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- 05/01/2025 00:00
- 04/01/2025 18:11
Antiguamente, en los meses más calurosos del año, la única forma de darse un “respiro” era utilizando un abanico, ya fuese que lo abanicase un sirviente o con las propias manos, es decir, que antes del maravilloso invento conocido como “aire acondicionado” nos quedaba solo estirar el brazo, agarrar un abanico y luchar contra el calor manualmente.
Todas las civilizaciones que se desarrollaron en climas calurosos inventaron abanicos, con papel, hojas de plantas u otros materiales, ya que el movimiento continuo generaba una brisa que hacía más llevaderos los momentos de calor extremo. En Japón ciertas regiones pueden alcanzar temperaturas bastante altas en verano, con el añadido de la humedad y la sensación térmica apabullante, por tanto, desde la antigüedad, los lugareños crearon diversos tipos de abanicos; en las primeras épocas eran sobre todo ornamentales, pero con el paso del tiempo surgieron diversos tipos con diferentes usos.
La representación de abanicos más antigua que se ha encontrado en Japón data del período Asuka (538-710), en un montículo en Fukuoka había un mural con estilos provenientes de la China. El abanico más común es el que se despliega en momentos de calor y se recoge para guardarlo. Los ogi o sensu —siendo este último originario de Nagoya— se diferenciaban porque no eran solo elementos utilitarios, sino que también eran ornamentos adecuados para la vestimenta. Sus usuarios eran los sacerdotes, samuráis y la nobleza, por lo que estaban sujetos a una rigurosa etiqueta, ya que denotaban tanto el rango como también la capacidad adquisitiva de su portador. Otra de sus funciones era comunicar mensajes entre las personas, dirigir las tropas, servir como arma, reemplazar una espada y en ocasiones extremas, ¡abanicarse! Sí, aunque parezca extraño, esta pieza se consideraba parte importante del ajuar de las cortes, por lo que fue hasta el período Muromachi (1338-1573) que empezó a usarse para su verdadero propósito: refrescarse en días cálidos.
Los artesanos japoneses utilizaban una gran cantidad de varillaje en el esqueleto que los hacía resistentes y duraderos. Se elaboraban con bambú o ciprés porque eran materiales livianos pero fuertes a la vez, además mantenían las tonalidades naturales del medio, o eran laqueados para acrecentar su espectacularidad. Después se utilizaron metales como hierro y bronce para el uso de los comandantes en batalla, ya fuera para dirigir a las tropas o defenderse de los embates con flechas del enemigo o en el cuerpo a cuerpo.
Sus acabados eran finos independientemente del material utilizado, el país —papel, piel o tela que cubre el varillaje— era usualmente de seda con costuras impecables, también papel con un fino engomado que mantenía las hojas sin arrugas. Un tipo era del color natural del material utilizado, pero se decoraba con diversos motivos y colores. Inicialmente los de papel se pegaban de un solo lado de la armazón, sin embargo, durante el período Heian (794-1185) se inició su exportación y en otros países colocaron pegamento y papel en ambas caras del varillaje, práctica que terminó siendo adoptada por los japoneses.
El arte de la creación de abanicos prosperó —como muchas otras artes del Japón— durante el período Edo (1690-1868), probablemente fue en este período de paz en que los abanicos tessen —abanico de guerra japonés— dejaron de ser un arma y se convirtieron en un instrumento de los árbitros de lucha sumo. Otro tipo de abanicos fueron los uchiwa —abanicos de cuerpo fijo— que podían ser de uso común o decorativo. Pintados a mano o utilizando impresiones ukiyo-e —xilografía— de afamados autores, formaron parte de las artes escénicas en los obras del teatro Noh —drama musical— o Kabuki. Los refinados movimientos de los actores hacen que ellos expresen sentimientos, ya fuese el amor correspondido o una expresión completamente opuesta a las palabras del actor. Es decir, era el aliado que permite al público disfrutar mucho más de las obras, resaltando los motivos inexpresados de los personajes.
Otros muy conocidos son los Uchikake-Uchiwa —abanicos ceremoniales— utilizados tanto por budistas como sintoístas, ya pues representan o evocan la espiritualidad y purificación. Se caracterizan por ser de mayor tamaño y colores brillantes que los convierten en el centro de atención en diversos ritos y ceremonias.
El arte de elaborar abanicos se ha mantenido en Japón hasta hoy. Los artesanos siguen haciendo uso de las técnicas y materiales tradicionales, por lo que tienen costos elevados, pero son una obra de arte única. Existen almacenes dedicados a la venta de abanicos antiguos cuyo precio variará dependiendo de su condición y elaboración. Hay hermosos abanicos de seda pintados a mano cuyo precio no excede los 50 dólares. Consideramos que es un bajo precio, ya que son obras que pueden tener sesenta años o más.
Gracias a la tecnología y a la demanda del mercado es posible comprar abanicos hechos para turistas como un recuerdo de un viaje, y recientemente se están utilizando personajes famosos de anime o manga para acercar las piezas a las nuevas generaciones. En 2014 Fujiko Pro y la compañía Ibasen decidieron celebrar el 80 aniversario del natalicio de Fujiko F. Fujio, autor de Doraemon y otros personajes, creando una serie de uchiwa hechos con impresiones ukiyo-e de los trabajos del maestro Hokusai, que incluían a los personajes de la serie Doraemon, los que al ser de tiraje limitado se convirtieron en objetos de colección instantáneamente entre los fanáticos, y si bien aún es posible conseguirlos en portales como ebay, sus precios rondan los cien dólares.
Así que, la próxima vez que esté acalorado, recuerde que a nivel mundial, esas ansias de mantenernos frescos llevaron a culturas como la japonesa a desarrollar un objeto que no solo es funcional, sino también un arte y como tal hermoso a la vista.
Rolando José Rodríguez De León es doctor en Comunicación Audiovisual y vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.