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- 18/10/2020 00:00
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Siempre tuve la ilusión de saber más sobre Lola Beltrán. Pasé largas noches escuchando su música y viendo sus videos, y su vida sobre los escenarios o actuando en el cine, pues es más que sabida. Pero, ¿cómo era la vida en familia de Lola la Grande? Efectivamente, contar una historia novedosa no es tan fácil; de ella se ha escrito mucho, pero tuve la oportunidad de conversar con su hija Marielena, el contacto lo hizo Paloma Jiménez hija de José Alfredo Jiménez.
Marielena Leal Beltrán, hija de Lola, es muy conocida, y verla a ella, es un poco ver a Lola, su parecido es grande. Pero así como es de famosa, es de cercana y no dudó en contarme interesantes anécdotas de su madre, algunas de ellas fueron publicadas en el libro Lola Beltrán, Lola la Grande, que publicara leal, unos años atrás. Algunas otras, pues son inéditas.
Dueña de una gran cultura, adquirió lo que le fue negado a Lola por las limitaciones económicas en que vivió desde muy pequeña. Marielena, en cambio, pudo disfrutar de todos los triunfos de su madre en tanto que la acompañaba a casi todos los viajes cuando aún era una niña.
Lola Beltrán fue madre y amiga, compañera leal de su esposo, pero sobre todo una mujer que no dejaba que alguien que fuera a tocar la puerta de su casa pidiendo algo, se fuese con las manos vacías. “Siempre esos desposeídos salían con algo en la mano; esa era nuestra Lola”.
Lola cantaba y su papá toreaba, de esa manera se inicia una aventura que terminaría con la enfermedad de Lola a la temprana edad de 64 años, cuando estaba en la plenitud de su carrera.
Me cuenta Marielena que Lola nació el 7 de marzo de 1931 y no en 1932 como aparece la información en internet. ¡Eso sí!, fue Rosario, Sinaloa la que vio nacer a la reina de la canción ranchera.
María Lucila Beltrán Ruiz mostró interés por la música desde muy chiquita, pero los tiempos eran duros y tuvo que estudiar taquimecanografía, formación que le permitió insertarse en una emisora de radio que le dio la oportunidad de hacerse conocer a través de los distintos concursos de canto que había en esa emisora llamada XERJL.
Lola, visionaria, se va a México con su abuelita para pagar una manda a la virgen de Guadalupe y busca trabajo en una estación de radio en ciudad de México, donde se le abren nuevas puertas, de estas que son casuales reemplazando a otra cantante y así se rodea de los grandes del momento como Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante, y cómo con solo 19 años inicia una carrera artística imparable.
Se gana todos los concursos radiales cumpliendo el sueño de chica de querer cantar. Lola nunca tomó clases de canto, ella nació cantando como apunta su hija, “ella se plantaba y cantaba con sus recursos vocales, con precisión en cada nota, sin equivocar las letras, una gran potencia en la voz gruesa y con una característica especial, tenía un gran dominio escénico. Nunca se quedó parada en el escenario y lo recorría de un lado a otro mostrando sus vestidos y su fuerza”.
En ese momento Eulalio Ferrer, gran publicista, le cambia el nombre a Lola Beltrán aunque ella hubiese preferido llamarse “Lucha” en honor a Lucha Reyes, la cantante de música ranchera del momento.
Ya en el año 1950 graba una canción de José Alfredo Jiménez, la canción “Cuando el destino”. Allí comienza su verdadera carrera con solo 19 años, donde la consideraban los presidentes mexicanos para sus viajes.
Movía sus hermosas manos como palomas al viento y hasta el día de hoy podríamos asegurar que tuvo las manos más hermosas de una cantante de rancheras. En cada movimiento de voz salían sus hermosos dedos largos, adornados siempre con hermosos anillos. Impuso así, un estilo distinto a las artistas que cantaban con manos en jarras sin mucha expresión, así como una moda, con un vestuario muy diferente al de aquella época y a la tradición de las cantantes rancheras con vestidos diseñados para ella, por Armando Mafus, muy vaporosos, inspirados en la vestimenta de la virgen del Rosario, en corte A, estrecho arriba, ancho abajo, con encajes y pedrerías, siempre con un rebozo y a veces con un zarape.
Su voz, que en un inicio había pasado inadvertida por Amado Guzmán, director artístico de la estación de radio XEW, luego sería notada por el gran Tata Nacho, quien la presenta en su programa donde cautiva al público con su timbre sinigual cantando música ranchera.
Interpretó canciones para grandes personalidades del mundo, lo que hizo que se convirtiera en un referente de la canción ranchera e hizo que la música ranchera fuera vista con gran respeto no solo en México, sino en innumerables países.
