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- 23/02/2020 06:00
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La tradición de Roma de las fiestas paganas del dios Baco, en carácter de simbología de diversión y excesos de la carne tuvo su transición en Venecia con festividad de lujo, baile y música. En principio le fue esquiva su relación con la religión católica, que rechazó el jolgorio, risas y diversión. Luego fue acuñada en la España medieval como carnestolendas. Lo pagano antecede a la mortificación de la carne y pasa directamente a la Cuaresma. Es un proceso que en Panamá se denominó transculturación, que es la simbiosis de culturas donde se incorporan nuevos elementos y se crea una nueva identidad cultural.
La antigüedad de estas fiestas la encontramos en Panamá La Vieja, en las carnestolendas, al arribar el gobernador Juan Pérez de Guzmán, el 11 de abril de 1669.
según Pareja Ortiz “...en viernes de semana del amor en Cristo, nuestro Señor se despidió de su madre para ir a la muerte por la redención del género humano, y día de tanta mortificación y concurrencia en la iglesia la Merced”.
Desechando el luto de la fe católica, se le hizo recibimiento a Guzmán en plena Semana Santa:
“estando regadas de flores las calles y le recibieron con cruz alta, música y Te Deum Laudamus y acabada la oración pasó con todo acompañamiento que de horror y terror la seguían.” Y con ello, continuaron los funcionarios en Semana Santa en prácticas paganas en la noche de Sábado Santo y Domingo de Ramos, se dieron sin recato: “máscaras y mojigangas como si fueran carnestolendas causando admiración a las gentes de más consecuente caballero cristiano consientes en tiempo tan santo demostraciones tan profanas.”
Las carnestolendas estuvieron presentes en la Vieja y en la Nueva Panamá, en el Arrabal de Santa Ana. Los viajeros extranjeros, como Haid escribe: “las peleas de gallos es diversión favorita”. Y Le Moyne en 1841 se asombra por la cantidad de mulatos que practicaban bailes coloniales. Es una ciudad cuya muralla dividía entre ricos y pobres.
Gibbon y Scarlett escribieron: “el bullicio incesante de los bailarines mulatos y negros de un cabaret vecino, me tienen medio despierto media noche. Puedo sentir cómo tiembla la casa cuando se mueve, no el ligero dedo fantástico, sino monótono sonido de una guitarra rajada y una dulzaina. Esta diversión continúa casi sin interrupción”. (Relaciones de Viajes p. 40)
Las referencias anteriores explican las existencias de tradiciones coloniales en el siglo XIX, y la oposición del liberalismo -caso de Mariano Arosemena-, centrado en su cosmopolitismo burgués y en una renovación económica de la zona de tránsito. Planteó y criticó sin recato las tradiciones carnestoléndicas, al sustentar que:
“Las noches precedentes a los días festivos las pasaban bailando al son del tamborito. Luego el día de fiesta lo empleaban lidiando toros, corriendo a caballo y peleando gallos. Para los días de san Juan i Santiago, en los meses de junio i julio, esa clase de diversiones se tenía más grande, constituyéndose fiestas populares solemnes. Para las CARNESTOLENDAS, la diversión era grande. Los espectadores de esos actos religiosos gritaban. En los días de Pascua se tenían paseos al campo, para bailar i jugar naipes... Las procesiones de Semana Santa y Corpus Cristi eran motivo de desorden, en vez de ser objeto sagrado i respetable. Los espectadores de esos actos religiosos gritaban voz en cuello, se reían descompasadamente.” (Arosemena, Apuntamientos Históricos p.p. 38-39)
Es evidente el rechazo de la naciente burguesía comercial a los bailes populares como el tamborito, los juegos, de naipes y ese sustrato que yacía en la conciencia del hombre del campo y del arrabal. En fin, en estos días de fiestas, el hombre común se explaya en la diversión y el licor de forma de profilaxis mental por las duras jornadas de trabajo y la exclusión racial.
Sin acabar de deslindar el tira y jala de la rebeldía festiva se encuentra ausente el elogio a la pollera, vestimenta usada por las negras esclavas dedicadas a las tareas domésticas, en oposición a los trajes de las mujeres de intramuros cuya elocuente moda parisina de faldones anchos se contrastaba con un entorno caluroso con telas gruesas que le cubrían el cuerpo hasta el cuello. Una dicotomía que además de encerrar un estilo de vida, envolvía el sentido de clase.
La actividad lúdica en el siglo XIX, de prácticas de absoluto componente popular delineadas por la prensa local en los siguientes términos: “El Carnaval finalizó la noche con bailes y fandangos en Santa Ana, y procesiones de negros por las calles haciendo la noche horrenda con sus gritos”.
“En Panamá trascurrió más tranquilo de lo usual, aunque el último fandango en la Plaza del Triunfo fue más bien un holgorio”. (Star Herald. Marzo 1859). El mismo diario describe: “Los tres días de Carnaval transcurrieron muy placenteros para aquellos que gustan del holgorio común del país. La diversión fue disfrutada casi en su totalidad en el Arrabal, y pocas si acaso algunas de las clases respetables tomaron parte de ella. Consistieron como de costumbre, en perseguir toros, tambores, disparos de fusil, bailes de fandango, montar a caballo y algo de bebida”. (Star Herald.)
Coincidencia en la forma y estilo, costumbre de siglo XIX, y que aún persiste es la mojadera y con ingredientes de sincretismo:
“la forma de celebrar esta última y todas las actividades entre las clases bajas ha cambiado mucho. Las ceremonias y prácticas surgieron de una mezcla de ideas cristianas y supersticiones indígenas... Era la época de libertad desenfrenada...el principal entretenimiento y diversión consistía en empapar a todo el que estuviera a mano, con totumas llenas con agua”. (Star Herad febrero 1874).
Mojadera es, por tanto, una tradición del siglo XIX. La acción colectiva de las clases bajas mantuvieron el control del Carnaval reproduciendo así, con conciencia de diversión en los días antes de Cuaresma según el diario citado “a toda clase de diversiones. Pero la típica bufonería ha sido aquella adoptada de sus antecesores, imitando guerras entre Reyes Cristianos de España y los Moros”. (Star Herald febrero de 1874)
Eran los negros que simulaban pedir dinero en las calles. En la República de 1903, se continuaron sus tradiciones. Guillermo Andreve comenta: “el 20 de enero, día de san Sebastián, y organizando partidos rememoraban bien el ataque de la antigua Panamá por los piratas, bien la conquista de México por Hernán Cortes, bien el demonio a los pecadores, juego este llamado a los de los diablos, bien el alzamiento de los esclavos cimarrones... Martes de Carnaval con juegos de agua y harina en la mañana y comparsas en la tarde. (Revista Lotería)
Comercialización de los carnavales
A partir de 1910, los carnavales dejaron de ser una actividad popular cuando se realiza, por primera vez, en el Teatro Nacional por la clase de intramuros. En ese proceso de cambios, los famosos toldos se disminuyeron y los short en las mojaderas fueron reemplazados por la pollera. Domitila y Tiburcio fueron eliminados, se dejó de cantar el famoso Pescao y los artistas nacionales fueron reemplazados por los músicos foráneos.
Nada más racista fue el Decreto 700 del 10 de enero de 2012, que eliminó los resbalosos. Como iniciativa salvadora apareció la reina Soul y luego la panameñísima reina Negra, pero los antiguos carnavales se convirtieron en industria y su total desnaturalización. En otras palabras, no es el entierro de la sardina, sino la pérdida de la identidad cuando desaparecen las comparsas y la música autóctona.
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