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- 21/04/2024 00:00
- 20/04/2024 11:56
Antes de ser novelista, Brenda Navarro fue tuitera (se unió en mayo de 2010). Aunque la red social tiene fama de pendenciera, a la autora de Casas vacías (2018) y Ceniza en la boca (2022) le ha servido para conocer y compartir su parecer sobre política, cultura y economía.
Esta socióloga y economista ha convertido sus dos novelas en formas de conversación social colectiva y como una cruzada contra aspectos de la vida que desea reflexionar, y por qué no, protestar.
Llegará por primera vez a Panamá de la mano del festival literario Centroamérica Cuenta, evento que se desarrollará del 22 al 26 de mayo.
Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) participará el 23 de mayo, a las 7:00 p.m., en el Museo del Canal, en la mesa redonda “De lo propio y lo ajeno: dos ríos que dan al mar de la literatura”.
El 25 de mayo tendrá doble jornada. A las 11:00 a.m., en el Centro Cultural España/Casa del Soldado, en la mesa redonda “En otro país. Miradas lejos de casa”, y a las 6:00 p.m., en el Teatro Nacional, en la mesa “Gabriel García Márquez: diez años después”.
¿Qué es para ti Twitter?
Twitter nos ayudó a romper fronteras que teníamos desde Latinoamérica. Podíamos hacer intercambios y conectar con mujeres que necesitaban información sobre derechos sexuales y reproductivos. La primera etapa de Twitter fue importantísima para distribuir cultura y derechos. Es una red que defiendo porque, aunque no nos guste lo que leamos en Twitter, estamos sintiendo el pulso de lo que está pensando la gente.
En ‘Ceniza en la boca’ una madre se va a España para trabajar. Sus dos hijos se quedan en México al cuidado de sus abuelos. Luego ambos muchachos se mudan a la Madre Patria. Tú residiste primero en Barcelona y luego te fuiste a Madrid. ¿Qué percepción previa tenías de España?
Tenía toda la historia que nos dan en México sobre la conquista colonial. Esto me ayudó a entender las desigualdades que luego se profundizaron en Latinoamérica. En México, la mayoría de las personas que tienen ascendencia española tienen ese estatus de ir contándolo como si fuera una lucha de castas con los mestizos y los indígenas. España es diverso y con sus propias complicaciones.
¿Cómo observas a México desde el otro lado del Atlántico?
Hay dos contradicciones. Yo me fui de México muy enojada por la violencia estructural, por el tipo de Estado nación que tenemos y que en el siglo XXI tendríamos que reformar, ya que sigue violentando a la ciudadanía y estamos sujetos a una oligarquía corporativista que no permite un desarrollo integral entre las poblaciones de mayor pobreza. Pero viviendo en España, con la distancia, mientras estaba en el proceso transitorio, tuve el síndrome de pensar que todo el pasado fue un poco mejor. Me he reconciliado con los movimientos sociales porque tienen un poder político importante de resistencia, entre ellos, los liderados por mujeres, que está permitiendo que México se sostenga.
En ‘Ceniza en la boca’ se percibe la violencia social, la del bullying, la doméstica, la de la xenofobia, el desarraigo y las desigualdades.
Me interesa la literatura porque me permite escudriñar la condición humana dentro de un sistema pensado para la propiedad privada, para que el poder siga y para que nosotros lo sostengamos. En la novela planteo que no hay Estado nación que no sea violento. Los mecanismos sociales serán distintos, pero no hay mucha diferencia entre la forma que vivimos en América Latina y la que se vive en Europa. El sueño americano y el sueño europeo son una falacia, aunque en Europa parezca mejor disfrazado porque hay más de bienestar. Todo aquello que nos dijeron sobre respetar a los derechos humanos está en entredicho en una Europa que nos vende una democracia basada en esos derechos humanos, pero no los respeta. En lo económico, España se sostiene por el trabajo de las personas no españolas, que son las que no tienen regularizados sus papeles, los que no pueden exigir sus derechos y no pueden votar.
