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- 01/09/2020 00:00
26 de agosto
Carlos Augusto Herrera Guardia cumple cuatro años de su partida, ahogado en este suplicio extractado, sin que merme un ápice alucinatorio por el trastorno refractado en este intermitente delirio, estivado en el pensamiento que transcurre sobre una realidad imaginaria, con el puñado de consejos fermentado, tanto de los fanáticos que balbucen junto con sosegados creyente y ateos agudos, que he repasado sobre lo dicho por sabios inteligibles, pues ellos escriben para ellos, al tratar el tema de la inmortalidad del alma en esta beligerancia de religiones sobre la trascendencia de las almas que abandonan los cuerpos entre reencarnación y resurrección. Posturas cocinadas en interminables debates que retumban en el eje de cerebros frente al misterio de la vida y la muerte. Pero es que, en esta ánfora de dudas, percibimos la materialización de la mezquindad que el ser derrocha en las campañas eternas de recoger beneficio bajo cualquier pretexto, en el eterno engaño.
Al navegar en ese naufragio de lo ocurrido, peregrino por aquel recorrido agónico de mi hijo en el imploro del apoyo espiritual del que se aferró en pos de un hálito de sosiego que lo trasladó a un retiro en Colón, cuyo sacerdote, postrado en misericordia, escuchó sin asombro lo ocurrido, para profetizar que los culpables de esa muerte saldrían a flote; lo que no ha ocurrido, pese al nubarrón del sospecho, pero todo este tiempo me debo conformar con una foto maquillada con la tristeza de sus vástagos sobrevivientes, que prefiero no comentar, aunque nada de lo que se haga va a devolver esta vida, pero no se crea que por eso la sombra de la maldad intelectual haya descansado en su esfuerzo mantenido en la penumbra para, con una avidez depredadora, torcer cualquier atisbo de justicia, pero ya alguien, con un agudo tacto, dijo que en las apelaciones se observa hasta dónde desciende la maldad sin escrúpulos, con el falso escudo de coherencia.
En toda la existencia de esta humanidad se viene tejiendo aquello de la migración del alma en esta vida finita y programada en el destino, con las costumbres y tradición, sobre lo que se debe hacer con los que se van en la secuencia de los años, a quienes despiden con dolor sin desconocer el principio de la renovación de las especies, lo que no ocurre cuando un padre entierra a su hijo y que ese descenso se puede catar a la maldad sublimada en esa redoma del odio trivial e inexplicable, solo por tratar de defender y proteger a sus propios hijos, pero se brega en este yunque donde moran los fantasmas del recuerdo y la angustiosa espera para que se reflote esa verdad pronosticada. Solo nos queda la experiencia que a diario se repite y todo por esas conductas desviada de los que promueven la malevolencia.
No existe otra cosa ante la execración provocada que la de seguir incólume ante los lémures de la reminiscencia y frente a la incógnita por saber la verdad, que el lapso mimetiza trastornada por las acciones consiguientes en una torpe excusa sobre lo que pasó en la maraña de legistas, en este tumulto adversarial con sus argucias ante la sordomudez de los que espolean la justicia en ese afán de ajustar la ley a la conducta desviada. Tenemos que partir de la promesa a nuestro Dios de seguir con un comportamiento apropiado de servir a los demás, de amar al prójimo, de aprender a perdonar sin cambalache, para que entonces nos perdonen. Servir a la humanidad que debe ser el norte, de controlar las pasiones y luchar contra las tentaciones convertidas en hábito. En esta vida prestada que se trunca de repente y en cualquier momento por motivos baladíes.
Así como ocurre ahora con esta infección que se especializa en la tercera o cuarta edad que ya no sorprende a nadie por los casos justificables ante la mortal carga de una enfermedad anterior devastadora, que se utiliza para justificar esa muerte con el réquiem de la liturgia romana, exprimida del latín réquiem, que significa descanso. Lo importante es trasmitir ese intermitente golpe de dolor, al compás del corazón humano, que se extiende sobre horas conscientes, al tratar de entender lo que pasó y sus peregrinas razones. Ese jueves anterior lo vi tranquilo y hasta sacó unas copias para agregar a la solicitud de trabajo en el Gobierno para hacer frente a la obligación alimenticia propuesta y antes de ello almorzamos, luego fuimos a la iglesia de Ancón para hablar del problema espiritual, pero el sacerdote amigo no estaba. Te amo, hijo.