La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
Harris puede complicar la carrera de Trump
- 23/07/2024 11:34
- 23/07/2024 11:30
Como decía el general Torrijos en política no hay sorpresas, sino sorprendidos y la renuncia de Joe Biden a la reelección era esperada pues su candidatura se percibía muy forzada, como si alguien, detrás de él, la sostuviera contra viento y marea, mientras se fortalecía la de Donald Trump.
Sin todavía conocer si su relevo será o no aprobado en la convención demócrata, ya la carrera presidencial hacia la Casa Blanca cambió automáticamente de dinámica y de facto se convirtió en una batalla entre un supremacismo blanco retrógrado que tomó fuerzas por el ímpetu racial de Trump ante un adversario ambivalente de poca credibilidad.
La disputa no es, por lo tanto, entre una negra y un blanco, sino entre una vieja y una nueva forma de convivencia con conceptos generales diferenciados, incluso de pertinencia ideológica y humanista, que pone en juego la unidad nacional y las relaciones exteriores de Estados Unidos.
La renuncia de Biden le puede quitar, o anular, herramientas mediáticas a Trump sobre la guerra o la paz, quien tomó de manera oportunista la pésima política del presidente sobre Ucrania y adoptar como eslogan que él terminará esa guerra, que es lo que desea el elector. Es contraproducente, pues su período anterior se caracterizó por lenguaje guerrerista contra todos, y fue el presidente que se divorció del mundo, incluidos sus aliados, y calificado el más mentiroso de todos, incluido Richard Nixon.
Kamala Harris puede convertirse -y la lógica indica que así sea- en el factor de equilibrio mundial roto por Trump y agravado por Biden, que está conduciendo a que la transición en el cambio de época no sea en paz y que se desarrolle, incluso, bajo la sombra del hongo nuclear porque la guerra de Ucrania y el genocidio en Gaza, tienen lugar en las zonas nucleares más calientes del planeta, y de mayor interés económico y geoestratégico.
La renuncia de Biden, por tanto, no se debe ni a sus achaques de edad como se pretende hacer creer, ni tampoco a olvidos, confusiones y lapsus, ni a dudas de su capacidad para competir con Trump quien, seguramente, está más incapacitado que él para conducir a una nación demasiado poderosa en momentos en que está en juego otro reparto internacional geopolítico bajo reglas inéditas, porque ya los sistemas sociopolíticos conocidos hasta ahora y el modo de producción con sus relaciones sociales propias, tienen muy poco que ver con el viejo capitalismo de estado ni de un socialismo que nunca llegó a nacer.
Lo real es que, hasta ahora, más allá de una confrontación entre el capitalismo de ayer y el de hoy, no se encuentra por ningún lado alguna expresión clara de disposición de ir más allá de ese sistema, por lo tanto, el cambio de época que se conforma a paso de hormiga, parece que demorará mucho en tener rostro. Da la impresión que se acaba la era de las derechas, las izquierdas y los centros, y que los intereses son supraideológicos.
En esencia, para el estadounidense, como a sus congéneres del mundo, lo importante es que se detenga el proceso de descalabro y el conjunto de crisis que está desbaratando al planeta: humanitaria, de hambre y enfermedades, del clima, de la amenaza nuclear, de la desigualdad que hace crecer la emigración como una plaga.
Para ello, es imprescindible restablecer los equilibrios que mantuvieron una paz relativa universal, y restituir las vías del diálogo para una convivencia sin discriminación que baje al mínimo los índices de desigualdad.
Con Trump y Biden se rompieron todos los esquemas de equilibrio militar y político con el visto bueno del establishment, pues jamás lo hubieran podido hacer sin ese respaldo. Con ellos Estados Unidos dejó de percibirse como una fuerza estabilizadora dentro del orden mundial de posguerra para proyectarse como una desestabilizadora, expresión de un gran asalto al pensamiento racional nacido del miedo a la decadencia, y percibido como un factor de riesgo por sus propios aliados.
No se crea ni por un momento que Biden tomó la decisión por su propia voluntad de pasarle el batón a Harris cuando solamente faltan 110 días para los comicios. Es, en realidad, una disposición tardía de un ala del establishment que por fin admitió el daño que sus decisiones contra Rusia en favor del avance de la OTAN hacia el este, y el apoyo al régimen neofascista de Netanyahu, infirieron a sus intereses.
Con Harris, de vencer a Trump, a Estados Unidos podría retomar la negociación de la guerra de Ucrania sobre la base de los acuerdos de Minsk de 2014, en momento en que Zelinsky políticamente está en bancarrota.
Las declaraciones de Trump de que ahora le será más fácil ganar la reelección son puras fanfarronerías. La campaña de presuntas incapacidades de la vicepresidenta no es consistente con su trayectoria, ni ella es responsable de lo que sí lo es Biden. Ella fue escogida por el establishment por el color de su piel para jugar un papel a la sombra. Ahora podría revivir el acuerdo de Minsk, aunque tiene el reto de convencer a los electores en apenas tres meses y desmentir a Trump de que la inmigración no es lo principal.
Es la persona que puede determinar algo de suma importancia para Estados Unidos y el mundo: cuál de las dos mitades en las que está divido el país es la más grande: si la del supremacismo y el peligro de guerra, o la que aboga por la paz y la igualdad social. Es la pregunta que cada elector debería de hacerse.