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Uribe, una privación de libertad y el impacto en la geopolítica regional
- 08/08/2020 00:00
- 08/08/2020 00:00
El pasado 4 de agosto fuimos testigos de la sentencia de la Corte Suprema de Justicia de Colombia contra el expresidente y senador de ese país, Álvaro Uribe Vélez, al emitir una orden de arresto.
“La privación de mi libertad me causa profunda tristeza por mi señora, por mi familia, y por los colombianos que todavía creen que algo bueno he hecho por la patria”, remarcó el exmandatario a través de sus redes sociales.
La figura de Álvaro Uribe Vélez ha sido una de las más determinantes de la política neogranadina y un ejemplo de personalismo político institucionalizador, ya que invirtió parte de su energía vital en fortalecer el Estado y las instituciones frente a la amenaza que revestían los grupos armados dentro del conflicto interno.
¿Cuál era la situación de Colombia durante su llegada al poder? El país suramericano navegada entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y un Ejército de Liberación Nacional al alza, con los carteles de la droga actuando y amenazando la estabilidad, tanto que su predecesor, Andrés Pastrana, trató de buscar una solución al conflicto por medio del establecimiento de una “zona de despeje” o una “zona de distensión” en la región del Caguán, que no era otra cosa que un punto donde el Estado dejaba de ejercer su soberanía para traspasarla a los grupos armados irregulares.
Frente a este hecho, en que la solución pacífica y negociada no funcionó, y considerando que los grupos armados en Colombia juegan en una dinámica de “suma cero, de todo o nada”, Uribe llega a la presidencia para implementar un acuerdo de Cooperación Técnica de Seguridad y Defensa entre Estados Unidos y Colombia, como lo fue el 'Plan Colombia', dirigido al combate del narcotráfico, pero además desarrolló la “política de seguridad democrática”, orientada a que el Estado colombiano y sus instituciones recuperasen el monopolio de la violencia legítima y del ejercicio de la fuerza, para hacer cumplir la ley en todo el territorio.
De esta manera se podría nivelar la balanza bélica contra las FARC-EP y el ELN, y si fuera posible, desnivelarla a favor del gobierno, ya que solo así, con un enemigo disminuido en sus fuerzas, era factible negociar de manera realista la paz, ejerciendo una “amenaza creíble”, que redundaría en la confianza de los inversionistas, trayendo consigo progreso y bienestar.
Durante su permanencia en la Casa de Nariño, Uribe tuvo que lidiar con Hugo Chávez Frías, en pleno apogeo de su liderazgo populista, usufructuando de unos altos precios del petróleo en el mercado internacional (por encima de los US$100 /Bbl) y tratando de respaldar a las FARC-EP y al ELN, hasta el punto de pretender volverse mediador entre estos grupos y el gobierno constituido en Colombia, como parte de su política exterior de proyección y 'Socialismo del siglo XXI'.
Uribe fue entonces un muro de contención en medio del giro hacia la izquierda en América Latina, haciendo que Colombia permaneciera desarrollando una identidad de democracia representativa liberal, alineada con los intereses de Estados Unidos, cosa que se mantuvo primero con Juan Manuel Santos y ahora con Iván Duque, su pupilo.
Lo sucedido esta semana con el exjefe de Estado colombiano, puede generar una grieta irreversible en el sistema político, cuyas repercusiones no es posible predecir en la actualidad, y aunque es plausible que las instituciones colombianas funcionen, sobre todo el Sistema Judicial, existe una grieta que deja la puerta abierta para que la izquierda radical llegue al poder.
Pareciera que todo lo que acontece es una arremetida de los factores del polo democrático contra Uribe como símbolo y rostro de un statu quo que es preciso destruir.
Y esto no es solo parte de una estrategia interna y doméstica de pretendida transformación de la sociedad colombiana, sino que es un proyecto geopolítico a gran escala, donde la caída del establishment en Colombia es “la joya de la corona” para la 'Revolución Bolivariana' y para su política exterior; también para las fuerzas que confluyen en el Foro de Sao Paulo, por cuanto con la caída del 'uribismo' y llegando la izquierda radical al poder, se elimina el foco de amenaza al objetivo estratégico del 'chavismo-madurismo' que no es otro que permanecer y perpetuarse en el poder.
Por otra parte, se le resta un aliado estratégico a Estados Unidos en la región, debilitando su posición de hegemonía regional, cosa que podría reafirmarse con una eventual derrota de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre; y por último, pero no menos importante, se deja la puerta franca a un nuevo giro a la izquierda en América Latina, comenzando a partir de la toma por asalto de la región andina.
Habrá que ver cómo evolucionan los acontecimientos. Mientras tanto, todo pareciera indicar que América Latina continúa atrapada en el dilema oscilante entre izquierdas y derechas; mientras que los ciudadanos esperan con ansias unas clases políticas que abandonen estos conflictos por el poder y empiecen a desarrollar políticas públicas que traigan paz, progreso, bienestar, equidad y desarrollo sustentable para todos.