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Vivimos en tiempos de guerra y el presidente recién elegido de Estados Unidos de América amenaza con retomar unilateralmente el Canal de Panamá. No podemos ignorar que la estratégica situación geográfica del istmo de Panamá y el Canal son el recurso económico más importante de nuestro país: no sólo por los ingresos que genera el tránsito de buques, sino porque crea un conglomerado económico que impulsa cadenas de negocios y fuentes de trabajo (por ejemplo, los puertos, los negocios de suministros y logística, la Zona Libre de Colón, las Aseguradoras, el Centro Bancario e incluso el turismo).
Pero, más allá de la economía, las dimensiones políticas, existenciales e identitarias del Canal para el pueblo panameño son inmensas y fundamentales. Reflexionemos sobre ellas.
Históricamente y desde el imaginario colectivo, el Canal trajo consigo la realización de un sueño de siglos, garantizó la creación de la República de Panamá y generó modernización y avances en materia de urbanización, higiene y salud para los panameños, especialmente en las ciudades terminales del Canal: Panamá y Colón.
Lamentablemente, el Canal vino también de la mano del colonialismo estadounidense en la Zona del Canal, dependencia y sometimiento políticos impuestos a nuestra naciente República, con racismo y apartheid, además de múltiples ocupaciones de nuestro territorio nacional, hasta la más reciente invasión de 1989.
Esta historia entre beneficios económicos restringidos y soberanía reprimida de la historia del Canal, desde la perspectiva panameña, y desde la resistencia panameña por la soberanía en Panamá y su Canal, y que tiene su ápice en el 9 de Enero de 1964, logra un triunfo histórico en diciembre de 1999 con el cumplimiento de los Tratados Torrijos-Carter.
Con todo lo discutibles que puedan ser los conceptos de independencia y libertad en geopolítica, el Canal representa identidad nacional panameña (por encima de nuestro regionalismo interno, multiculturalidad y desigualdad económica), así como también representa independencia económica y libertad política.
Además, la identidad canalera es una modalidad panameña del capitalismo neoliberal que, a pesar del indiscutible crecimiento económico, unificación territorial y fortalecimiento del Estado panameño logrados a partir de 1999, frente al colonialismo estadounidense a partir de la nacionalización del Canal, puede llevarnos, sin embargo, a una contradicción esencial.
De un lado, construyendo la identidad de la interoceanidad (que asigna el mayor valor al libre comercio, al cosmopolitismo y la globalización, al cambio y la modernidad; a la negociación y la diplomacia). Esta identidad panameña de la interoceanidad (con frecuencia referida en Panamá como transitismo) incorpora, otras modalidades identitarias panameñas como son las identidades regionales locales y comarcales (cuyos valores dan prioridad al heroísmo, la confrontación, el apego a la tierra y al tradicionalismo). Estas contradicciones entre las diferentes modalidades de la identidad panameña de la interoceanidad, las provincias del interior y las comarcas, se entremezclan dinámicamente, con predominio político de la identidad de la interoceanidad (sin eliminación de las otras modalidades identitarias que, ocasionalmente, según las circunstancias, salen a flote, ocasionando alteración y cambio en el orden social y político, porque forman parte activa de la cultura nacional).
Por otro lado, y a pesar de la capacidad constructiva de la identidad panameña de la interoceanidad, cuyo ícono primordial es el Canal de Panamá, con frecuencia, contradictoriamente, puede reducir nuestra identidad a una ruta y a una cosa, ¡el Canal!, anulando así nuestra historia y cultura nacional, regional y multicultural centenarias, y nuestra condición de nación. Esta identidad, cuando es cosificada, tiene repercusiones muy graves, porque deja a la población de Panamá despojada de su humanidad y sus derechos, con identidad de territorio y objetos “sin alma” (para recordar otras narrativas colonizadoras más antiguas, cuando se discutía en el imperio español si los indígenas en América tenían alma, es decir, si eran o no humanos). Esta identidad, cuando adopta esta forma negativa, facilita cualquier barbaridad contra los pueblos de Panamá.
Ahora, al final de 2024, el presidente Trump amenaza a Panamá con ignorar los Tratados del Canal y de Neutralidad, y de retomar la administración del Canal, pisoteando el orden jurídico internacional. No cabe duda de que, en tiempos de guerra, la neutralidad y soberanía del Canal y de Panamá se hacen más vulnerables, frente a la necesidad militar de los Estados Unidos de controlar la vía en su totalidad.
En estos momentos de peligro, la diplomacia patriótica debe guiarnos, inspirados en las negociaciones internacionales que condujeron a los Tratados de 1977, alejándonos del discurso de la confrontación suicida de 1989.
Debemos ser conscientes de que mientras la ruta interoceánica panameña resulte estratégica para la geopolítica y seguridad militar de Estados Unidos, la soberanía de Panamá y su Canal seguirán siendo vulnerables y su efectiva neutralidad, en tiempos de guerra, prácticamente imposible. Por estas mismas razones, la asignatura de Historia de las Relaciones entre Panamá y los Estados Unidos debe ser restituida como asignatura obligatoria en Panamá, para garantizar la memoria histórica y lecciones aprendidas de la épica panameña por la soberanía nacional.
El patriotismo diplomático aprendido a través de nuestra historia y cultura, con apoyo internacional y multilateral a Panamá, comenzando por las naciones signatarias del Tratado de Neutralidad del Canal de Panamá, son nuestras mejores armas para defender la soberanía y las conquistas históricas del pueblo panameño, exigiendo al presidente Trump una relación respetuosa de los Estados Unidos de América con Panamá.