto (también conmigo) no lo hacía popular en la matrícula. Él fue introvertido, modesto, disciplinado y respetuoso, valores hoy escasos como diamantes. Creció en una modesta casa en la calle 9 de Colón con otros ocho hermanos, estudiando en el estricto colegio católico La Salle.

Mi padre pudo conversar más conmigo, sobre su infancia, juventud o visión de la vida. Pero viviendo en escasez, aparentemente, escasea también la profunda conexión humana. Tampoco mis tíos expresaron mucha emoción, viviendo un día a la vez, sin dramas, centrados en su familia, la comida, el clima y la política; superficiales y con una tendencia al acopio. Quizás esto sea un mecanismo de defensa al carecer de vacaciones, pertenencias o privacidad o quizás una consecuencia de crecer con padres inmigrantes (véase “Historia de los judíos de Colón” del Dr. Abougamen).

Sí me contó sobre lo difícil de manejar a los 13 años para llevar a su padre a la fisioterapia después de sufrir un derrame cerebral que lo dejó en silla de ruedas. No puedo imaginar cómo ese evento “marca” a un joven por el resto de su vida.

Entrando en mi sexta década he tratado de analizar cómo su perspectiva humanista influyó en mí y continúa en la educación que inculco a mis hijos, la muy diferente a la de su madre de otro hemisferio. En estos días tan complicados, tecnológicos y polarizados, ¿cuál es la mejor escala de valores para criar hijos felices y exitosos?

De todas las filosofías que conozco, la que mejor encaja con sus enseñanzas y mi actual paradigma es el existencialismo. Sin una clara definición, esta filosofía pone en el centro la existencia humana, o sea, su libertad, responsabilidad, emoción y lo más importante, su significado, su raison d´etre. Aunque doctrinas arcaicas aún vigentes como el teocentrismo (con dios en el centro) y el antropocentrismo (con el humano en el centro) aportaron en su debido tiempo los valores necesarios para sacarnos de la barbarie (como los diez mandamientos, la Carta Magna y demás declaraciones civiles), debemos ajustar hoy a nuestros valores con estos turbulentos “tiem-pos”: posverdad, postpandemia, poshumanismo, etc. Debemos regresar a los clásicos valores del razonamiento, el respeto y las libertades, apoyados por valores más modernos como la igualdad de oportunidad y la total eliminación de la discriminación.

Gracias al crisol de razas que es Panamá el racismo es mínimo (en mi experiencia), pero sí somos víctimas de una creciente inequidad y polarización, aún peor que en el resto del mundo. Por un lado, nos obsesionamos por lo material, distorsionando nuestro sentido de felicidad, al creer que el nuevo iphone me la traerá, y damnificando al medio ambiente en el camino. En el otro extremo, nos vemos rodeados de absurdos pseudo idealistas quienes luchan y hasta matan por valores arcaicos como el tribalismo, la conversión de herejes, la ley sharía, el chauvinismo o el imperialismo.

En su obra maestra El hombre en busca de sentido, el psicólogo austro Viktor Frankl, explica que la felicidad y la satisfacción de la vida surgen del significado que le demos, mucho más que el placer o la ausencia del sufrimiento, valores legítimos pero limitados. Es imposible satisfacer al placer, pues apenas lo hacemos a un nivel, este se opaca y de no obtener uno mayor, sufrimos. Además, en vez de tratar en vano de evitar el sufrimiento, debemos de aprender de cómo manejarlo, tema ignorado por los adultos responsables por la educación básica.

Obviamente en el holocausto muchos murieron defendiéndose o asesinados brutalmente. Pero Frankl, quién vivió en los más crueles campos de concentración, afirma que muchos murieron no solo por una debilidad física, pero por haber renunciado a la vida, aun con las fuerzas físicas para continuar: la falta de esperanza, de una resiliencia mental, de una motivación por seguir luchando aun viendo a su alrededor crueldad, desidia y muerte.

Sin ser fácil, Frank explica cómo muchos (incluyéndolo) encontraron “significado” ayudando a los más débiles, sanándolos, hablándoles y hasta entreteniéndolos. Él se dio cuenta cómo aun dentro de un infierno sobre la tierra, es posible encontrar consuelo internamente, en nuestras acciones, los buenos recuerdos y hasta imaginando al agradable mundo post aprisionamiento. ¿Puede ser mi padre encontró este significado cuidando a su padre e hijos? ¿De dónde llega este absurdo optimismo? Reflexiono en la respuesta en la segunda parte.

El autor es arquitecto
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