Lola se presentó en los mejores escenarios del mundo; cantó a emperadores, a los presidentes Kennedy, Nixon y Bush, el presidente francés Charles de Gaulle y la reina Isabel II, además de todos los mandatarios mejicanos desde Adolfo Ruíz hasta Salinas de Gortari. Estamos hablando de una niña de Rosario, Sinaloa, que trascendió y logró el triunfo a punta de trabajo convirtiéndose en un icono que perdura hasta hoy.
Cantó canciones del maestro, ya fallecido, Tomas Méndez y de José Alfredo Jiménez, de las cuales se destacan “Cucurrucucú Paloma”, “Si nos dejan”, “Mi gusto es”, “No volveré” y un sinfín de canciones de las que nos nos quedan grabaciones y algunas presentaciones que podemos disfrutar en internet.
Lola Beltrán es reconocida hoy por hoy como la mejor de todas las cantantes de música ranchera de todos los tiempos y no cabe la menor duda: cantaba sin esforzarse, entregaba su alma en el escenario, y casi declamaba las letras de sus canciones, siempre acompañada del mejor mariachi.
Hizo innumerables dúos, situación difícil pues por su registro vocal, no todos podían acompañarla cómodamente. Destacó de manera especial varios que hizo con Vicente Fernández, grabaciones que siempre es grato volver a escuchar y ver.
Elevó el nivel de la música ranchera. Fue la primera mujer mejicana que se presentó en el Palacio de Bellas Artes y abrió las puertas para que cantantes como Marco Antonio Muñiz, Pedro Vargas y Juan Gabriel se presentaran también en el más importante de los escenarios mexicanos.
En el Olympia de París, donde se presentó dos veces y logra una ovación de pie de artistas como Sophia Loren, y Johnny Holliday, entre muchos otros.
Lola Beltrán fue una mujer con gran influencia, ella llamaba y todos respondían, rendidos a la seriedad de sus trabajos musicales, y por ella misma, que tenía un encanto especial, una manera de ser amigable, cercana, dispuesta a ayudar al que lo solicitaba.
Participó en más de 60 películas y estrechó lazos de amistad con artistas de la época como María Félix. Grabó 78 trabajos musicales.
Se formó con un carácter recio y fuerte, obligada por el entorno difícil en el que le tocó vivir. Sin embargo, se enamoró perdidamente de Alfredo Leal, torero y actor. El matrimonio que duró 14 años tuvo una sola hija, Marielena, quien sigue manteniendo el vivo recuerdo de su madre a través de la música ranchera con una carrera bien encaminada y con una gran voz.
Fue una excelente cocinera, sus camarones a la Lola llegaron a ser famosos. Me cuenta Marielena que preparaba excelentes platillos que hacía con gran amor, para su padre y para ella.
“Hacía una sopa de ostiones con leche y mantequilla, y le ponía galletas María encima; esa era la cocina de autor de Lola”.
Marielena también recuerda el buen sentido del humor que siempre tuvo su madre y que la llevó a cometer algunas bromas bastante pesadas. “En una ocasión comenzó a cantar a todo pulmón para ahuyentar a los testigos de Jehová. Se hacía la desmayada en cualquier lugar, aviones, en el pasillo de los cines, en espectáculos donde cantaba, pero sabía cómo caer para no lastimarse, con su gran altura de 1.75”, recuerda Marielena.
“En otras ocasiones desfiguraba su voz y llamaba a los amigos haciéndose pasar por un hombre y anunciaba la muerte de alguien, que luego se sorprendía al recibir coronas florales...”, relata.
México ha honrado la carrera de Lola Beltrán de distintas formas: nombrando una calle en Mazatlán con su nombre, y una estatua, con vista al mar y la otra en el Rosario, su pueblo natal, donde está sepultada en los jardines de la Iglesia de este pueblo. Tiene otra estatua en plaza Garibaldi, donde todo visitante se toma fotos.
Lola la Grande, además de ser la gran señora de la música ranchera, es parte del patrimonio musical de México.
Hasta su muerte vivió en Coyoacán ciudad de México, despidiéndose de esta vida con solo 64 años por una embolia pulmonar.
Una casona de su pueblo natal, Rosario, Sinaloa, y que data de 1815 es remodelada por el arquitecto Héctor Castillo y convertida en museo en el año 2000. Se conoce como el Museo de Lola Beltrán y Museo de Minería. En cuatro de sus siete salas se pueden apreciar diversos objetos personales de la cantante: sus vestidos, accesorios, y los discos que grabara a lo largo de su carrera. Otra sección museográfica se ha destinado a la historia del otrora Real de Minas de El Rosario.
Todos los años, en el mes de marzo, allí se hace el Festival Lola Beltrán para recordar con la música y el canto a esta gran figura, a fin de que no se pierda el amor por el folclore mexicano.