Uno que es el grupo de Bohuslan Big Band fue en el Centro de Convenciones de Ciudad del Saber
En la plaza toca:
Porque Puma Zumix Grupo juvenil que interpreta...
“Euntes Docete [id y enseñad]. Uno de los objetos más importantes que no ha perdido de vista el gobierno [virreinal] es la enseñanza de la juventud. Es verdad que no se halla aún en el grado de perfección que es de desearse, pero la adopción de nuevos métodos para las escuelas […] dará en lo sucesivo nuevos y sazonados frutos de instrucción en todas las ciencias” declaraba Pedro de Peralta Barnuevo cuando en 1715, elegido rector de la Universidad Mayor de San Marcos, se preocupaba por el estado de la educación en el virreinato peruano y la formación de maestros de enseñanza (Guibovich, 2019).
Peralta ha despertado siempre el interés de los investigadores por considerársele el autor más prolífico y el paradigma del hombre de letras de la época colonial (Leonard, 1936; Riva-Agüero, 1965; Lohman, 1987). Nacido en Lima, Ciudad de los Reyes, en 1664, asumió en 1709 la cátedra de matemáticas en la universidad y, en su condición de ingeniero mayor del reino propuso un proyecto para la mejora de las defensas marítimas y terrestres de la capital virreinal (Tauro del Pino, 1987) que, de haberse efectuado, hubiese transformado el desarrollo de las aspiraciones independentistas patriotas cien años después. Peralta “[…] tuvo una poderosa conciencia sobre la utilidad del discurso como herramienta para lograr la permanencia de las estructuras de poder” (Rodríguez Garrido, 2008; Guibovich 2019) por lo que, sin ser educador, se interesó en la educación porque percibía que en la difusión del conocimiento se hallaba el cambio, tanto el cambio creativo como el cambio político. La universidad constituía –el virreinato peruano contó con cuatro hasta 1776 en Lima, Cuzco, Huamanga y La Plata- un espacio privilegiado donde los criollos “[…]podían tejer redes sociales para obtener colocaciones una vez egresados de los claustros” (Monsalve, 1998) y, de ahí, las conexiones con Panamá, prodigioso receptáculo y campana de resonancia de lo que en San Marcos se discutía a través del asiduo uso de la imprenta –oficial o clandestina-; hecho que permite, hoy en día, contar con un conjunto de fuentes escritas de enorme valor que facilita conocer las aspiraciones políticas de los hombres de letras de finales del s. XVIII.
En el fragor del movimiento independentista, se multiplicaron las proclamas y pronunciamientos, preclaros ejemplos de erudición y de acabado estilo, pero ¿a quienes iban dirigidos éstos? ¿únicamente al reducido núcleo social que podía llevar adelante el proceso de separación de España? ¿o eran parte de una ilusoria pedagogía que buscaba promover adhesiones que, por “efecto cascada”, se comunicara de boca en boca partiendo desde los que sí podían leer? La investigadora Tanck (1984) señala “[…] en 1803, calculamos que 26% de los 4,088 pueblos de indios en la Nueva España tenían escuelas de primeras letras. La mayoría de estas 1,015 escuelas fueron financiadas con fondos de las cajas de comunidad” y añade “[…] un análisis del número de escuelas en la intendencia de México, de la población de edad escolar en los lugares con maestros de primeras letras y del número de años que habían existido las escuelas, llega a la conclusión de que, en 1810, aproximadamente 9.5% de los varones indígenas mayores de 14 años de edad sabían leer”.
Es de destacar que a finales del s. XVIII e inicios del s. XIX, los términos “instrucción pública”, “enseñanza pública” y “escuela pública”, empezaron a divulgarse e integrarse al discurso político de la época, herencia de la Ilustración que postulaba la gratuidad, obligatoriedad y universalidad de la enseñanza (García López, 1993). Lo llamativo es que las instituciones educativas de diferentes niveles –en los años previos a 1821, año de la independencia en Panamá, en Centroamérica y en el Perú- que se financiaban con recursos del virreinato, de la Iglesia y de particulares así como las escuelas de primeras letras establecidas en los pueblos indígenas y comunidades mixtas, costeadas por las cajas de comunidad u otros arbitrios y las escuelas de pobres o de caridad promovidas y sostenidas por algunos cabildos, conventos de frailes o monjas, asociaciones e individuos, ya presentaban una estructura de enseñanza (Villarrutia, 1823; Tanck, 1979) que facilitó que éstas fueran absorbidas por los nacientes Estados latinoamericanos que aspiraban, precisamente, a la universalidad de la educación.