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“La dispareja e irregular evolución de la actividad científica y tecnológica en América Latina durante el periodo virreinal y los primeros decenios de vida republicana hizo que la región presentara al finalizar el siglo XIX una imagen desigual y desarticulada del quehacer científico” (Sagasti, 1989).
Sin embargo, a principios del siglo XX se habían creado instituciones científicas asociadas a jardines botánicos o museos como en México y Brasil, o se habían recibido científicos europeos que habían emigrado hacia el Continente estimulando la aparición o consolidación de escuelas de ingeniería como en Argentina, Chile y Uruguay. Y en casos muy específicos se habían producido desarrollos autóctonos, como en Cuba y el Perú -en lucha contra enfermedades como la fiebre amarilla y la verruga peruana- para producir vacunas.
Con la intención de crear una comunidad científica regional, la Sociedad Científica Argentina convocó los tres primeros congresos científicos continentales (Buenos Aires 1898, Montevideo 1901, Rio de Janeiro 1905) siendo el cuarto de ellos, el de Santiago de Chile, del 25 de diciembre de 1908 al 5 de enero de 1909, el que registró mayor número de participantes (veinte países), delegados y adherentes (2142 personas) y trabajos presentados (742), de los cuales 450 fueron publicados por Chile, en su calidad de exanfitrión, en 1915. Es por este inusitado interés por la ciencia que a este congreso científico en el país sureño también se le denominó “Primer Congreso Científico Panamericano”. Así lo afirmó el diplomático Enrique Carlos Ribeiro Lisboa, jefe de la delegación brasileña y presidente de este cuarto congreso cuando se refirió al panamericanismo: “lleven la convicción de que en América somos todos hermanos; que, al reunirnos aquí, solamente hemos querido y buscado conciliar el bien de cada uno de nuestros países con el beneficio general del continente. A vuestros conciudadanos referiréis la armonía de nuestras deliberaciones y la sana cordialidad de nuestra convivencia social. Les diréis que debe ser borrada del diccionario, en América la palabra extranjero; nuestras inteligencias, nuestros corazones forman ya un todo inseparable, han desaparecido entre nosotros las divisiones espirituales, nuestras almas no tienen más que una nacionalidad, son almas americanas” (Poirier, 1915).
Este espíritu integracionista latinoamericano no estuvo exento de la geopolítica del momento. Sagasti (1989) señala que la delegación científica estadounidense fue la más numerosa del evento y añade que “la participación de Estados Unidos en el congreso podría considerarse como una parte de una estrategia más amplia para consolidar su posición de potencia dominante en todos los ámbitos de las relaciones interamericanas de principios de siglo”. Por su parte, el delegado y ministro de Instrucción Pública de Chile, Eduardo Suárez Mujica, y el delegado cubano Carlos Gutiérrez, declararon que había llegado el momento de la “independencia científica americana” (Poirier, 1915).
Al juzgar por las cifras, en el cuarto congreso se produjo un intenso intercambio de conocimientos con “1899 adhesiones personales procedentes de 20 países del continente, 172 delegados de instituciones científicas, y se registraron 71 delegados oficiales” (Sagasti, 1989). Así, Panamá contó con dos delegados oficiales y cuatro adherentes, destacándose entre ellos los ciudadanos Federico Boyd y Julio Arjona, siendo publicados -por las autoridades del congreso- dos trabajos panameños en ciencias médicas y ciencias pedagógicas respectivamente. En ese orden de ideas, Chile presentó, como país sede, 195 trabajos seguido por los Estados Unidos con 46 investigaciones, Perú con 39 y México con 27.
Respecto a las profesiones de los ciudadanos participantes en el congreso, “los maestros son los más numerosos entre los adherentes (23.2%), seguidos de los abogados (19%), de los ingenieros (16.9%), y de los médicos (16.1%), mientras que los pertenecientes a otras profesiones llegan a representar el 24.8% del total” (Sagasti, 1989).
Consecuencia del cuarto congreso -el primero de carácter panamericano- fue la propuesta de establecimiento de una “Unión Intelectual Panamericana”, promovida por un selecto grupo de científicos argentinos y chilenos que propugnaban un “panamericanismo intelectual” con motivo del Segundo Congreso Científico Panamericano celebrado en Washington entre diciembre de 1915 y enero de 1916 (Meléndez & Olagüe, 2002).
Los congresos científicos fueron una experiencia fugaz que no logró sobrevivir al final de la primera guerra mundial, al auge del panamericanismo y la crisis de la idea de progreso. Diez años después, muchos gobiernos latinoamericanos habrán mudado hacia el antiimperialismo (rechazo a toda forma de intervención político-militar estadounidense y de su “civilización”), principal bandera alzada contra ese país. Rodríguez (2003) considera que “la Conferencia de La Habana de 1928 marcó un punto de inflexión en América porque significó el abandono definitivo de los congresos científicos. Instalándose un debate nuevo, el del panamericanismo, pero también el del imperialismo formal e informal estadounidense” que afectaría severamente a Centro y Sudamérica.