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- 20/04/2023 00:00
Manipulando al 'pueblo'
La manipulación de los términos “pueblo”, “democracia” o “representatividad” es cuento viejo en nuestra la civilización judeocristiana.
En occidente, ningún país se salva de un escrutinio agudo y veraz; todos en algún momento exhibieron lo más repulsivo de la manipulación y de la demagogia simbólica.
Manipularon en democracia, bajo dictaduras y dictablandas, en regímenes monárquicos y también en republicanos. Igualmente, desde el parlamento o desde el Gobierno se ha buscado el aplauso dócil mediante el engaño. Los manipuladores siempre saben que tergiversando la verdad o contándola parcialmente se ofrece lo que no se puede, abusando de una sed popular insatisfecha.
Posiblemente, el caso más emblemático es la recurrencia para invocar al “pueblo”. Escojo este término para acotar mi señalamiento a su frecuente manipulación y que usted, amable lector, sentirá que, fatigado o asqueado, posiblemente también podría haber escrito estas líneas. Veamos.
El pueblo es un concepto con varias acepciones que ha sido usado de forma en la historia para invocar a la nobleza de una población o de una raza y de la que se ha abusado políticamente con impune frecuencia y desvergüenza.
No pretendo circunscribir el abuso del concepto “pueblo” a las pasadas y muy vividas experiencias de cada quién. Por el contrario, procuraré abstraerlo del vaivén cotidiano de la política ofreciendo unas pocas y singulares reflexiones en torno a él. Corresponde igualmente despojarlo de consideraciones sociológicas, porque se prestan a invocaciones maniqueístas que todo desnaturalizan.
Así, toca distinguir al menos tres usos inapropiados del concepto pueblo.
Pueblo no es la mayoría de un todo, tampoco es la porción más vulnerable del mismo todo y menos un público determinado.
Observemos, si así fuera -por ejemplo- la mitad más uno sería pueblo, también lo sería la porción más vulnerable si constituyera mayoría, e igualmente, si quienes coparon un coliseo o un estadio fueran más que los que asistieron a un mitin partidario.
Entonces, ¿en dónde debemos trazar la frontera para referirnos correctamente -sin demagogia ni pretendiendo manipulación alguna- al pueblo?
Considero que la más asertiva o correcta acepción y utilización del concepto pueblo es aquella que involucra a la totalidad de una sociedad singularizada, aún más si su uso posee connotaciones políticas.
En línea con esta reflexión, corresponde denominar al pueblo de Chiriquí a quienes allí habitan, por consiguiente, el pueblo panameño son todos quienes forman parte de Panamá, vivan dentro o fuera del Istmo.
De esta distinción geográfica y nacional se deriva otra republicana y que resulta fundamental: la condición ciudadana. La ciudadanía es el conjunto de personas de un país al que le corresponden derechos y deberes políticos y ciudadanos.
Ahora bien, igualmente resulta muy expresivo, apropiado, entendible cuantificable y válido -en los términos ya acotados- afirmar que concurrimos en el Gobierno del pueblo y para el pueblo cuando ejercemos el derecho a votar y exigimos resultados cuantitativos y cualitativos. Por ejemplo, más y mejor justicia, más y mejor seguridad, más y mejor gobernanza.
De la misma forma, resulta casi un imposible que el pueblo como conjunto y totalidad acometa una acción enteramente colectiva, por el contrario, más bien son pequeños grupos -en comparación- los que gestan las acciones de masas.
Extrapolando y pudiendo ser incluso una cantidad importante de una población, jamás podría ser el conjunto o totalidad de ésta. Y pareciendo ociosas, innecesarias o mal llevadas estas líneas, considero que, al contrario, pueden aportar ciertos puntos sobre ciertas íes.
Así, el uso equívoco del concepto pueblo en la historia ha causado enormes errores e incalculables daños a muchos pueblos. En algunos casos horadaron la conciencia de la humanidad.
Posiblemente, el “error semántico” de mayor transcendencia y consecuencia histórica sucedió cuando se le endosó al “pueblo judío” la muerte del Redentor.
Asimismo, suele que todos solemos hipercalificar los actos en donde se aprecian miles de personas. Es una suerte de deísmo en el que cada parte del pueblo en la calle se atribuye poseer la verdad ciudadana con pretensiones absolutas y absolutistas.
Por consiguiente, resulta indispensable circunscribir la voluntad general y arrebatarle la verdad absoluta e infalible como un atributo inherente, así como tampoco existe la infalibilidad del pontífice romano por más creyente que pretendamos ser.
Si afirmáramos la infalibilidad del pueblo deduciríamos que, tanto usted -amable lector- como yo y el resto de las personas que nos rodean, somos infalibles, porque somos parte del pueblo infalible, lo que resultaría grotesco, necio y falso.
Así, el significado de mayoría, de público o de sector más vulnerable resulta humano, temporal y acotado y aquello de que “el pueblo jamás se equivoca” una “manifestum impossibile”. Según Tito Livio, “la voluntad del pueblo hace tantas mudanzas cuantas hace el tiempo”.
Entonces, no pudiéndose invocar al pueblo como poseedor exclusivo y excluyente de la verdad y menos de la verdad política, el sufragio general -expresión popular de un momento determinado de una porción cuantificable del pueblo- debe ser siempre ponderado como una voluntad fraccionada, identificable y cambiante.
Finalizando, la conceptualización y el uso totalizador del concepto “pueblo” son actos intrínsecamente contrarios a su naturaleza y a la libertad de todos quienes lo conformamos, ergo, debemos abstenernos de manipulaciones invocándolo incorrectamente.