En ‘Casas vacías’ y ‘Ceniza en la boca’ la familia está muy presente. ¿Por qué?
La familia lo es todo. Seguimos viviendo dentro del paradigma de la familia tradicional, que nos propone salir adelante para beneficio económico de tu familia, cuando en verdad es para el beneficio de las empresas, de alguien que no eres tú. Me gusta criticar lo que significa ser hijo o hija dentro de esas estructuras de poder y cómo esas estructuras influyen en las decisiones nuestras. Cómo eso lleva a una mujer a irse de México para trabajar a España o cómo hace que un niño lo lleve a suicidarse porque no le parece que exista un futuro. Hay tantos mundos dentro de nuestras sociedades: no es lo mismo ser de clase alta, media o pobre. Cuando no tienes acceso a las oportunidades, no te enteras de lo que significa una vida digna.
¿Cómo es el manejo del suicidio en México y España?
La novela parte de una noticia que leí en España de un niño que se suicidó por bullying y se tiró de un quinto piso. Luego la noticia desapareció. Los periodistas me decían que en España no ponen noticias de suicidio por una razón ética: que si tu anuncias un suicidio parece que estás diciendo que todos pueden suicidarse. Eso es contradictorio porque debemos hablar del suicidio juvenil. Hay una infancia que cree que no tiene futuro. Tenemos que escucharlos. En México casi nadie puede acceder al servicio público para recibir atención en salud mental. Una amiga hizo un artículo sobre los suicidios entre adolescentes en México y lo que leí fue terrible en términos de la culpabilidad, de la irresponsabilidad social y la falta de apoyo.
Los adultos le exigimos a los jóvenes que tengan una idea clara de futuro cuando nosotros no siempre la tenemos...
Así es. Vamos con esa idea derrotista porque no hemos logrado nada que la meritocracia nos iba a dar y transmitimos esa derrota a la juventud. Esa narrativa la aprovecha el mercado y nos dicen que todo se va a acabar. Eso ocurre en América Latina cuando nuestros niños no tienen acceso a una educación y a una vivienda. Hay adolescentes involucrados en el crimen organizado porque prefieren una vida de mucha abundancia por muy poquito tiempo, a tener una vida pobre toda la vida. Ni los gobiernos ni la sociedad civil, en representación de los adultos, estamos siendo responsables. Soy optimista porque quiero creer que ellos nos van a confrontar diciéndonos: ‘a la mierda lo que piensas. Este es nuestro mundo’.
Los adultos también nos olvidamos que una vez fuimos jóvenes...
Somos demasiados duros con los adolescentes que fuimos, más allá de los pequeños o grandes errores que cometimos cuando nos obligaron a ser adultos. Les estamos pidiendo eso mismo a los adolescentes que viven en un mundo mucho más violento y enclaustrado. No siempre pueden ejercer su derecho al espacio público, que tú y yo sí vivimos, que podíamos salir a la calle sin que un adulto estuviera a nuestro lado. Les pedimos que sean felices, pero a la par queremos que crezcan de una forma determinada. En la medida que nos hacemos adultos, y dependemos de nuestra propia productividad, nos volvemos más cobardes. Debemos decirles: ‘ahora que tienes el ímpetu de romperlo todo, hazlo’.
‘Ceniza en la boca’ también va sobre la autonomía que se pierde al ser joven y viejo...
Sí. En el primer capítulo Diego decide mostrar su cuerpo públicamente muerto. En el segundo capítulo presento a una mujer mayor que quiere morir y no puede, porque nos dicen que debemos ser productivos lo más que podamos antes que muramos. La adolescencia y la vejez se asemejan cuando pierden la autonomía de sus decisiones, los despreciamos, les decimos que no tienen inteligencia ni conciencia, y en eso nos estamos equivocando porque ellos tienen una lucidez que no tenemos nosotros.